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Las Intermitencias De La Muerte - José Saramago


Enviado por   •  7 de Marzo de 2014  •  1.866 Palabras (8 Páginas)  •  619 Visitas

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De primera edición en 2005 bajo el sello Alfaguara, “Las intermitencias de la muerte” es en mi opinión la mejor novela que he leído de Saramago. Por supuesto que no pretendo plantear ninguna competencia con otros lectores, ya que los gustos son naturalmente por definición subjetivos. Reconozco no haber recorrido la completitud de la obra del autor portugués, pero sí he leído muchos de sus libros, y puedo decir que Saramago está en el podio de mis escritores favoritos.

Éste es uno de los títulos en los que el autor eligió escribirlo con ese particular estilo que él mismo impuso. Sin signos de interrogación o exclamación, solo con comas, puntos y oraciones largas. Recurso que la colombiana Laura Restrepo (auto-declarada admiradora de Saramago) intenta imitar en una suerte de homenaje, en su novela “Delirio” (también editada por Alfaguara). De hecho en el relato de esa novela, otra obra del escritor portugués es explícitamente mencionada.

Pero volviendo al Maestro, con este estilo tan particular él logra que uno sienta un vértigo que hace que no pueda parar de leer. No solo por lo interesante del contenido, sino también por esas oraciones extensas que comienzan al principio de la página, y cuya conclusión llega casi al final de la misma. A veces sacudiéndonos, como inconscientemente insertando un razonamiento lógico o cuasi matemático en un universo de pura letra.

Lo detallado en esta novela, perfectamente puede tener lugar en el mismo país donde se desarrolla “El ensayo sobre la ceguera” y “El ensayo sobre la lucidez”. Un país que no termina de definirse como Portugal, ni del cual tampoco jamás se da referencias demasiado específicas como para asociarlo a una nación en particular.

Súbitamente el primero de Enero del año que sea (ya que no se especifica), la Muerte decide dejar de hacer su trabajo. Trazando un trillado paralelismo al discurso de las palabras de jugadores de fútbol al borde del retiro, la Muerte decide por la razón que sea, colgar la guadaña. Si se planteara tal posibilidad o se imaginara a un informativista dando esta primicia en el noticiero central, creo que la reacción inmediata y natural de la mayoría, sería de una gran algarabía. Y no sería para menos. Los niños tendrían a sus papás, abuelas y amiguitos para siempre. Las ruedas y reuniones de amigos se mantendrían eternamente, solo que cada vez con integrantes más viejos (ya que la gente no muere pero sí envejece), y así sucesivamente. Pero curiosa y dolorosamente veríamos morir a nuestras sucesivas mascotas, ya que este “beneficio” no alcanza a los animales.

Es recién con el pasar de las horas, días, semanas y meses, que se empieza a entender el papel fundamental que juega la Muerte en nuestro mundo. Porque aquellos que hasta el primero de Enero agonizaban y sufrían de dolor, no tendrán tregua y continuarán en ese estado moribundo. Quien sufra un accidente lógicamente saldrá herido, más o menos, dependiendo de la colisión. Pero no morirá.

Pero dejemos de lado el aspecto humano y más sensible, y vayamos a uno de los axiomas de nuestro mundo, la religión. Concretamente, la Iglesia Católica. ¿Cómo afectaría sus máximas? ¿Qué pasaría con la muerte y resurrección de Jesús? ¿Qué ocurriría con el Cielo y el Infierno? Pero subamos la apuesta. ¿Qué incentivo además de su causa tendría un extremista islámico para cometer un atentado suicida cuando sabe que no morirá, y que Alá jamás lo premiará con sus 72 vírgenes porque nunca llegará ni a conocerlo siquiera? Y que de resultar “exitoso” su atentado, probablemente termine horriblemente mutilado con indescriptibles dolores.

¿Y qué pasaría con los sistemas de salud? Algunos ya desbordados cuando la Muerte aún actuaba, ¿cómo podrían ahora atender además a enfermos y accidentados inmortales? ¿Y los ancianos en los asilos? En lugar de liberarse camas con cierta regularidad como solía ocurrir en esas instituciones por razones obvias, ahora por el contrario, se irían amontonando adultos mayores al punto de que perfectamente podríamos quitarle la “a” y llamar a esos lugares, directamente “silos”. Porque básicamente los ancianos se convertirían en granos que iríamos acumulando en distintos almacenes.

¿Y cómo se vería afectada la economía? ¿Cómo se desenvolverían los funerarios siendo que sus servicios ya no son más requeridos? ¿Cómo se adaptarían al nuevo orden vigente? ¿Y las empresas proveedoras de seguros de vida? ¿Cómo enfrentarían la nueva realidad? ¿Quebrarían o encontrarían alguna alternativa para seguir en el negocio? Como cabe esperarse del Ser Humano, ya sea por cualidades o defectos, éste siempre encuentra la forma de adaptarse. Y ésta no será la excepción. Aparecerán soluciones moralmente cuestionables para algunos, lógicas para otros. Pero el mundo o mejor dicho el país en cuestión, seguirá adelante. Hasta que la Muerte decide terminar su “broma”, y nos obliga a enfrentarnos a unos de los dilemas existenciales por excelencia. ¿Queremos conocer el día exacto en que vamos a morir?

De allí en adelante la novela se centra en un personaje específico. Y en su relación particular con la Muerte, y la curiosidad que este personaje le despierta y obsesiona.

Ésta es la última novela de Saramago editada por Alfaguara en el formato y diseño clásico de la colección. Antes de renovarse el arte de las tapas y contratapas con las que fueron editados sus dos últimos libros, “El viaje del Elefante”, y “Caín”.

“Las intermitencias de la Muerte”. Una joya de Saramago que

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