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La ética del deber


Enviado por   •  23 de Mayo de 2013  •  Ensayos  •  5.234 Palabras (21 Páginas)  •  367 Visitas

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Mijail Malishev

La ética del deber

En la práctica, la moral, funciona como un obstáculo que dificulta la afirmación abierta del mal y de la vileza, y nos obliga a evaluar los motivos de nuestra conducta según criterios de todos. No cualquier individuo inmoral se atrevería a desear a sus prójimos la realización de las máximas que dirigen su conducta. Hasta los mentirosos o ladrones empedernidos se preguntan de vez en cuando: ¿qué sucedería si todo el mundo empezara a pensar y a obrar como nosotros? Por ejemplo, yo prometo a otra persona algo que de antemano no puedo cumplir. Desde el punto de vista de mi interés práctico, a veces es útil mentir para desembarazarme de un lío. Y aunque en ocasiones deseo la mentira, ¿qué sucedería si todos los demás mintieran como yo? Bastaría tomar en cuenta esta razón para invalidar la pretensión de mis actos a la norma universal y no permitir elevar la mentira al grado de ley moral. La gente que prefiere guardar silencio acerca de los motivos que son contrarios a la conciencia moral reconoce implícitamente el carácter general de ésta.

A veces nos dicen que existen diferentes morales, pues dependen de la cultura, el nivel de educación o la época en que se vive, y que no hay moral absoluta. Pero cuando el hombre se prohíbe a sí mismo el engaño, el robo o la arbitrariedad, no se trata de una cuestión de puras preferencias que dependa de su gusto personal; se trata de someterse personalmente a una ley que él cree que vale, o debe valer, para todos. El verdadero acto moral implica el respeto a la propia dignidad y a la de todos, y se expresa en el imperativo categórico "obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal." (Kant, 1995: 39). Una acción sólo es buena si el principio al que se somete su motivo (o, en los términos de Kant, su "máxima") puede valer para todos. Obrar moralmente es actuar de tal forma que puedas desear, sin contradicción, que todo individuo se someta a los mismos principios que tú.

La conducta moral tiene lugar ahí donde el hombre se comporta no según sus impulsos, sino sometiéndose a una voluntad dictada por él mismo. Esto no quiere decir que el bien generado por el impulso (por ejemplo, la ayuda prestada por misericordia o compasión) sea considerada como algo censurable; la bondad y la compasión merecen toda nuestra aprobación; sin embargo, el respeto a la dignidad del hombre debe ser lo más preciado. El talante moral no consiste simplemente en desear al prójimo algún bien, sino en desear que el prójimo mismo se haga digno de su bien o de su felicidad. La auténtica benevolencia hacia el otro se expresa en una actitud que estimula los propios esfuerzos del beneficiario para alcanzar sus fines.

La moral no puede ser reducida a lo que en realidad motiva e induce al hombre en sus actividades. Al contrario, la moral siempre nos prescribe algo, nos exige algunas cualidades o nos demanda algunas virtudes, no importa cuál sea nuestra "naturaleza". La moralidad es deber y no sentimiento innato o inclinación espontánea de nuestro corazón. Suele considerarse que el hombre para hacer buenas obras también debe tener un alma buena: esto es, purificarse de sus malas inclinaciones e impulsos egoístas. Bajo la propia conducta moral se reconoce sólo aquellos actos que derivan de un noble sentimiento interno. Pero el hombre no debe presumir que solamente en virtud de sus buenas inclinaciones y sin autorrestricción alguna, actuará siempre moralmente. Al nivel alcanzado por el ser humano en su desarrollo ético le corresponde "no la Santidad en supuesta posesión de una completa pureza en las intenciones de la voluntad", sino "la intención moral en lucha" (Ibid.: 150); es decir, el sometimiento al deber. El ser humano, por noble y bueno que sea, no es capaz de erradicar la lucha de los motivos en su mundo interno y evitar de antemano, en virtud de su "santidad espiritual", todas las tentaciones que le empujen al mal. Pero sí puede y debe suprimirlas por medio de su razón moral cuando sea necesario.

La moral estimula al hombre a luchar contra sus propios impulsos obligándole a superar o suprimir, cuando sea necesario, los impactos perniciosos para su dignidad y para el bienestar de los demás. Por consiguiente, la moral no existe más que en el momento en que hay un esfuerzo por vencer una inclinación o superar una seducción. No se trata de erradicar los sentimientos e inclinaciones, sino de limitarlos y ser dueño de sí mismo. Es ésta la tarea moral y el objetivo de la responsabilidad del hombre guiado por el deber. ¡Hagamos lo que debamos hacer, pero que no se nos exija además la santidad interna! Para estar a la altura de las exigencias del deber es suficiente no dejar que la inclinación se convierta en acto, si éste contradice a la obligación. El hombre puede y debe ser moral, incluso teniendo malas predisposiciones, a condición de que, conociéndolas, no les dé la posibilidad de ser encarnadas en su conducta real y, por lo tanto, les otorgue la oportunidad de desaparecer por sí mismas. Todo aquel que logre suprimir las inclinaciones que empujen a transgredir la ley (aunque lo saquen de un desagradable asunto) tiene pleno derecho a mirarse en su mundo interno sin despreciarse. Al hombre de deber (ante cualquier desgracia que sufra) le mantiene siempre firme la conciencia de haber conservado su dignidad.

Que el hombre haga lo que debe hacer sin exigírsele santidad, pues ésta significa la conformidad completa de sus deseos con la ley moral sin necesidad de ninguna constricción de su sensibilidad y, por consiguiente, en la base de la moralidad yace una obligación que conlleva al dominio de los impulsos naturales. La presunción de purificar los deseos puede conducir a un cierto tipo de pretensión: la de cumplir la ley sólo en virtud de una inclinación natural. Los predicadores de la moral de este tipo aconsejan a sus adeptos purificar su sensibilidad, sublimar sus deseos, elevarlos al grado de perfección angelical, escuchar la voz interna de su corazón sin necesidad de someterla a la disciplina de su deber. Pero tal ideal es inasequible para cualquier ser humano. Si el hombre trata de convencerse y de convencer a los demás de siempre cumplir la ley moral con buena gana, sin que haya de por medio ninguna obligación por parte de su razón o que los impulsos de su corazón estén siempre en concordancia con esas leyes, correría entonces el riesgo de ser hipócrita o mentiroso. Desde luego, ocuparse de las necesidades ajenas por razones de piedad o misericordia es nada desdeñable,

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