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Por Humberto Campodónico

cindybusExamen1 de Mayo de 2014

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Las trompetas sonaban hace tiempo

Sáb, 05/12/2009 - 21:48

Por Humberto Campodónico

Tengo la impresión de que este Gobierno peruano tiene 10 años de atraso, porque esta idea de la liberalización y la privatización total, que en un momento fue tan importante en muchos países, ahora ya está abandonada” (Alain Touraine, sociólogo francés, Revista Domingo, 11/5/2008).

“Perú debe cambiar su estructura productiva y pasar de ser un sector primario a uno industrializado, con valor agregado y generación de empleos. Perú invierte entre 0.1 y 0.2% del PBI en innovación y desarrollo. Se debe establecer una meta para llegar a 0.5%. El Gobierno tiene que liderar, junto con el sector privado (José Luis Guasch, Consejero en Competitividad, Banco Mundial, Andina, 20/7/09).

Esto es muy parecido a lo que ha dicho hace unos días el “gurú”, Michael Porter. Pero por tratarse de él, ha “rebotado” con fuerza en los medios, a diferencia de las críticas anteriores.

Dijo Porter: “El Perú atraviesa tiempos económicamente peligrosos porque las fuerzas que explican el crecimiento reciente no son sostenibles porque no generan competitividad. Perú depende demasiado de las exportaciones de materias primas, que tienen un potencial limitado para impulsar el crecimiento económico y la diversificación económica. Perú ha logrado progresos en política macroeconómica pero no está invirtiendo lo suficiente en recursos humanos e infraestructura”.

Esto puede también leerse así: continuar con el modelo primario exportador no va a llevar al país al desarrollo. Puede, eso sí, dar ganancias para un sector reducido de la población mientras duren los precios de los “commodities”. Pero nada más.

Dicho de otra manera, la “teoría” que afirma que “en algún momento” el modelo económico va a “chorrear” a la mayoría de la población no tiene sustento alguno. Para tratar de justificarse, el ministro Carranza nos habla de que “ha crecido el PBI per cápita”, como si el aumento de ese indicador “promedio” fuera equivalente a más bienestar cuando la distribución del ingreso es súper desigual. No, pues.

Lo que ha dicho Porter no es nada nuevo, por favor. Hace tiempo que se sabe que las ventajas comparativas (por ejemplo, exportar los minerales que tenemos) deben dar paso a las ventajas competitivas, que se forjan con políticas explícitas para impulsar valor agregado en la producción que cree empleos y sea competitiva a nivel mundial, para lo cual hay que avanzar en ciencia y tecnología, donde estamos muy mal. Todo esto no se puede lograr sin mejorar la educación y salud, mejorar la infraestructura y avanzar hacia la reducción de la pobreza.

Estas recomendaciones mandan al traste la letanía oficialista de que “basta con la inversión”, cualquiera sea ésta, sin importar dónde se localice y qué produzca. El lema es: “salvo la inversión todo es ilusión”. Por eso, el Estado debe darle todos los incentivos posibles, sobre todo si es extranjera (ya tiene “igual trato” que la nacional).

Porter dice que “la productividad de la economía nacional proviene de la combinación de las firmas nacionales y extranjeras”. Agrega que “la productividad de las industrias domésticas o “locales” es fundamental para la competitividad, no solo la de las industrias de exportación”. Pero aquí se desprotege a la industria nacional con los aranceles más bajos de la Región y, peor aún, se admite la entrada de productos subvaluados que solo favorecen a las empresas importadoras.

Hay muchas más cosas que dice Porter. Pero todas se podrían reducir a una sola: para alcanzar la competitividad se necesita de metas nacionales claras, lo que implica –en el caso peruano- una nueva ecuación en las responsabilidades del Estado para liderar ese esfuerzo. O, lo que es lo mismo, mientras sigamos en la política de “no cambiar para nada el modelo, para que nada cambie”, el desarrollo estará cada vez más lejano y las brechas sociales se agrandarán.

El portero llama dos veces

Mar, 08/12/2009 - 22:38

Por Augusto Álvarez Rodrich

alvarezrodrich@larepublica.com.pe

El debate sobre las lecciones de Michael Porter.

El gurú mundial de la competitividad, Michael Porter, vino a Lima y, en vez de lisonjear al gobierno, tuvo el acierto de zamaquear la autocomplacencia que este y un sector del empresariado suelen exhibir.

Según Porter, el Perú carece de una estrategia de competitividad de largo plazo y, si bien ha progresado en la macroeconomía, ha sido mediocre en terrenos cruciales como la infraestructura, la educación o la competitividad.

