Resumen Isla Misteriosa Jv
julumaruro23 de Febrero de 2015
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2. Librodot La isla misteriosa Julio Verne JULIO VERNE La isla misteriosa 1. LOS NAUFRAGOS DEL AIRE 1. Un globo a la deriva -¿Remontamos? -¡No, al contrario, descendemos! -¡Mucho peor, señor Ciro! ¡Caemos! -¡Vive Dios! ¡Arrojad lastre! -Ya se ha vaciado el último saco. -¿Se vuelve a elevar el globo? -No. -¡Oigo un ruido de olas! -¡El mar está debajo de la barquilla! -¡Y a unos quinientos pies! Entonces una voz potente rasgó los aires y resonaron estas palabras: -¡Fuera todo lo que pesa! ¡Todo! ¡Sea lo que Dios quiera! Estas palabras resonaron en el aire sobre el vasto desierto de agua delPacífico, hacia las cuatro de la tarde del día 23 de marzo de 1865. Seguramente nadie ha olvidado el terrible viento del nordeste que sedesencadenó en el equinoccio de aquel año y durante el cual elbarómetro bajó setecientos diez milímetros. Fue un huracán sinintermitencia, que duró del 18 al 26 de marzo. Produjo daños inmensosen América, en Europa, en Asia, en una ancha zona de 1.800 millas, quese extendió en dirección oblicua al Ecuador, desde el trigésimo quintoparalelo norte hasta el cuadragésimo paralelo sur. Ciudades destruidas,bosques desarraigados, países devastados por montañas de agua que seprecipitaban como aludes, naves arrojadas a la costa, que los registrosdel Bureau-Veritas anotaron por centenares, territorios enteros niveladospor las trombas que arrollaban todo lo que encontraban a su paso,muchos millares de personas aplastadas o tragadas por el mar; talesfueron los testimonios que dejó de su furor aquel huracán, que fue muysuperior en desastres a los que asolaron tan espantosamente La Habanay Guadalupe, uno el 25 de octubre de 1810, otro el 26 de julio de 1825. Al mismo tiempo en que tantas catástrofes sobrevenían en la tierra yen el mar, un drama no menos conmovedor se presentaba en losagitados aires. En efecto, un globo, llevado como una bola por una tromba, yenvuelto en el movimiento giratorio de la columna de aire, recorría elespacio con una velocidad de noventa millas por hora, girando sobre símismo, como si se hubiera apoderado de él algún maelstrom aéreo.
3. Librodot La isla misteriosa Julio Verne Debajo de aquel globo oscilaba una barquilla, que contenía cincopasajeros, casi invisibles en medio de aquellos espesos vapores,mezclados de agua pulverizada, que se prolongaban hasta las superficiesdel océano. ¿De dónde venía aquel aerostato, verdadero juguete de la tempestad?¿En qué punto del mundo había sido lanzado? Evidentemente no habíapodido elevarse durante el huracán; pero el huracán duraba desde hacíacinco días, y sus primeros síntomas se manifestaron el 18. Así, pues, eralícito creer que aquel globo venía de muy lejos, porque no había recorridomenos de dos mil millas en veinticuatro horas. En todo caso, los pasajeros no habían tenido medios para calcular laruta recorrida desde su partida, porque no tenían punto alguno decomparación. Debió producirse el curioso hecho de que, arrastrados porla violencia de la tempestad, no lo sintieron. Cambiaban de lugar y giraban sobre sí mismos, sin darse cuenta deesta rotación, ni de su movimiento en sentido horizontal. Sus ojos nopodían penetrar la espesa niebla que se amontonaba bajo la navecilla.Alrededor de ellos todo era bruma. Tal era la opacidad de las nubes, queno hubieran podido decir si era de día o de noche. Ningún reflejo de luz,ningún ruido de tierras habitadas, ningún mugido del océano habíallegado hasta ellos en aquella oscura inmensidad, mientras se habíansostenido en las altas zonas. Sólo su rápido descenso había podidodarles conocimiento de los peligros que corrían encima de las olas. No obstante, el globo, libre de pesados objetos, tales comomuniciones, armas, provisiones, se había elevado hasta las capassuperiores de la atmósfera a una altura de cuatro mil quinientos pies.Los pasajeros, después de haber reconocido que el mar estaba bajo labarquilla, encontrando los peligros menos temibles arriba que abajo, nohabían vacilado en arrojar por la borda los objetos más útiles, y tratandode no perder nada de aquel fluido, de aquella alma de su aparato, que lessostenía sobre el abismo. Transcurrió la noche en medio de inquietudes que hubieran sidomortales para otras almas menos templadas. Llegó después el día y conel día el huracán mostró tendencia a moderarse. Desde el principio de aquel día, 24 de marzo, hubo algunos síntomasde calma. Al alba, las nubes más vesiculares habían remontado hasta lasalturas del cielo. En algunas horas la tromba fue disminuyendo hastaromperse. El viento, del estado de huracán, pasó al gran fresco, es decir,que la celeridad de traslación de las capas atmosféricas disminuyó lamitad. Era aún lo que los marinos llaman “una brisa a tres rizos”, pero lamejoría en el desorden de los elementos no fue menos considerable. Hacia las once, la parte inferior del aire se había despejado mucho. Laatmósfera despedía esa limpidez húmeda que se ve, que se sientedespués del paso de los grandes meteoros. No parecía que el huracánhubiese ido más lejos en el oeste; al contrario, parecía que se habíadisipado por sí mismo; tal vez se había desvanecido en corrientes
