La Chica Que Quisiera…
gysela20 de Junio de 2013
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Lleva leídas, en este momento, las primeras páginas de un nuevo libro, con el triste recuerdo en su piel del anterior. Se habrá levantado temprano, con el frío y la niebla húmeda, con el sueño aún pegado a sus ojos. Su desayuno habrá sido ligero. Habrá salido a caminar con el cálido roce de la brisa matinal. Habrá salido como siempre: una rutina plácida, sencilla, dulce. Estará sentada, con las piernas entrelazadas, en un pequeño parque. Estará anegada en lágrimas por la tristeza de los recuerdos: es difícil sobrellevar la muerte de Julián Sorel, la muerte de Mme de Rênal, la muerte de amor, por amor, por amar. Sin embargo, pasará; las lágrimas acabarán cuando entre el desespero, la rabia, por la actitud de Philip: cuando descubra la pasividad del ser humano, el deseo de servir, el amor entregado y sumiso, la baja autoestima ante una deformidad del cuerpo y del corazón; lo contrario a su pensamiento idealista, de amor real, vivo, activo, mutuo.
Pasarán las horas y con ellas un nuevo día. La noche caerá fijamente sobre su cuerpo desnudo entre lluvias tenues. Desnudo de ambiciones largas, de sufrimientos eternos, desnudo de efímeros deseos; cubierto de metas y proyectos, cubierto de un sereno porvenir. Acaecerá la noche y con ella invitaciones que estarán de más. Preferirá las aventuras de amor de la ‘chica mala’ a la efervescencia de una bebida en un vaso, a la música estridente de una noche excitada; será suficiente, para sus deseos, la pasión paulatina de una chica que viene y se va. Preferirá pasar la noche con Fowler y su amor: quizá frío, extraño, por Fuong; a agitar su cuerpo débil entre el caos de cuerpos húmedos, de cuerpos olorosos a fricción. Ya habrá tiempo luego, pensará, de vivir esa otra vida. Otra noche llegará. O acaso le será suficiente la calma de otra noche blanca entre el misticismo excentrico de Bertlef o los locos juegos de Avenarius.
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