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Las Mujeres Que No Tienen Fin


Enviado por   •  26 de Abril de 2013  •  465 Palabras (2 Páginas)  •  262 Visitas

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Las mujeres que no tienen fin

Creado en Sábado, 09 Marzo 2013 06:03

Por BEATRIZ VANEGAS ATHÍAS

Conocí a Cristina que estaba casada con Juan Eliécer. Juancho era ebanista y borrachín. Así como él incumplía con la entrega de los juegos de comedor, las camas, los escaparates, así los clientes demoraban para pagarle. Entonces él mandaba a Cristina a cobrar por todo el pueblo. Y si ella regresaba sin las cuentas completas recibía una tanda que le impedía salir por tres o cuatro días. Pero Cristina nunca pensó siquiera en abandonar a Juan Eliécer: se murió una mañana porque el aire no alcanzó a llegar a sus pulmones. A falta del afecto de Juan Eliécer, bueno era el Malboro.

Pude ver también las profundas ojeras de Pilar. Su propensión a llorar por todo. Sus nervios como una taza partida difícil de pegar con la gota mágica. De profesión: sombra. Su marido decidió jubilarse a los 40 años y nunca jamás volvió a trabajar. A ella solo le importaban tres cosas: conseguir para comer, tener casa propia y mantener la ropa planchada para que Adolfo luciera siempre simpático. Los hijos se la arreglaron como pudieron. Adolfo se murió y nunca le compró la casa. Hoy sus nervios son su caballito de batalla para permanecer en la vida mientras ingiere e ingiere medicamentos.

Debo recordar a Teresa, Edelfa y Carmencita que se pasaron la vida intentando tener un hijo --así no se casaran-- para no pasar la vejez solas. Tuvieron el hijo, creció, jodió y finalmente se fue. Y Teresa, Edelfa y Carmencita, pasaron la vejez abandonadas.

Cómo olvidar a Gladys, ama de casa pulcrísima. Marido estático como una calcomanía. Hija mayor mujer, hijos menores hombres educados para no levantar un plato de la mesa, jamás tender la cama, parrandear cada fin de semana, tener hijos antes de los veinte. Tolerancia absoluta ante cualquier fracaso escolar, porque para eso estaba la mamá, la niña Gladys, y Ana María, la hermana mayor, quienes debían trabajar para que los niños fueran los doctores de la casa.

Recuerdo a Mariela, casada a los 18 años con un ingeniero, 20 años mayor que ella, de quien se rumoraba que visitaba la trastienda del turco Nilson. Pero llenó de seis hijos a Mariela, para demostrar su hombría. Mariela cobraba su soledad a la vida, llenándose de lujos, comodidades y viajes. Pero nunca dejó a su ingeniero.

Recuerdo a Francisca, la única que se sacó el clavo de las golpizas que le daba su esposo Agustín porque se atrevió a tener un hijo con Rafael. Todos en el pueblo sabían que ese hijo no era de Agustín, todos, menos Agustín. Y Francisca, cada vez que la golpeaba, miraba al niño y soltaba la carcajada.

He querido recordarlas ahora que se celebra el Día de la Mujer.

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