El Misterio
jdalvarezo9229 de Septiembre de 2014
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EL MISTERIO
Se denomina misterio a todo fenómeno que carezca de explicaciones convincentes. Desde su aparición sobre la faz de la tierra el hombre ha intentado acceder a un conocimiento sobre la realidad que lo circunda viéndose en muchas ocasiones frustrado en sus intenciones. Puede decirse que muchas de los mitos que poblaron a civilizaciones de antaño intentaron dar respuestas a las inquietudes del hombre. El nacimiento de la filosofía en la civilización griega y el posterior desarrollo de la ciencia pueden de alguna manera encuadrarse dentro de estas apreciaciones.
Según su etimología, el «misterio» es lo “inexpresable”, y no lo incomprensible. El «misterio» es lo «inexpresable» en primer lugar porque no se debe «echar las perlas a los puercos» ni «profanar» lo sagrado, pero sobre todo porque las palabras humanas son impotentes para traducir de una manera adecuada las verdades «sobre-naturales». Estas no pueden ser «asentidas» más que en una instrucción iniciática hecha «de boca a oído» con la ayuda de «símbolos» apropiados, y porque finalmente, estas verdades deben ser «realizadas» ontológicamente, y no solamente percibidas especulativamente, y esto con la ayuda de los mismos símbolos.
El término “misterios” tiene dos significados fundamentales: el primero es el de verdades escondidas y reveladas por Dios, los propósitos divinos anunciados veladamente en el Antiguo Testamento y revelados a los hombres en la plenitud de los tiempos; el segundo es el de “signos concretos de la gracia”, en la práctica los sacramentos.”
Bíblicamente, el concepto tiene un carácter absolutamente peculiar, de tipo escatológico en relación con acontecimientos históricos. Pero estos remiten a un fondo común y unitario, de forma que el uso polifacético de la palabra, dentro de la relación interna de las realidades así designadas (nexos mysteriorum), apunta ante todo al origen y a la consumación de la realidad, a Dios, que es el que últimamente es designado como misterio.
En la carta a los Efesios y a los Colosenses, hay también un concepto especial de “misterio”. Así, por ejemplo, una vez se habla del “misterio de la voluntad” de Dios (Ef 1, 9) y otras veces del “misterio de Cristo” (Ef 3, 4; Col 4, 3) o incluso del “misterio de Dios, que es Cristo, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2, 2-3). El término de misterio hace referencia al inescrutable designio divino sobre la suerte del hombre, de los pueblos y del mundo.
Con este lenguaje las dos Cartas nos dicen que es en Cristo donde se encuentra el cumplimiento de este misterio. Si estamos con Cristo, aunque no podamos comprender intelectualmente todo, sabemos que estamos en el núcleo del “misterio” y en el camino de la verdad. Pues Él está en su totalidad, (y no sólo un aspecto de su persona o un momento de su existencia), Él es quien reúne en sí la plenitud del insondable plan divino de la salvación.
El misterio se aproxima al hombre de tal forma y manera que éste presiente y comprende que aquí no se trata de solucionar nada, sino que el misterio debe permanecer para él misterio, porque sólo así tiene significado y reviste importancia para él; porque sólo así constituye su felicidad. El misterio es bueno como misterio. Cualquier intento de solucionarlo tiene que terminar en desgracia para el hombre pone en peligro su salvación. Por lo demás, semejante intento es siempre ineficaz en su propósito, porque es un intento sobre un objeto inapropiado. Dios y su misterio no son objeto del hombre.
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