ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

El Regreso De Sherlock Holmes

Gael.Sosa18 de Enero de 2015

3.797 Palabras (16 Páginas)229 Visitas

Página 1 de 16

EL REGRESO DE

SHERLOCK HOLMES

La Aventura de la Casa

Vacía

Sir Arthur Conan Doyle

En la primavera de 1894, el asesinato del honorable Ronald Adair, ocurrido en

las más extrañas e inexplicables circunstancias, tenía interesado a todo Londres y

consternado al mundo elegante. El público estaba ya informado de los detalles del crimen

que habían salido a la luz durante la investigación policial; pero en aquel entonces

se había suprimido mucha información, ya que el ministerio fiscal disponía de pruebas

tan abrumadoras que no se consideró necesario dar a conocer todos los hechos. Hasta

ahora, después de transcurridos casi diez años', no se me ha permitido aportar los

eslabones perdidos que faltaban para completar aquella notable cadena. El crimen tenía

interés por sí mismo, pero para mí aquel interés se quedó en nada, comparado con una

derivación inimaginable, que me ocasionó el sobresalto y la sorpresa mayores de toda

mi vida aventurera. Aun ahora, después de tanto tiempo, me estremezco al pensar en

ello v siento de nuevo aquel repentino torrente de alegría, asombro e incredulidad que

inundó por completo mi mente. Aquí debo pedir disculpas a ese público que ha

mostrado cierto interés por las ocasiones v fugaces visiones que yo le ofrecía de los

pensamientos v actos de un hombre excepcional, por no haber compartido con él mis

. Me habría considerado en el deber de hacerlo de no habérmelo

impedido una prohibición terminante, impuesta por su propia boca, que no se levantó

hasta el día 3 del mes pasado.

Como podrán imaginarse, mi estrecha relación con Sherlock Holmes había

despertado en mí un profundo interés por el delito v, aun después de su desaparición,

nunca dejé de leer con atención los diversos misterios que salían a la luz pública e, incluso,

intenté más de una vez, por pura satisfacción personal, aplicar sus métodos para

tratar de solucionarlos, aunque sin resultados dignos de mención. Sin embargo, ningún

suceso me llamó tanto la atención como esta tragedia de Ronald Adair. Cuando leí los

resultados de las pesquisas, que condujeron a un veredicto de homicidio intencionado,

cometido por persona o personas desconocidas, comprendí con más claridad que nunca

la pérdida que había sufrido la sociedad con la muerte de Sherlock Holmes. Aquel

extraño caso presentaba detalles que yo estaba seguro de que le habrían atraído

muchísimo, y el trabajo de la policía se habría visto reforzado o, más probablemente,

superado por las dotes de observación y la agilidad mental del primer detective de

Europa. Durante todo el día, mientras hacía mis visitas médicas, no paré de darle vueltas

al caso, sin llegar a encontrar una explicación que me pareciera satisfactoria. Aun a

riesgo de repetir lo que todos saben, volveré a exponer los hechos que se dieron a

conocer al público al concluir la investigación.

El honorable Ronald Adair era el segundo hijo del conde de Maynooth, por

aquel entonces gobernador de una de las colonias australianas. La madre de Adair había

regresado de Australia para operarse de cataratas, y vivía con su hijo Adair y su hija

Hilda en el 427 de Park Lane. El joven se movía en los mejores círculos sociales, no se

le conocían enemigos y no parecía tener vicios de importancia. Había estado

comprometido con la señorita Edith Woodley, de Carstairs, pero el compromiso se

había roto por acuerdo mutuo unos meses antes, sin que se advirtieran señales de que la

ruptura hubiera provocado resentimientos. Por lo demás, su vida discurría por cauces

estrechos v convencionales, va que era hombre de costumbres tranquilas y carácter

desapasionado. Y sin embargo, este joven e indolente aristócrata halló la muerte de la

forma más extraña e inesperada.

A Ronald Adair le gustaba jugar a las cartas v jugaba constantemente, aunque

nunca hacía apuestas que pudieran ponerle en apuros. Era miembro de los clubs de

jugadores Baldwin, Cavendish y Bagatelle. Quedó demostrado que la noche de su muerte,

después de cenar, había jugado unas manos de whist en el último de los clubs

citados. También había estado jugando allí por la tarde. Las declaraciones de sus

compañeros de partida -el señor Murray, sir John Hardy y el coronel Moran- confirmaron

que se jugó al whisi y que la suerte estuvo bastante igualada. Puede que Adair

perdiera unas cinco libras, pero no más. Puesto que poseía una fortuna considerable, una

pérdida así no podía afectarle lo más mínimo. Casi todos los días jugaba en un club o en

otro, pero era un jugador prudente y por lo general ganaba. Por estas declaraciones se

supo que, unas semanas antes, jugando con el coronel Moran de compañero, les había

ganado 420 libras en una sola partida a Godfrey Milner y lord Balmoral. Y esto era todo

lo que la investigación reveló sobre su historia reciente.

