El Cerebro De Oro
cuentos20 de Enero de 2013
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El cerebro de oro
Alfonso Daudet
Había un hombre que tenia el cerebro de oro. Al nacer, los médicos creyeron que moriría, pues su cabeza pesaba demasiado y su cráneo era desmesurado. Vivió, sin embargo, y se desarrolló al aire libre como un hermoso olivo; sólo que su gruesa cabeza tiraba de él, y daba pena verlo chocarse con los muebles cuando andaba por la casa. Se caía muchas veces. Un día rodó desde lo alto de unas gradas, y fue a dar con la frente en un escalón de mármol, sonando su cabeza como un lingote. Se lo creyó muerto; pero al levantarlo, no se le encontró más que una ligera herida, con dos o tres gotitas de metal cuajadas entre sus rubios cabellos. Asi es como supieron los padres que el niño tenia los sesos de oro.
Se lo tuvo como un secreto; y el pobre niño no sospechó. De vez en cuando preguntaba por qué no lo dejaban correr con los chicos de la calle.
-¡Porque te robarian, amor mío -le respondió su madre.
Entonces el chico sentía miedo de que lo robasen; y jugaba solo, sin decir una palabra, arrastrándose pesadamente de una habitación a otra.
Hasta los dieciocho años no le revelaron su don monstruoso, regalo del destino; y como lo habían criado hasta aquella edad, le pidieron en recompensa un poco de su oro. El muchacho no vaciló; en el mismo instante (no dice la leyenda cómo y por qué medio) se arrancó del cráneo un pedazo de oro macizo del tamaño de una nuez, y se lo echó orgullosamente a su madre en el regazo. Deslumbrado con las riquezas que llevaba en la cabeza, poseído por el deseo, embriagado con su poder, abandonó la casa paterna, y se fue por el mundo despilfarrando su tesoro.
Por la vida que llevaba, y por el modo con que derramaba el oro sin llevar cuenta, se hubiera dicho que su cerebro era inagotable. Y sin embargo, se agotaba, y bien se advertía cómo se le apagaba la mirada, y cómo se le hundían las mejillas. Por fin, una mañana, después de una desenfrenda orgía, el desdichado que se habia quedado solo entre los restos del festín y las lámparas que palidecían, se asustó de la enorme brecha que habia abierto ya en su cabeza. Era tiempo de detenerse.
Desde aquel día emprendió nueva vida. El hombre del cerebro de oro se fue a vivir retirado, con el trabajo de sus manos, receloso y tímido como un avaro, huyendo de las tentaciones y procurando olvidarse de aquellas fatales riquezas que ya no queria tocar. Por desgracia, le había seguido un amigo suyo, y aquel amigo conocia su secreto. Una noche se despertó sobresaltado con un espantoso dolor en la cabeza; saltó de la cama, y a la luz de la luna vio a su amigo que huía escondiendo una cosa debajo de la capa.
¡Otro poco de cerebro que le quitaban!
Al poco tiempo, el hombre del cerebro de oro se enamoró, y esta vez se acabó todo... todo... Amaba con toda su alma a una rubia que también le quería, pero que prefería los lujos, las plumas blancas, y las lindas bellotas bronceadas que golpeaban sus botitas. Entre las manos de esta monísima criatura, medio pájaro, medio muñeca, las partículas de oro se derretían que era un primor. A ella todo se le antojaba y él no sabía negarle nada; por temor de disgustarla, le ocultó hasta el final el triste secreto de su fortuna.
-¿Conque somos muy ricos? - decia ella.
Y el pobre hombre respondia:
-¡Oh, si... muy ricos!
Y miraba con amorosa sonrisa al pajarito azul que se le iba comiendo el cráneo inocentemente. Algunas veces, sin embargo, se apoderaba de él el miedo, le daban tentaciones de ser avaricia; pero entonces la mujercita se le acercaba a saltitos y le decía:
-Maridito mio, ya que eres tan rico, cómprame alguna cosita muy car...
Y él la compraba algo de mucho valor.
Aquello duró unos
...