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Mi Papa El Inmigrante


Enviado por   •  14 de Marzo de 2012  •  2.973 Palabras (12 Páginas)  •  572 Visitas

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Mi padre el inmigrante - Poemas de Vicente Gerbasi

Poemas » vicente gerbasi » mi padre el inmigrante

Mi padre el inmigrante

Poema publicado el 10 de Noviembre de 2008

"Mi padre, Juan Bautista Gerbasi, cuya vida es el motivo de este poema, nació en una aldea viñatera de Italia, a orillas del Mar Tirreno, y murió en Canoabo, pequeño pueblo venezolano escondido en una agreste comarca del Estado Carabobo".

Vicente Gerbasi

I

Venimos de la noche y hacia la noche vamos.

Atrás queda la tierra envuelta en sus vapores,

donde vive el almendro, el niño y el leopardo.

Atrás quedan los días, con lagos, nieves, renos,

con volcanes adustos, con selvas hechizadas

donde moran las sombras azules del espanto.

Atrás quedan las tumbas al pie de los cipreses,

solos en la tristeza de lejanas estrellas.

Atrás quedan las glorias como antorchas que apagan

ráfagas seculares.

Atrás quedan las puertas quejándose en el viento.

Atrás queda la angustia con espejos celestes.

Atrás el tiempo queda como drama en el hombre:

engendrador de vida, engendrador de muerte.

El tiempo que levanta y desgasta columnas,

y murmura en las olas milenarias del mar.

Atrás queda la luz bañando las montañas,

los parques de los niños y los blancos altares.

Pero también la noche con ciudades dolientes,

la noche cotidiana, la que no es noche aún,

sino descanso breve que tiembla en las luciérnagas

o pasa por las almas con golpes de agonía.

La noche que desciende de nuevo hacia la luz,

despertando las flores en valles taciturnos,

refrescando el regazo del agua en las montañas,

lanzando los caballos hacia azules riberas,

mientras la eternidad, entre luces de oro,

avanza silenciosa por prados siderales.

II

Venimos de la noche y hacia la noche vamos.

Los pasos en el polvo, el fuego de la sangre,

el sudor de la frente, la mano sobre el hombro,

el llanto en la memoria,

todo queda cerrado por anillos de sombra.

Con címbalos antiguos el tiempo nos levanta.

Con címbalos, con vino, con ramos de laureles.

Mas en el alma caen acordes penumbrosos.

La pesadumbre cava con pezuñas de lobo.

Escuchad hacia adentro los ecos infinitos,

los cornos del enigma en vuestras lejanías.

En el hierro oxidado hay brillos en que el alma

desesperada cae,

y piedras que han pasado por la mano del hombre,

y arenas solitarias,

y lamentos del agua en cauces penumbrosos.

¡Reclamad, gritando hacia el abismo,

el mirar interior que hacia la muerte avanza!

En nuestras horas yacen reflejos de heliotropos,

manos apasionadas, relámpagos del sueño.

¡Venid a los desiertos y escuchad vuestra voz!

¡Venid a los desiertos y gritad a los cielos!

El corazón es una secreta soledad.

Sólo el amor descansa entre dos manos,

y baja en la simiente con un rumor oscuro,

como torrente negro, como aerolito azul,

con temblor de luciérnagas volando en un espejo,

o con gritos de bestias que se rompen las venas

en las calientes noches de insomnes soledades.

Mas la simiente trae a la visible e invisible muerte.

¡Llamad, llamad, llamad vuestro rostro perdido

a orillas de la gran sombra!

III

Relámpago extasiado entre dos noches,

pez que nada entre nubes vespertinas,

palpitación del brillo, memoria aprisionada,

tembloroso nenúfar sobre la oscura nada,

sueño frente a la sombra: eso somos.

Por el agua estancada va taciturno el día,

doblegando los juncos hacia barcas

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