La noche del crimen, Adair regresó del club a las diez en punto. Su madre y su

hermana estaban fuera, pasando la velada en casa de un pariente. La doncella declaró

que le oyó entrar en la habitación delantera del segundo piso, que solía utilizar como

cuarto de estar. Dicha doncella había encendido la chimenea de esta habitación v, como

salía mucho humo, había abierto la ventana. No oyó ningún sonido procedente de la habitación

hasta las once y veinte, hora en que regresaron a casa lado Maynooth y su hija.

La madre había querido entrar en la habitación de su hijo para darle las buenas noches,

pero la puerta estaba cerrada por dentro y nadie respondió a sus gritos y llamadas. Se

buscó ayuda v se forzó la puerta. Encontraron al desdichado joven tendido junto a la

mesa, con la cabeza horriblemente destrozada por una bala explosiva de revólver, pero

no se encontró en la habitación ningún tipo de arma. Sobre la mesa había dos billetes de

diez libras, v además 17 libras v 10 chelines en monedas de oro y plata, colocadas en

montoncitos que sumaban distintas cantidades. Se encontró también una hoja de papel

con una serie de cifras, seguidas por los nombres de algunos compañeros de club, de lo

que se dedujo que antes de morir había estado calculando sus pérdidas o ganancias en el

juego.

Un minucioso estudio de las circunstancias no sirvió más que para complicar

aún más el caso. En primer lugar, no se pudo averiguar la razón de que el joven cerrase

la puerta por dentro. Existía la posibilidad de que la hubiera cerrado el asesino, que

después habría escapado por la ventana. Sin embargo, ésta se encontraba por lo menos a

seis metros de altura v debajo había un macizo de azafrán en flor. Ni las flores ni la

tierra presentaban señales de haber sido pisadas y tampoco se observaba huella alguna

en la estrecha franja de césped que separaba la casa de la calle. Así pues, parecía que

había sido el mismo joven el que cerró la puerta. Pero ¿cómo se había producido la

muerte? Nadie pudo haber trepado hasta la ventana sin dejar huellas. Suponiendo que le

hubieran disparado desde fuera de la ventana, tendría que haberse tratado de un tirador

excepcional para infligir con un revólver una herida tan mortífera. Pero, además, Park

Lane es una calle muy concurrida y hay una parada de coches de alquiler a cien metros

de la casa. Nadie había oído el disparo. Y, sin embargo, allí estaba el muerto y allí la

bala de revólver, que se había abierto como una seta, como hacen las balas de punta

blanda, infligiendo así una herida que debió provocar la muerte instantánea. Estas eran

las circunstancias del misterio de Park Lane, que se complicaba aún más por la total

ausencia de móvil, ya que, como he dicho, al joven Adair no se le conocía ningún

enemigo y, por otra parte, nadie había intentado llevarse de la habitación ni dinero ni

objetos de valor.

Me pasé todo el día dándole vueltas a estos datos, intentando encontrar alguna

teoría que los reconciliase todos y buscando esa línea de mínima resistencia que, según

mi pobre amigo, era el punto de partida de toda investigación. Confieso que no avancé

mucho. Por la tarde di un paseo por el parque, y a eso de las seis me encontré en el

extremo de Park Lane que desemboca en Oxford Street. En la acera había un grupo de

desocupados, todos mirando hacia una ventana concreta, que me indicó cuál era la casa

que había venido a ver. Un hombre alto v flaco, con gafas oscuras y todo el aspecto de

ser un policía de paisano, estaba exponiendo alguna teoría propia, mientras los demás se

apretujaban a su alrededor para escuchar lo que decía. Me acerqué todo lo que pude,

pero sus comentarios me parecieron tan absurdos que retrocedí con cierto disgusto. Al

hacerlo tropecé con un anciano contrahecho que estaba detrás de mí, haciendo caer al

suelo varios libros que llevaba. Recuerdo que, al agacharme a recogerlos, me fijé en el

título de uno de ellos, El origen del culto a los árboles, lo que me hizo pensar que el tipo

debía ser un pobre bibliófilo que, por negocio

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (24 Kb)
Leer 15 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com