4. Librodot La isla misteriosa Julio Verneeléctricas, después de la rotura de la tromba, como sucede a veces a lostifones del océano Indico. Pero hacia esa hora también se pudo comprobar de nuevo que elglobo bajaba lentamente, por un movimiento continuo en las capasinferiores del aire. Parecía que se deshinchaba poco a poco y que suenvoltura se alargaba dilatándose, pasando de la forma esférica a laforma oval. Hacia mediodía, el aerostato se cernía a una altura de dosmil pies sobre el mar. Medía cincuenta mil pies cúbicos, y gracias a sucapacidad había podido mantenerse largo tiempo en el aire, bien porquehubiese alcanzado grandes latitudes, bien porque se había movidosiguiendo una dirección horizontal. En aquel momento los pasajeros arrojaron los últimos objetos queaún pesaban en la barquilla, los pocos víveres que habían conservado,todo, hasta los pequeños utensilios que guardaban en sus bolsillos, yuno de ellos, alzándose sobre el círculo en el que se reunían las cuerdasde la red, trató de atar sólidamente el apéndice inferior del aerostato. Era evidente que los pasajeros no podían mantener más el globo enlas zonas altas y que les faltaba el gas. ¿Estaban, pues, perdidos? En efecto, no era ni un continente, ni una isla lo que se extendíadebajo de ellos. El espacio no ofrecía ni un solo punto para aterrizar, niuna superficie sólida en la que su áncora pudiera morder. ¡Era el inmenso mar, cuyas olas se chocaban con incomparableviolencia! ¡Era el océano sin límites, hasta para ellos que lo dominabandesde lo alto y cuyas miradas abarcaban entonces un radio de cuarentamillas! ¡Era la llanura líquida, golpeada sin misericordia, azotada por elhuracán, que les debía parecer como una multitud inmensa de olasdesenfrenadas sobre las cuales se hubiera arrojado una vasta red decrestas blancas! ¡Ni una tierra se veía, ni un buque! Era menester, pues, a toda costa, detener el movimiento de descenso,para impedir que el aerostato se hundiese en medio de las olas, y en esaa todas luces urgente operación se ocuparon los pasajeros de labarquilla. Pero, a pesar de sus esfuerzos, el globo bajaba cada vez más,al mismo tiempo que se movía con extrema celeridad, siguiendo ladirección del viento, es decir, de nordeste a sudoeste. Situación terrible la de aquellos infortunados. Evidentemente no erandueños del aerostato. Sus tentativas no tuvieron resultado. La cubiertadel globo se deshinchaba, el fluido se escapaba sin que fuera posibleretenerlo. El descenso se aceleraba visiblemente y, a la una de la tarde,la barquilla no estaba suspendida a más de seiscientos pies sobre elocéano. Era, en efecto, imposible impedir la huida del gas, que se escapabalibremente por una rasgadura del aparato. Aligerando la barquilla de todos los objetos que contenía, lospasajeros pudieron prolongar, durante algunas horas, su suspensión enel aire. Pero la inevitable catástrofe no podía tardar y, si no aparecía
5. Librodot La isla misteriosa Julio Vernealguna tierra antes de la noche, los pasajeros, barquilla y globo habríandesaparecido definitivamente en las olas. La sola maniobra que quedaba por hacer fue hecha en aquelmomento. Los pasajeros del aerostato eran, sin duda, gente enérgica ysabían mirar la muerte cara a cara. No se oyó ni un solo murmulloescaparse de sus labios. Estaban decididos a luchar hasta el últimosegundo, y hacían todo lo que podían para retrasar su caída. La barquillaera una especie de caja de mimbre, impropia para flotar, y no habíaposibilidad de mantenerse en la superficie del mar, si caía. A las dos el aerostato estaba apenas a cuatrocientos pies sobre lasolas. En aquel momento una voz varonil -la voz de un hombre cuyo corazónera inaccesible al temor-se oyó. A esta voz respondieron voces no menosenérgicas. -¿Se ha arrojado todo? -¡No! ¡Aún quedan dos mil francos en oro! Un saquito pesado cayó entonces al mar. -¿Se eleva el globo? -¡Un poco, pero no tardará en volver a caer! -¿Qué lastre nos queda? -¡Ninguno! -¡Sí!... ¡La barquilla! -¡Acomodémonos en la red y, al mar, la barquilla! Era, en efecto, el único y último medio de aligerar el aerostato. Lascuerdas que sostenían la barquilla al círculo fueron cortadas, y elaerostato, después de la caída de aquélla, remontó dos mil pies. Los cinco pasajeros que se habían metido en la red, encima delcírculo, y se sostenían en los hilos de las mallas miraban el abismo. Es conocida la sensibilidad estática de los aerostatos. Bastaba arrojarel objeto más ligero para provocar un movimiento en sentido vertical. Elaparato, flotando en el aire, obra como una balanza de exactitudmatemática. Se comprende que, aligerado de un peso relativamenteconsiderable,
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