No todos estuvieron de acuerdo con el profesor del Harvard Business School. Desde los molestos en un gobierno acostumbrado a solicitar –o ponerse él mismo– estrellitas de buena conducta en la frente, hasta economistas como Richard Webb, quien ayer señaló que, a diferencia de lo planteado por Porter, las exportaciones con valor agregado no están estancadas, el empleo sí ha crecido, y la inversión extranjera no solo ha comprado firmas existentes sino que también ha creado nuevas.

Eso es cierto, pero el planteamiento de Porter es en esencia correcto y contrasta con el espíritu autocomplaciente que prima en el gobierno y en una parte de un empresariado que cree que el éxito de una nación solo se lee en la última línea de los estados de resultados de la gestión de sus compañías.

La lección de Porter es refrescante especialmente para respaldar –por su prestigio– lo que muchos vienen anotando desde hace tiempo y que, cuando lo hacen, son tildados de aguafiestas, criticones, agoreros y todas esas cosas con las que se llenan la boca el presidente, los apristas y varios ministros.

En esencia, que el crecimiento –como el tan importante registrado en el Perú en las últimas dos décadas– es un factor indispensable para el desarrollo pero, sin duda, insuficiente para dar el gran salto a la modernidad y lograr pasar de la categoría de países que solo crecen a la primera liga mundial de las que progresan como nación y que la historia reciente ha demostrado que –como en Singapur, Taiwán o Nueva Zelanda– es un proceso que se puede conseguir en alrededor de cuatro décadas si las cosas se hacen consistentemente bien.

Esto requiere reformas profundas en educación, salud, seguridad, justicia, organización del sector público y del servicio civil, y la competitividad de las empresas y de la sociedad en su conjunto. Es decir, la agenda pendiente desde hace tiempo en el país y que ningún presidente peruano de por lo menos el último medio siglo ha tenido el coraje de emprender.

CESAR HILDEBRANDT

El evento lo organizaron la Universidad del Pacífico e Interbank y concluyó el pasado lunes.

Se llamó “Seminario Internacional: Claves de una Estrategia Competitiva”.

Concurrieron todos los capitanes de empresa, los almirantes de las finanzas, los cabos sueltos del comercio y los funcionarios públicos con algo que decir en este país que administra Alan García.

La estrella indiscutida fue Michael Porter, considerado por un amplio sector de la prensa internacional como el más reconocido especialista en competitividad de las economías globalizadas.

El diario “Gestión”, por ejemplo, lo presentó así: “el gurú mundial sobre estrategia y competitividad”.

Porter, profesor fulgurante del Harvard Business School y autor de 16 libros, vino a ponerle nota al modelo Fujimori-Toledo-García.

Las llamadas “fuerzas vivas” fueron a escuchar a esta mente brillante, que ha asesorado a empresas como Dupont y Procter and Gamble y cuyo libro “The Competitive Advantage of Nations”, publicado en 1990, se convirtió en referente de todo análisis serio que se hiciera en torno a lo que puede hacer fuerte a un país en una economía sin fronteras aparentes como la actual.

¿Y qué le dijo al empresariado peruano Michael Porter?

Pues le dijo varias cosas (y acudo a la crónica que sobre esa noche memorable hiciera para “Gestión” Alfredo Prado):

LA PRIMERA es que el Perú carece de una política de largo plazo en materia de competitividad.

La segunda es que la economía peruana no tiene un rumbo definido.

La tercera es que el crecimiento económico del Perú –hecho que la estadística confirma- no se ha reflejado en beneficio de la mayoría de la población.

La cuarta es que el Perú ha vivido estos años “una ilusión exportadora” porque las cifras en azul proceden del alza de las materias primas, mientras que nuestra exportación de productos con valor agregado permanece inmóvil.

La quinta es que el Perú padece de un atraso dramático en relación a la invención y la tecnología. “El Perú -apuntó- no sólo no ha avanzado en este rubro: parece haber retrocedido”.

La sexta es que la mayor parte de la inversión extranjera “no viene a crear nuevas empresas sino para comprar negocios ya existentes”. Y añadió, con espantosa exactitud, lo siguiente: “Cuando un inversionista piensa en una nueva fábrica no piensa en el Perú”.

La séptima es que, a largo plazo, las dificultades del Perú tendrán que ver con la baja productividad, la pésima Educación, el deficiente sistema de salud, las debilidades en infraestructura física, la desigualdad social, la aplastante corrupción y el alto nivel de informalidad.

La octava es que los éxitos peruanos de los últimos años pueden irse al demonio sino limpiamos el sistema judicial, sino defendemos los derechos de propiedad y si no fumigamos y reordenamos la disuasiva burocracia creada

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