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La Generación De Después De Los Posters


Enviado por   •  9 de Octubre de 2014  •  1.399 Palabras (6 Páginas)  •  386 Visitas

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"Las ciudades de Europa occidental se van plagando de este nuevo modelo de juventud", me decía hace poco un profesor universitario francés, haciendo hincapié en la palabra modelo. Y cuando le pregunté por alguna característica que precisara mejor su afirmación, añadió simplemente: "Una juventud envejecida".Es ya casi un lugar común hablar de la muerte de las ideologías en Europa. Pero para los jóvenes de hoy, para los muchachos y muchachas que tienen 20 años hoy, ni siquiera se trata de eso, se trata, simple y llanamente, de la muerte de la política. No hay manera de hacerlos hablar de este tema, y mucho menos de este o aquel partido. No les interesa. Se aburren. Hablar de partidos políticos sería hablar de proyectos para el futuro, y ellos desean vivir mejor hoy, alcanzar cualquier bienestar ahora y aquí.

Nada más lejano de sus antecesores, los actores de las rebeliones juveniles internacionales y apátridas de finales de la década de los sesenta. Unos 15 años han pasado, y los grupúsculos surgidos como protesta nueva y feroz contra una sociedad de insoportables valores, surgidos también de todas las crisis y fracturas del movimiento comunista internacional, pre y posestalinianas, parecen haberse esfumado. Las épocas en que había siempre mucho de qué hablar, en que este mucho se hablaba a menudo en una habitación, en cuyos muros colgaban uno o varios posters, Papá Ho, el Ché, Mao, Marx, Lenin, Trotski, han quedado lejos en un lapso muy corto de tiempo. La realización de las necesidades y de los deseos, el alcanzar cualquier bienestar aquí y ahora se convirtió para algunos en violencia, cuando no en terrorismo, en una última forma pesimista o desesperada del activismo político.

Al lado de este fenómeno, y al lado de aquellos jóvenes cuya situación, conveniencia y creencias (y pueden ser las tres cosas al mismo tiempo) están de acuerdo con el mundo que los rodea; existe la juventud envejecida de que hablaba el profesor francés. ¿Qué es lo que la caractetiza? Tal vez la pobreza de su bagaje cultural, tal vez la pobreza de su bagaje psicológico. Pero antes que nada, algo que sorprende enormemente al latinoamericano en Europa: una enorme incapacidad para gozar de la vida hoy y mañana, un desapego total de todo lo que pueda implicar una inversión de energías afectivas, una casi fatal ausencia de valores propios.

Estos jóvenes de hoy mantienen, sin embargo, las apariencias. Así, por ejemplo, se matriculan en las universidades, aunque a medida que avanza el año de estudios vayan desapareciendo de ellas, y se presentan tan sólo al final, en el período de exámenes, cargados de excusas, que el profesor debe comprender siempre, sobre todo si se trata de un profesor progresista y consciente de que no es precisamente la universidad de hoy la que mejor los equipa para la vida que los espera. ¿Cuántas excusas son sinceras, cuántas inventadas?

Imposible saberlo, porque estos jóvenes practican un cierto miserabilismo que los uniformiza en sus quejas y súplicas y porque son, además, a diferencia de los que los precedieron hace unos años, profundamente dóciles. Claro, no hay que engañarse: esta docilidad es a menudo parte también de su profunda indiferencia. Pueden aceptar ciertas imposiciones, ciertas tareas a cumplir; lo harán con el mínimo esfuerzo, invirtiendo un mínimo de tiempo y un mínimo de interés y de energías afectivas o intelectuales.

Sus biografías suelen ser tristes. Como si desde la primera adolescencia hubiesen vivido demasiado, de tal manera que al llegar a los 20, 23 años, no es sorprendente que en momentos de confesión (la mejor palabra sería depresión), se declaren definitivamente cansados e, increíblemente, viejos. Han vivido, diríase

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casi que por ósmosis, mil ideas, mil clisés de nuestros días, mil prácticas novedosas que había que vivir, casi a pesar de ellos mismos, como por temor a quedarse atrás o a quedarse solos si no se subían al tren de una nueva experiencia. Abandonaron la ciudad por el campo, se acercaron a algún movimiento ecologista, conocieron ex presidiarios podridos por el mundo y por la droga, han tenido cómplices, camaradas, compañeros (la palabra amigo casi no existe entre ellos). Regresaron del campo a la ciudad -tampoco eso valía la pena-, de la vida en comunidades al aislamiento más total -la comunidad, como que pasó de moda-, del amor libre al amor por ahí, donde caiga, sin sentirlo -el asunto del amor libre y aquel otro del intercambio de parejas, sobre todo, de pronto les resultó excesivamente parecido a la juerga del burgués, y por lo menos el podrido burgués se divertía-, y a veces por ahí conocieron a alguien cuyo apellido, cuyo nombre apenas recuerdan o apenas logran pronunciar. No, no es que fuera una mala persona; no, no es que no sintiera cariño por esa persona. Es que.

