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Novelas De Voltaire


Enviado por   •  4 de Enero de 2015  •  16.178 Palabras (65 Páginas)  •  171 Visitas

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Novelas de Voltaire Tomo Primero

Contents:

Como Anda el Mundo, Vision de Babuco

Memnon, o La Cordura Humana

Micromegas,

Historia Filosofica

Historia de un Buen Brama,

Los Dos Consolados

COMO ANDA EL MUNDO, VISION DE BABUCO,

ESCRITA POR ÉL PROPIO.

Entre los genios que á los imperios del mundo presiden, ocupa Ituriel

uno de los primeros puestos, y tiene á su cargo el departamento de la

alta Asia. Baxó una mañana á la mansion del Escita Babuco, á orillas

del Oxô, y le dixo así: Babuco, los Persas han incurrido en nuestro

enojo por sus excesos y sus desvaríos, y ayer se celebró una junta de

genios de la alta Asia para decidir si habian de castigar ó destruir á

Persepolis. Vete á este pueblo, examínalo todo; me darás cuenta, y por

tu informe determinaré si he de castigar ó exterminar la ciudad. Yo,

señor, respondió humildemente Babuco, ni he estado nunca en Persia, ni

conozco en todo aquel imperio á ninguno. Mas vale así, dixo el ángel,

que no serás parcial. Del cielo recibiste sagacidad, y yo añado el don

de inspirar confianza: ve, mira, escucha, observa, y nada temas, que

en todas partes serás bien visto.

Montó pues Babuco en su camello, y se marchó con sus sirvientes. Al

cabo de algunas jornadas, encontró en los valles de Senaar el exército

persa que iba á pelear con el exército indio; y dirigiéndose á un

soldado que halló en un parage remoto, le preguntó qual era el motivo

de la guerra. Por los Dioses celestiales, que no lo sé, dixo el

soldado, ni me importa; mi oficio es matar ó que me maten para ganar

mi vida: servir aquí ó allí, es para mí todo uno; y aun puede ser que

me pase mañana al campo de los Indios, que dicen que dan á los

soldados cerca de media-dracma de cobre al dia mas que en este maldito

servicio de Persia. Si quereis saber porque pelean, hablad con mi

capitan. Babuco, despues de haber hecho un regalejo al soldado, entró

en el campo, y habiendo hecho conocimiento con el capitan le preguntó

el motivo de la guerra. ¿Cómo quereis que lo sepa yo? ¿y qué me

importa, sea el que quiera? Yo resido á doscientas leguas de distancia

de Persepolis; me dicen que se ha declarado la guerra, y al punto dexo

mi familia, y, como es costumbre, voy á buscar fortuna ó la muerte,

porque no tengo otra cosa que hacer. ¿Y vuestros camaradas, dixo

Babuco, no estan tampoco mas instruidos que vos? No, dixo el oficial:

solamente nuestros principales sátrapas son los que á punto fixo saben

porque nos degollamos.

Atónito Babuco se introduxo con los generales, y se insinuó en su

familiaridad. Al fin le dixo uno de ellos: La causa de la guerra que

asuela veinte años ha el Asia, procede en su orígen de una contienda

de un eunuco de una de las mugeres del gran rey de Persia, con un

oficinista del gran rey de las Indias. Tratábase de un derecho que

producia con corta diferencia un triésimo de darico; y como tanto el

primer ministro de Indias como el nuestio sustentáron con dignidad los

derechos de su amo respectivo, se inflamáron los ánimos, y saliéron á

campaña de cada parte un millon de soldados. Cada año es necesario

reclutar estos exércitos con quatrocientos mil hombres. Crecen las

muertes, los incendios, las ruinas y las talas; padece el universo, y

sigue la enemiga. Nuestro ministro y el de Indias protestan con mucha

freqüencia que no les mueve otra cosa que la felicidad del linage

humano; y á cada protesta se destruye alguna ciudad, ó se asuelan

algunas provincias.

Habiéndose al otro dia esparcido la voz de que se iba á firmar la paz,

dieron el general indio y el persa á toda priesa la batalla, que fue

sangrienta. Vió Babuco todos los yerros y todas las abominaciones que

se cometiéron, y fué testigo de las maquinaciones de los principales

sátrapas, que hiciéron quanto estuvo en su mano para que la perdiera

su general: vió oficiales muertos por su propia tropa; vió soldados

que acababan de matar á sus moribundos camaradas, por quitarles

algunos andrajos ensangrentados, rotos y cubiertos de inmundicia;

entró en los hospitales adonde llevaban á los heridos, que perecían

casi todos por la inhumana negligencia de los mismos que pagaba á peso

de oro el rey de Persia para que los socorriesen. ¿Son hombres estos,

exclamaba

...

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