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Leyendas Y Mitos

9 de Diciembre de 2012

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LA PLANCHADA

Esta leyenda fue de las más populares del siglo XX, también es conocida como "La Enfermera Visitante", evoca muchas narraciones misteriosas ocurridos en el Hospital Juárez, el Centro Médico, además de clínicas y centros de salud de la Ciudad de México y sus alrededores.

Una de las versiones de cómo ocurrieron los hechos que dieron origen a la leyenda narra que una enfermera de nombre Eulalia entró a formar parte del personal de un hospital civil, y en poco tiempo se ganó la simpatía y el afecto del personal médico y administrativo.

La joven enfermera era de buena presencia, y vestía su ropa siempre con una blancura impecable, y muy bien almidonada y planchada.

Era entregada a su vocación por atender a los pacientes, en una ocasión el Director del hospital llamó al personal porque iba a presentar a un médico de nuevo ingreso, pero sin embargo ella no acudió al llamado porque se encontraba atendiendo a un paciente.

El médico recién llegado se llamaba Joaquín, era joven y recién egresado, y después de un corto tiempo en el hospital se rumoraba que era orgulloso y envanecido. Cierto día se le encomendó a la enfermera Eulalia que auxiliara al Doctor Joaquín, quien iba a extraer una bala a un paciente que llegaba de urgencia.

Dicen que Eulalia quedó impactada al conocer al Doctor Joaquín, y que después de colaborar con el mencionado médico no dejaba de hablar de sus ojos y de lo bien parecido que era. A pesar de que muchas personas le recomendaron que no se enamorara del galeno, en poco tiempo se hicieron novios, aunque la relación no era equitativa: ella le entregaba todo su amor y él era fanfarrón, y coqueteaba con otras enfermeras.

Pasaron meses e incluso más de un año, y el Doctor Joaquín le dijo que se casarían. Ella se emocionó mucho y comenzó a ilusionarse con la boda.

Un día, él le pidió que le guardara un traje de etiqueta porque iba a ir a una elegante recepción al día siguiente. Ella accedió, y así al otro día el la visitó en su casa, donde se cambió y al terminar conversaron un rato. Eulalia le comentó que había olvidado mencionarle que a la mañana siguiente iba a salir temprano de viaje pues tenía un seminario al norte del país que duraría 15 días.

A la enfermera Eulalia le extrañó un poco que no le hubiera mencionado nada Joaquín acerca del viaje con anterioridad, pero le deseó buen viaje y se despidió del él.

A la semana, ella ya lo extrañaba mucho, y un enfermero del hospital conversó con ella y le confesó que tenía interés de que ella lo acompañara a una fiesta, pero ella le dijo que no podía hacerlo, pues estaba comprometida con el Doctor Joaquín, a lo que él le respondió que cómo iban a estar comprometidos si él se acababa de casar y estaba en su viaje de bodas, además que había renunciado a su trabajo y se iba de la ciudad.

La enfermera Eulalia no pudo evitar sumirse en una profunda depresión por el engaño en el que había sido víctima. Dicen que comenzó a llegar tarde al trabajo, descuidó a algunos enfermos, e incluso hay quienes mencionan que se le llegaron a morir por su desatención.

Pasó el tiempo, y ella cayó en cama por una enfermedad que la llevó más tarde a la tumba, en el mismo hospital donde trabajaba.

Después de un tiempo, comenzaron a suceder hechos extraños, como que una mañana un paciente que estaba grave amaneció muy bien, y le dijo a la enfermera:

-Gracias por sus ciudades, la medicina que me dio me mejoró mucho.

Sin embargo, la enfermera no había ido en la madrugada.

En otra ocasión, una paciente también mencionó que una enfermera vestida con ropa muy bien almidonada había ido durante la noche a darle unas pastillas.

Así comenzaron a ser comunes las narraciones de las visitas de la fantasmal enfermera a quien llamaron desde entonces "La Planchada".

EL JINETE SIN CABEZA

En Llera, cerca de Estación Zaragoza, existía hace más de un siglo un próspero rancho con muchas cabezas de ganado vacuno, manadas de yeguas unas con burro manadero que producían potrillos y mulitos; había gallinas, patos, guajolotes y muchos árboles de nogales, naranjos, limas, limones, aguacates y papayas. Ahí vivía un joven ranchero con una bella esposa, él era todo un hombre de a caballo, mejor que cualquier vaquero de la región. Había andado con Pedro José Méndez en la lucha contra los franceses.