Es que. Ésta es la manera de explicar las cosas entre esta juventud envejecida. Su manera de hablar consiste precisamente en casi no hablar, en no completar las frases, ni siquiera las palabras, en tragarse sílabas como tragos amargos. Resulta así muy difícil acercarse a estos jóvenes cuando no han bebido muchas copas o cuando se han drogado convenientemente. Pero acercarse a ellos en estas circunstancias es presenciar una serie de gestos, que más es lo que esconden que lo que muestran sobre ellos. Bailan aparatosamente, incesantemente; bailan para ocultarse, para alejar posibles incursiones en su mal definida intimidad, en su difícilmente accesible identidad; bailan para alejar y espantar al posible compañero de baile. Sólo las copas y el avanzar de las horas los hacen caer, por fin, desplomados, inertes. Viene un largo silencio sin lágrimas o una verdadera crisis de llanto. En ambos casos están hartos de aburrirse en el mundo en que viven, en ambos casos acaban de vivir mal ahora y aquí, y en ambos casos están dispuestos a irse o a que se los lleven a cualquier parte. De preferencia, a algún lugar exótico (Tercer Mundo), de preferencia a algún lugar soleado. Hablan, muy poco sobre sus padres o hermanos, y uno nunca sabrá si es porque nunca han sabido mucho sobre eso, porque han olvidado mucho en ese desgaste permanente de vivir diversos fracasos y un solo aburrimiento, o porque hay cosas de las que jamás hablan con nadie. Ni con ellos mismos.

No leen. O llevan a algún autor favorito escondido en el bolso, por timidez. Les encanta, eso sí, escuchar historias mientras beben o fuman. Historias contadas por cualquiera y que a menudo son el contenido de una película o de una novela, o del buen fin de semana que pasó el que está contando. Miran con admiración, sus ojos rejuvenecen, encuentran simpático al narrador, les gustaría beber más con él. Pero el grupo es grande y otros conversan, y surgen discusiones sobre problemas de nuestro tiempo o hechos del día. Podrá notar el observador cómo aquellos ojos se ausentan, cómo se repliegan, cómo se van. Y si alguno por ahí trae a colación su marxismo, su maoísmo, su guevarismo, estos jóvenes personajes envejecidos caen en el más profundo de los sueños. De pronto, se han agotado; de pronto, han sumado sus agotamientos, que son también aburrimientos largos, perpetuos, en una sociedad que sólo los atraerá si ahora y aquí... Se han dormido sin decir más. No hay posters de nadie en sus paredes. Ni siquiera de Humphrey Bogart. 21, 22, 23 años.

"Mayo del 68 no tendrá un mañana", dijo Alain Touraine. "Pero sí un futuro". Era la época en que los sociólogos se preocupaban intensamente por la evolución de los movimientos estudiantiles. Hoy, los sociólogos han olvidado a estos jóvenes, a menudo estudiantes, a menudo desertores a medias de los campus universitarios, y el propio Touraine reconoce haberse ocupado de ellos durante las fracasadas huelgas del año 1976, únicamente con el afán de perfeccionar un nuevo método de análisis de los movimientos sociales. Para el proletariado, al que sus antecesores del 68 trataron tanto de acercarse, continúan siendo seres privilegiados, hijos de papá. Ellos, por su parte, detestan los valores que la sociedad actual les propone. El consumismo los agota, la publicidad los angustia, los hace sentirse miserables. El poder, las multinacionales son culpables de ese estado de ánimo que hace que estén dormidos incluso cuando se toca este tema. Son desesperantes, son aburridos, son conmovedores, no saben vivir... Tantas cosas se podría decir de ellos. Pero ellos sólo parecen poder decir: ¡sálvese quien pueda!

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