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La esencia del diálogo: escucha, palabra y silencios


Enviado por   •  16 de Octubre de 2012  •  2.708 Palabras (11 Páginas)  •  504 Visitas

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Saber escucha

La esencia del diálogo: escucha, palabra y silencios

El milagro del diálogo lo produce la acertada combinación de estos tres

elementos: escucha atenta, habla adecuada, oportunos silencios. En un

diálogo equilibrado y maduro, ninguno de estos tres elementos es más importante

que el otro y los tres son igualmente necesarios.

Hay una máxima oriental que dice: «Nadie pone más en evidencia su

torpeza y mala crianza, que el que empieza a hablar antes de que su

interlocutor haya concluido».

Saber hablar es un arte que implica, a su vez, saber escuchar. Saber

articular adecuadamente la palabra y estar atento a la que el interlocutor

pronuncia, es un ejercicio que exige esfuerzo, sensibilidad y sabiduría del

corazón.

El arte de saber escuchar

Escuchar no es lo mismo que oír. Al cabo del día se oyen muchas cosas,

pero se escucha poco, apenas prestamos atención a lo que dicen los demás,

olvidando que la atenta y amable escucha es la base del genuino diálogo. Sin

capacidad de escucha, de atención al otro, el diálogo queda bloqueado. Si

todos queremos hablar a la vez y nadie escucha las razones del otro, no hay

diálogo, solamente «monólogos yuxtapuestos» estériles y hasta ridículos.

Únicamente cuando uno es capaz de escuchar al otro, abre la puerta

para que el interlocutor pueda comunicarse con él. Y precisamente esta

intercomunicación, hecha de escucha respetuosa y de habla adecuada, es la

esencia del diálogo.

El justo equilibrio entre saber escuchar y saber hablar produce el milagro

del diálogo. Y de verdad el diálogo es un milagro de armonía, de respeto y de

sinceridad que posibilita la convivencia pacífica.

Si dialogáramos más y mejor, nuestra sociedad cambiaría radicalmente y

poco a poco iría adquiriendo un rostro más humano.

Nuestra sociedad, hoy, presenta un aspecto hosco y crispado porque en

ella falla el diálogo. El problema generacional, por ejemplo, se agudiza porque

en ambas partes (padres, hijos) hay poca capacidad de escucha.

Creceremos en humanidad en la medida en que sepamos dialogar y

convivir en paz, trabajando juntos en la construcción del bien común.

Es cierto que a veces hay personas que no hablan porque no saben qué

decir o porque resulta más cómodo no decir nada. Pero hoy día el defecto

más generalizado es precisamente el contrario: la inflación de palabras, la

«incontinencia verbal» de las personas que siempre hablan y nunca escuchan.

Extraña enfermedad que consiste en no escuchar y sólo hablar, hablar por

vicio, sin atender por dónde va la conversación e interrumpiendo no pocas

veces la palabra del otro. Es una especie de patología psicológica que pone

muy nervioso al interlocutor.

El diálogo exige una actitud silenciosa de escucha atenta. El escritor

francés Joseph Joubert afirma: «Si queréis hablar a alguien, empezad por abrir

los oídos». Solo una actitud de escucha atenta hace fecunda la palabra que

podemos brindar a nuestro interlocutor. Es difícil poder decir algo válido al que

dialoga con nosotros si antes no abrimos de par en par nuestros oídos para

escucharle.

Saber escuchar, hoy, es más importante que saber hablar. Exige dominio

de uno mismo. Es un arte y un gesto de sabiduría. Es verdad que el diálogo

está hecho de palabra y de escucha, pero lo que más suele fallar es la

escucha. Escuchar es una actitud difícil porque implica atención al

interlocutor, esfuerzo por captar su mensaje y comprensión del mismo.

Los que solo hablan sin escuchar entorpecen el diálogo y se empobrecen

en un monólogo egoísta y fastidioso que no conduce a nada.

Aprende a escuchar. Escucha mucho y habla lo necesario. Si escuchas

atentamente, siempre aprenderás y nunca te arrepentirás de ello. La escucha

es una exquisita deferencia para el que habla contigo.

Si no escuchas y solamente hablas, te conviertes injustamente en el único

centro de la conversación, mutilas el diálogo, no respetas a tu interlocutor y le

impones un sacrificio inmerecido.

El filósofo griego Zenón de Citium, que sentó los principios básicos del

estoicismo según los cuales la mejor vida es la que se halla acorde con la

naturaleza y con el culto de la virtud por la virtud misma, solía decir a sus

discípulos: «Recordad que la naturaleza nos ha dado dos oídos y una sola

boca, para enseñarnos que vale más escuchar que hablar».

En la vida diaria no solemos seguir la sabia enseñanza de Zenón. Más bien

actuamos en sentido contrario: hablamos

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