Ella era hermosa, nacida en Tampico y sabía varios idiomas. Una tarde de otoño, muerto de hambre y jalando un caballo que rengueaba, espiado, con los cascos casi inútiles llegó un soldado de caballería que no era mexicano, pidió agua y comida: una vez que se la dieron contó a ella que hablaba inglés: “vengo huyendo de la guerra en los Estados Unidos, perdí todo menos el honor, voy a la ciudad de México a enlistarme en el ejército, soy militar y no sé hacer otra cosa”. Se le dio hospedaje y alimentación para él y su caballo. “Agarramos fuerzas y nos vamos” decía…

Era acomedido y servicial, rajaba leña, cuidaba caballos, los herraba y les untaba manteca en los cascos. No era vaquero y platicaba en inglés con la señora. No quisiera entrar en detalles por pudor y campeada, pero cierta ocasión el ranchero los encontró muy juntos bajo un árbol, en el río. Sin más, a él le ató las manos por detrás y con la ayuda de sus vaqueros aventó la reata de la rama más alta, se la puso en el pescuezo y que lo cuelga; a ella que la corre del lugar a cuartazos, por infiel y para siempre.

Fue tan grande el coraje y su vergüenza, que con una correa, lazó las patas del difunto colgado, y que lo estira con su caballo hasta que se desprendió del cuerpo la cabeza. Y desde esa vez en esos contornos hay quien afirma, que en las noches de luna vio cabalgando a galope tendido a un jinete que en la mano llevaba un sable, pero que el cuerpo no tenía cabeza. Pasó mucho tiempo sin que nadie se atreviera a andar por los caminos en la noche, porque tenían miedo de aquél espanto. Se corrió la voz, llevaron sacerdotes a bendecir todos aquellos lugares y los cascos se seguían escuchando en la oscuridad.

Luego construyeron la vía del ferrocarril Tampico-Victoria allá por 1890, y se cuenta que pasajeros y maquinistas al cruzar aquél tramo de la vía escuchaban gritos en un idioma que no entendían y que la voz brotaba de las entrañas; hubo quien vio junto al tren a toda carrera un caballo que echaba chispas con sus cascos, cola y crin, montado por un jinete sin cabeza.

LA SEÑORA DE LA TUMBA

Ésta es la historia de una señora de las ricas de Matehuala cuando aquí era una ciudad de Mucha alcurnia. Resulta que esa señora se murió de un ataque de catalepsia y la velaron

Por 72 horas hasta que la llevaron a enterrar al panteón Hidalgo.

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En aquellos años, más que ahora aunque todavía se acostumbra, a los difuntos los enterraban con sus mejores joyas. Ya estaba todo el cortejo en el panteón y para darle la última despedida abrieron el féretro. Los enterradores se dieron cuenta de que la difunta llevaba muchas joyas. Al terminar el sepelio, la gente se retiró, pero una vez entrada la noche los enterradores decidieron robarse las joyas. Abrieron la tumba y también la caja y le quitaron las joyas a la difunta, pero un anillo muy bonito no le salía; por más que le jalaban no se lo podían quitar. Uno de los ladrones le dijo su compañero que había que mocharle el dedo y éste con la navaja se lo cortó para así poder extraer el anillo. En ese momento brotó un chorro de sangre y la señora se levantó pegando un grito de dolor. Se sentó asombrada, pero más asombrados estaban los ladrones que del susto empezaron a gritar y a correr. La señora se salió de su tumba y fue detrás de ellos diciéndoles: “No, no, yo no estoy muerta, yo tenía un ataque nada más.” Pero los ladrones ni así se detuvieron a ver si era cierto. Ya de rato, ella los alcanzó y ellos le pidieron perdón y la llevaron a su casa.

EL DUENDECILLO

En el estacionamiento del Edificio Ipiña de San Luis Potosí se ha visto a un niño corriendo, como si fuera un duendecito. Es un niño chiquito y casi no se le ve la ropa. Anda corriendo y se ríe. Una vez unos niños jugaban futbol ya muy tarde uno de los niños la pateo muy fuerte y se fue la pelota un poco lejos. Fuimos por ella y en eso que salió un niño y aventó la pelota más lejos. Todos los niños se asustaron, pero pensaban que era algún niño travieso que se había metido aunque el estacionamiento ya estaba cerrado. Uno de los compañeros fue por la pelota y el niño, risa y risa, la aventó más lejos. Luego el niño lo quiso regañar al duende por andarle haciendo travesuras el duende corrió y se metió en a una puerta que estaba cerrada. Lo curioso, es que atravesó la puerta y al atravesarla desapareció

EL ARBOL DEL VAMPIRO

Cuenta la historia que en el siglo XVIII en la Guadalajara colonial llegó un misterioso hombre que venía de Europa y que se quedó a vivir en un pueblito llamado Belén, se llamaba Don Jorge y era uno de los más ricos hacendados del pueblo, sin embargo los habitantes del poblado le temían ya que acostumbraba a vestir siempre de negro y salir solo por las noches.

Al poco tiempo la gente se alarmó al ver que aparecían animales muertos, pero días después se encontraron cadáveres de personas sin una gota

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