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Literatura


Enviado por   •  16 de Julio de 2014  •  5.910 Palabras (24 Páginas)  •  167 Visitas

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LITERATURA Y POLÍTICA

La relación entre literatura y política es, en principio, una relación de lenguaje. O mejor, y quizás de manera precisa: una relación entre dos lenguajes.

Hay, como es obvio, un lenguaje de la literatura; hay, también lo sabemos, un lenguaje de la política.

Sin embargo, la relación entre ambos nunca es unívoca ni idéntica. A veces la literatura habla el lenguaje de la política; otras veces -acaso las menos, y tan sólo en circunstancias excepcionales- la política habla el lenguaje de la literatura.

Que la literatura hable o no el lenguaje de la política podría pensarse asimismo como una cuestión política: habría, es probable que haya, una política de la literatura, del mismo modo como hay y como hubo siempre una política de la lengua. En tal sentido podemos suponer que asimismo habría, y quizás de manera inevitable, una política de la escritura y una política de la lectura.

Se trata por cierto de conjeturas, que muchas veces generan antes que pruebas en el sentido jurídico o retórico del término, meras preguntas o interrogantes. Por ejemplo: de qué manera lo político se dice en lo literario?...Cuál es la relación que ata, acaso de manera inextricable, las prácticas políticas y las prácticas lingüísticas?... Qué del poder se manifiesta a través de la lengua, y cómo la lengua replica o responde a los dichos prescriptivos de ese poder?....Y finalmente, y de manera quizás decisiva: cuáles son los efectos -si es que los hubiera- que la política produce a través la literatura, los efectos políticos de un texto literario?...

Más que respuestas absolutas a esta clase de interrogantes, las notas que siguen pretenden proponer casos donde las preguntas puedan desplegarse sobre un sustrato preciso y concreto, el fértil territorio de la materialidad textual donde la literatura argentina no deja de interpelarnos con lo inquietante -y sin duda apasionante- de estas persistentes cuestiones.

Primer caso

Facundo, ese texto pragmático concebido como un instrumento al servicio de la acción política, deslumbra por su estilo brillante. ¿Se trata, entonces, de una belleza convertida en el medio privilegiado de una praxis que se proyectaría, inexorable, sobre el espacio de una nación en ciernes?...

En los años cuarenta del siglo XIX esa literatura poseía, sin ninguna duda, la capacidad excelsa no sólo de decir lo político sino además, y esencialmente, de difundirlo: la literatura en Sarmiento es, así, un modo de lo político, el modo discursivo mayor -si se nos permite el término- con que lo político se dice. Esa literatura, lo sabemos, es biográfica, es histórica, es ensayística, pero además, y en el sentido estricto del vocablo, es trágica.

Por ello, la muerte de Facundo es representada por las figuras clásicas de la lexis trágica: presagios, augurios, indicios, son las señales conque el destino implacable anuncia la fatídica irreversibilidad de lo por venir. El escenario donde se consumará esa muerte parece hablar un lenguaje de signos siniestros, un lenguaje al que todos los personajes del drama comprenden salvo uno, el propio Facundo.

Facundo no comprende. No comprende porque no puede hacerlo, no comprende porque no quiere hacerlo. Y en esa terca imposibilidad de entender, que no es más que la tenaz voluntad de marchar al encuentro del propio destino, Facundo es investido por las formas eximias con que la literatura dibuja desde siempre la silueta del héroe trágico.

Por ello, Facundo se agranda en el momento postrero de su muerte, se convierte en héroe. No lo era cuando maltrata a sus padres, no lo era cuando se burla, impiadoso, del sufrimiento de las niñas tucumanas que claman en vano por sus hombres presos. Pero lo es en ese instante final, cuando despojándose de todos esos rasgos que lo denigran a lo largo del texto sarmientino, enfrenta ese instante supremo, al que Borges reescribió con el héroe preguntando “¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas?”...

Segundo caso

De todos modos, y de manera obvia, Facundo Quiroga no es más que un gaucho desde la perspectiva sarmientina. Más aún: es el paradigma mismo del gaucho argentino. Por eso hay que convocarlo, exorcizándolo, como hace Sarmiento en el prólogo de su libro, para que nos revele el misterio de un ser nacional ignoto al que es menester transformar. El gaucho, para Sarmiento, más allá de la fascinación que sobre él pueda ejercer en tanto personaje, es el sujeto negado por la política y la historia.

Martín Fierro, su réplica, su antagonista, será por el contrario el sujeto evocado por la política y la historia. La evocación en Hernández es plañidera y melancólica: posee su propio beatus ille, ese paraíso criollo originario donde el gaucho vivía en un estado de virginal felicidad. El gaucho Martín Fierro, a diferencia de Facundo Quiroga, no tiene un destino trágico, aunque la suya haya sido una vida labrada por tragedias. Sin embargo, potencialmente era un personaje trágico, y por ello Jorge Luis Borges escribe su muerte en su relato “El Fin”, narrando lo que Hernández no había llegado a escribir. ¿Cómo leer, en consecuencia, ese fin borgeano?... ¿Cómo traición, como desvío, como asunción de un legado textual e incluso, y por qué no, como homenaje al texto de José Hernández?...

La literatura se presenta así como un espacio singular de polémicas políticas, pero no en el sentido de una tribuna por la que desfilarían contendientes que asumen posiciones encontradas, sino en el sentido de un espacio donde la política modela, con sutileza y finura, escrituras y representaciones que se cruzan, se encuentran, se chocan y por momentos se diseminan en una dispersión que suele burlar las lecturas más atentas.

Así, la literatura también podría pensarse como un humus lábil y por lo tanto fácilmente maleable, donde se urde el genius de la patria: por ello, la letanía deviene denuncia, proclama, incluso imprecación, cuando Martín Fierro se convierte en Juan Moreira. Que es, ahora sí, un personaje tan trágico como Facundo Quiroga, y que al igual que él, es representado con todos los atributos que a sus héroes le asigna la tragedia.

En un notorio paralelismo, Juan Moreira tampoco escucha las advertencias de quienes le sugieren evitar su destino. Desmesuradamente valiente como el tigre de los llanos, y tan ciegamente como él, marcha al encuentro de su propia muerte, que será mucho más cara que la de Facundo puesto habrá de pagarse con las heridas y las vidas de muchos de

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