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El Resurgir Poético Tras La Guerra Civil


Enviado por   •  5 de Septiembre de 2013  •  1.710 Palabras (7 Páginas)  •  203 Visitas

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El resurgir poético tras la Guerra Civil

Con la guerra de 1936 concluye la llamada Edad de Plata de las letras españolas. El conflicto, que había forzado a muchos poetas a poner su pluma al servicio de uno de los bandos en lucha, propició una poesía caracterizada por la consigna y el esquematismo ideológico. El romance -especialmente en el bando republicano- resultó el cauce métrico que mejor se prestaba a esta poesía que quería ser a toda costa «popular». También abundó el soneto, sobre todo en el bando franquista, y más aún cuando ya se había superado la etapa de las trincheras y comenzaba la de la exaltación de las gestas guerreras y la loa de los héroes y los muertos. Entre 1936 y 1939 murieron Unamuno, Antonio Machado, Lorca, Valle-Inclán... Miguel Hernández lo hacía en 1942, en la cárcel. Numerosos poetas hubieron de salir al exilio, y muchos murieron en él. En España, la nueva situación se caracterizó por la ausencia casi absoluta de contacto con los poetas trasterrados. De estos últimos, sólo quienes ya tenían una obra sólida (Juan Ramón, León Felipe, Guillén, Salinas, Alberti...) pudieron ejercer su influjo, mínimo de todas formas, en la cultura del interior. Los más jóvenes, en cambio, quedaron desconectados del devenir literario de la postguerra, y, en el mejor de los casos, se integraron en la vida literaria de los países que los acogieron. El exilio provocó un empobrecimiento artístico que fue mucho más grave aún en la poesía escrita en lengua no castellana. El catalán literario tardó años en iniciar su recuperación; como síntoma, en 1946 apareceCementiri de Sinera, el primer título poético de Salvador Espriu. Y hasta 1947 no surge un libro de poesía verdaderamente relevante en gallego, con la publicación de Cómaros verdes, de Aquilino Iglesia Alvariño. Quienes, al empezar la década del cuarenta, se iniciaban en la poesía dentro de España, padecieron la ausencia inmediata de maestros, tras romperse un eslabón en la cadena de las generaciones. Los escritores nuevos hubieron de optar entre lo poco que se les ofrecía: en el interior, las voces de Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso (ambas en silencio hasta 1944) o Gerardo Diego; del exterior, se aceptó con reticencias el influjo de Juan Ramón, al que muchos convirtieron en abanderado de una lírica o ensimismada o evasionista, frente a cuya enseña minoritaria se enarbolaría la de Antonio Machado, verdadero santo civil para los escritores de la postguerra. Concluida la guerra, hubo un afán oficialista de normalizar la vida cultural y específicamente poética, fruto del imposible deseo de emular los florecientes años de la República. En noviembre de 1940 apareció el primer número de la revista Escorial, en cuyo equipo redactor figuraban Laín Entralgo, Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Luis Rosales y Antonio Marichalar, algunos de los cuales habían sacado a la luz, el primer año de la guerra, Jerarquía, «la revista negra de la Falange». Nacida en la estela totalitaria, trató de adoptar un aire suprapartidista e integrador, que recordaba al de la revista de preguerra Cruz y Raya, de Bergamín. Escorial se centró en contenidos religiosos e imperiales, y optó por una estética de noble clasicismo. Resulta curiosa la evolución de estos hombres, que terminaron relegados por otros grupos que pretendían alzarse con los intereses de la victoria en la guerra. Su pérdida de influencia y su progresiva autocrítica les hicieron replantearse sus posiciones civiles y, en el terreno artístico, los condujeron a una poesía recluida en el ombligo de lo personal, lo familiar y lo cotidiano Mayor importancia poética tuvo el nacimiento de la revista Garcilaso en 1943, menos hipotecada por obediencias ideológicas. La revista surgió en torno al grupo que, con el nombre de «Juventud creadora», se reunía en la tertulia del café Gijón. José García Nieto encabezaba este cónclave juvenil, bajo postulados clasicistas que se tradujeron en el imperio del soneto y de los temas heroicos y amorosos, lejos de todo desgarramiento expresivo y de toda innovación formal. El tono literario era acorde, por una parte, con una visión épica de la realidad, y, por otra, con una gratuidad artística y un optimismo jubilar en disonancia con la situación del país. La evidente falta de vínculo entre la obra literaria y la circunstancia histórica sólo puede atribuirse al afán de liberarse de una memoria de devastación y horror. Los poetas de Garcilaso se condenaron, como consecuencia de todo ello, a un tipo de expresión casi intercambiable, impersonal en su templado virtuosismo. Poco a poco, la revista se fue. impregnando del eclecticismo de la mayor parte de las publicaciones de esa índole, en las que participaban generalmente los mismos nombres. El que tal vez fuera más importante canal de difusión poética en toda la postguerra tuvo su comienzo el mismo año que Garcilaso. Se trata de la colección «Adonais», fundada por Guerrero Ruiz y José Luis Cano, que adoptó enseguida posturas más intimistas y turbadoras, dentro de una entonación neorromántica que prevaleció durante varias décadas. Los Poemas del toro, de Rafael Morales, iniciaron la andadura de esta colección. De la importancia de este sello poético, controlado, como el premio

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