El Entierro de Cortijo

El Entierro de Cortijo

Más que una narración cronológica de los eventos que ocurren en el entierro de Rafael Cortijo, el 6 de octubre de 1982, en el residencial Luis Lloréns Torres, en Santurce, El entierro de Cortijo, de Edgardo Rodríguez Juliá, hace una reflexión sobre la muerte, la fragilidad humana y se hace el cuestionamiento de por qué se nos da una vida para luego convertirnos en nada. Rodríguez Juliá también hace una retrospección en la vida de las figuras públicas que dijeron presente en dicho entierro y hace una detallada descripción de la apariencia física y el lenguaje del gentío popular que asistió al evento. Estas descripciones le dan al lector una idea de con quién habitaba el percusionista, Cortijo, antes de morir.

Rodríguez Juliá comienza su relato narrando su llegada al residencial Luis Lloréns Torres, donde lo recibe un adicto a drogas. El autor reconoce que su aspecto lo delata como un forastero en ese lugar, pero que del mismo modo que él está siendo juzgado, él también juzga a los residentes de allí y al residencial. Según Rodríguez Juliá, el desarrollismo muñocista, al cual hace referencia a lo largo de toda la crónica, tuvo consecuencias que no se previeron con la implantación de proyectos urbanos que segregaron a los pobres y se prestó para el desarrollo de un estilo de vida y lenguaje muy único y exclusivo de quienes viven detrás de las murallas de los caseríos y parcelas, los cuales están representados en el arte musical de Cortijo. Justo antes de ver los restos de Cortijo, el autor piensa con insistencia y preocupación el por qué nuestras almas son seducidas con una vida para luego morir. Coloca la vida como sonido y la muerte como silencio, ejemplo que según Rodríguez Juliá, Cortijo logró burlar. En vida Cortijo revive la música afroantillana y en su muerte sus plenas suenan con más fuerza.

Las figuras más sobresalientes en la crónica son las de los cantantes Cheo Feliciano, Orvil Miller, Ismael Rivera (Maelo) y Ruth Hernández, y el ex gobernador Rafael Hernández Colón. El autor hace especial énfasis a la paz con que Cheo Feliciano se despide del cuerpo de Cortijo en oposición con el dolor obvio y agotador de Maelo, el Sonero Mayor. Ismael Rivera, es uno de los que cargó el féretro hasta el cementerio, acto que Rodríguez Juliá compara con un vía crucis y un acto de penitencia, como si éste fuese el último favor que le podrá hacer a su amigo Cortijo. El entierro de Cortijo está armonizado de la jerga que utilizaban los residentes de Lloréns Torres en la década de 1980, cortas anécdotas de la irreverencia de los presentes en el entierro y coplas de canciones del difunto. La formación católica del autor también hace que éste haga referencia a signos y ritos de dicha religión. Lo que lo lleva a resolver el por qué del rosario. Ya que somos incapaces de concebir la muerte como el fin, el rosario

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