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El retoño ( Fragmento )


Enviado por   •  10 de Diciembre de 2014  •  Informes  •  455 Palabras (2 Páginas)  •  190 Visitas

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EL RETOÑO

( Fragmento )

Es una vieja costumbre en mi aldea que los viajeros se levanten al primer canto del gallo y salgan al segundo, si quieren alcanzar el tren en la estación más cercana. Yo no tenía dinero para viajar en ferrocarril pero, vencido por la costumbre, me levanté a esa hora. Con gran cuidado, mientras me palpitaba violentamente el corazón, me senté al borde de la cama y me quedé escuchando. La Tía Conceseguía durmiendo plácidamente. Entonces cogí mis zapatos y, de puntillas, me acerqué a la puerta y la abrí suavemente. Quise salir y no pude. Vacilé y volví al aposento. Una tremenda angustia oprimió mi corazón y las lágrimas me inundaron el rostro. La anciana se movió ligeramente en su duro camastro y, entonces, asustado, salté hacia el patio iluminado por la luna. Guardián, mi viejo perro, se me acercó moviendo alegremente la cola. Acaricié su hirsuta pelambre, pero cuando quiso seguirme lo amenacé para que se quedara. Después crucé el patio y salí.

La noche era clara. Los eucaliptos movían perezosamente sus gallardas copas batidas por un ligero viento helado.

A pasos rápidos me dirigí al camino principal. Cuando veía algún labriego que iba a regar sus sementeras, me ocultaba detrás de los arbustos. Así anduve hasta salir de mi pueblo. Después tomé la ruta que Vicente Salas había indicado como la más corta. Caminé todo el día. Pasé por muchos pueblos sin detenerme. A medida que avanzaba, se iba apoderando de mí una especie de sopor que me hacía insensible. Caminaba como impelido por una fuerza extraña que me alentaba a seguir adelante. Todas mis energías parecían responder a un solo imperativo: caminar.

La noche me sorprendió cuando había tramontado los primeros cerros que circundaban el valle. Cansado y sediento crucé largos tramos solitarios. El viento ululante de la puna y los aullidos lejanos de los perros pastores, me infundían un terror indecible.

Cuando la oscuridad no me permitió seguir, me aparté del camino, busqué un sitio abrigado entre las pajas bravías de la puna, y me eché a dormir. No tengo ni la menor idea de cuánto tiempo dormí. Sólo recuerdo que desperté asustado por el ruido que producía un tropel de bestias y el ladrido incesante de muchos perros. Un tenue claror había sustituido a la negra noche que me había obligado a detenerme. Me quedé quieto. Pero el ruido se aproximaba rápidamente y el miedo que sentía, también, se acrecentaba.

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