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Nuestra Lengua

clauditasz1 de Mayo de 2013

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NUESTRA LENGUA

Octavio Paz

El misterio de la vocación poética no es menos sino más enigmático: comienza con un amor inusitado por las palabras, por su calor, su sonido, su brillo y el abanico de significados que muestran cuando, al decirlas, pensamos en ellas y en lo que decimos. Este amor no tarda en convertirse en fascinación por el reverso del lenguaje, el silencio.

Los hombres somos hijos de la palabra, ella es nuestra creación; también es nuetra creadora: sin ella no seríamos hombres. A su vez la palabra es hija del silencio; nace de sus profundidades, aparece por un instante y regresa a sus abismos.

Todas las sociedades humanas comienzan y terminan con el intercambio verbal, con el decir y el escuchar. La vida de cada hombre es un largo y doble aprendizaje: saber decir y saber oír. El uno implica al otro: para saber decir hay que aprender a escuchar. Empezamos escuchando a la gente que nos rodea y así comenzamos a hablar con ellos y con nosotros mismos. El lenguaje nos da el sentimiento y la consciencia de pertenecer a una comunidad.

Para todos los hombres y mujeres de nuestra lengua la experiencia de pertenecer a una comunidad lingüística está unida a otra: esa comunidad se extiende más allá de las fronteras nacionales.

El español nació en una región de la Península Ibérica y su historia, desde la Edad Media hasta el siglo XVI, fue la de una nación europea. Todo cambió con la aparición de América en el horizonte de España. El español del siglo XX no sería lo que es sin la influencia creadora de los pueblos americanos con sus diversas historias, psicologías y culturas.

Se dice con frecuencia que la misión del escritor es expresar la realidad de su mundo y su gente. Es cierto pero hay que añadir que, más que expresar, el escritor explora su realidad, la suya propia y la de su tiempo.

La gran literatura es generosa, cicatriza todas las heridas, cura todas las llagas y aun en los momentos de humor más negro dice si a la vida. Pero hay más. Explorar la realidad humana, revelarla y reconciliarnos con nuestro destino terrestre, solo es la mitad de la tarea del escritor: el poeta y el novelista son inventores, creadores de realidades. El poema, el cuento, la novela, la tragedia y la comedia son, en el sentido propio de la palabra, fábulas: historias maravillosas en las que lo real y lo irreal se enlazan y se confunden.

El idioma vive en perpetuo cambio y movimiento; esos cambios aseguran su continuidad y ese movimiento su permanencia. Gracias a sus variaciones, el español sigue siendo una lengua universal, capaz de albergar las singularidades y el genio de muchos pueblos.

El lenguaje humano está abierto al universo y es uno de sus productos prodigiosos pero igualmente, por sí mismo, es un universo. Si queremos pensar o vislumbrar siquiera al universo, tenemos que hacerlo a través del lenguaje. La palabra es nuestra morada: en ella nacimos y en ella moriremos. Ella nos reúne y nos da conciencia de lo que somos y de nuestra historia. Acorta las distancias que nos separan y atenúa las diferencias que nos oponen. Nos junta pero no nos asila: sus muros son transparentes y a través de esas paredes diáfanas vemos al mundo y conocemos a los hombres que hablan en otras lenguas.

Descubrimos así una verdad simple o doble: primero, somos una comunidad de pueblos que habla la misma lengua y, segundo, hablarla es una manera entre muchas de ser hombre. La lengua es un signo, el signo mayor, de nuestra condición humana.

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