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Retrato del artista como paradoja


Enviado por   •  31 de Mayo de 2021  •  Ensayos  •  2.914 Palabras (12 Páginas)  •  108 Visitas

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Gombrich, E. H. “Retrato del artista como paradoja”, Revista de Libros. Segunda Época, Fundación Amigos Revista de Libros, número 45, septiembre de 2000, pp. 1-8

El arte es la expresión de las culturas y el mantenimiento de la trascendencia humana. Es sustento del alma y estímulo del espíritu.  En este caso, Gombrich, habla con toda dureza y honestidad de la obra de Schama, critica su razonamiento de presentar la monografía, su comparación con Rubens, entre otras cosas más, creando una verdadera y productiva crítica de la obra.

Es una reseña crítica, del libro de Simon Schama, titulado Rembrandt’s eyes, donde sencillamente se pretenderá hablar de la vida y obra de Rembrandt. El primer elemento que Gombrich se dedica a hacer análisis, no sólo se trata de hablar de la vida de un solo pintor, Schama creyó conveniente mencionar la vida de otro pintor: Rubens, porque alegaba que la inclinación que Rembrandt le tuvo al otro, era tan grande y se ve reflejada en su trabajo, a tal grado de considerarse un dopperlgänger del artista flamenco. El autor reseñado explica esta comparación por diversos factores, en su autorretrato, donde se ve una clara influencia de la obra de Rubens. Pero aún si se ve que Rubens está sutilmente presente en las fuentes de Rembrandt,el autor critica que se vean capítulos enteros donde Rembrandt (el que debería ser el protagonista del libro) si tampoco aparece, no obstante Schama considera indispensable agregar partes de la vida de Rubens en esos espacios, tales como: el adulterio del padre de Rubens y las consecuencias que se vivieron con eso. Un punto a criticar el del método en que Schama narra su obra, él menciona que más que ser un análisis de la historia del arte, podría parecer una novela histórica. Un ejemplo de esto es que Schama dedica una larga y ardua descripción del asedio de s'Hertogenbosch, evento en el que Rembrandt contaba con poco más de veinte años y que ni siquiera participó en la dicha batalla, sin embargo que el autor de la obra considera incluir, puesto que en un autorretrato de por esas fechas, se puede notar una pieza de una armadura a manera de resplandor debajo del cuello. Además, de diversas descripciones de pasajes de la vida del pintor holandés, y como prueba de ello está cuando en 1603, escoltó unos regalos a Mantua.

Resumen

Bajo el título Rembrandt por sí mismo, la National Gallery de Londres organizó el pasado verano una exposición –que después iría a La Haya– de autorretratos pintados y grabados del maestro holandés, desde sus primeros tiempos de Leiden hasta los últimos años de su vida. Si los ensayos reunidos en el catálogo han despertado su deseo de saber más sobre el escenario en que se desarrolló esta tragedia, se habrán alegrado al saber que Simon Schama, autor de un libro muy leído sobre la Edad de Oro de Holanda, The Embarrassment of Riches, volvía su atención a Rembrandt en un libro titulado Rembrandt's Eyes. Pero una vez que el lector tiene entre sus manos ese pesado volumen puede muy bien sentirse necesitado de fuerza no sólo física sino mental para dominar las 750 páginas de texto y notas, sin sucumbir a la tentación de saltarse capítulos enteros en los que Rembrandt no aparece ni una sola vez. Como Plutarco en sus Vidas paralelas de griegos y romanos, Schama nos ofrece la vida de un pintor holandés –Rembrandt – y la de un flamenco –Rubens-.

Tanto el traje como la postura se hacen eco de un autorretrato de Rubens que debía de conocerse en Holanda a través de reproducciones. Pero por mucha importancia que atribuyamos a esta dependencia, me parece una manifiesta exageración calificar a Rembrandt de «pseudorubensiano». En su obra de referencia Rembrandt as an Etcher, Christopher White discute e ilustra los múltiples estados de este grabado. En él, el artista quería presentarse de la manera más majestuosa, y no es imposible que el retrato de Rubens le guiara en tal esfuerzo. Schama, por su parte, cita el famoso pasaje de la autobiografía latina de Constantijn Huygens, escrita entre 1629 y 1631, donde se elogian las obras de Lievens y Rembrandt pero se lamenta su negativa a ir a Italia a estudiar las obras de Rafael y Miguel Ángel. Lo extraño es que omite mencionar que los artistas sostenían que un viaje tan arduo era innecesario, pues ya se podían ver en Holanda las más bellas obras italianas.

El autor disfruta sorprendiendo, y desde luego lo consigue con su obertura: «Tras treinta salvas, los cañones fueron obligados a enfriarse. Quizá fue entonces cuando Constantijn Huygens creyó oír cantar a los ruiseñores sobre la artillería...». El propio Rembrandt, que entonces contaba veintipocos años, no participó en estas crueles guerras, pero el episodio militar le sirve a Schama para presentar al artista a través de un autorretrato de aquel año que revela un destello metálico bajo el cuello, una pieza de armadura llamada gorget que, en palabras de Schama, «le daba un porte de soldado sin las correspondientes obligaciones».

La descripción de un episodio temprano de la vida de Rubens nos ofrece un buen ejemplo de los métodos de Schama. En 1603, cuando el joven pintor estaba al servicio del duque de Mantua, fue enviado a España por su señor para acompañar al envío de unos regalos y, entre ellos, de varios cuadros. Su carta del 24 de mayo de 1603, desde Valladolid, donde se abrieron las cajas que contenían las pinturas, nos dice lo que había sucedido: «Los cuadros que fueron empaquetados con todo el cuidado posible por mi propia mano, en presencia de mi señor el Duque, luego inspeccionados en Alicante, a petición de los funcionarios de aduanas y hallados intactos, se han descubierto hoy, en la casa del Signor Hannibal Iberti, tan maltratados y estropeados que casi desespero de poder restaurarlos. Pues el daño no es un moho o mancha superficial, que puede quitarse; sino que el lienzo mismo está completamente podrido y destruido. El deterioro se debe seguramente a las continuas lluvias que han durado veinticinco días, algo increíble en España. Los colores estaban desteñidos y, por la larga exposición a la humedad extrema, se han hinchado y desprendido en escamas, de modo que en algunos lugares el único remedio es rasparlos con una espátula y volver a pintarlos».

Como Schama, la autora acepta el marco de los hechos –Rosa fue a Roma, y al entrar en la ciudad tuvo que pasar por los suburbios– pero los hechos no le bastan, y tiene que entregarse a estas ensoñaciones. En realidad, puede que Schama deba su éxito entre el público lector a su convicción de que el poder imaginativo de la empatía humana sigue siendo la llave maestra para el pasado.

Schama tiene razón, sin duda. Como la tiene cuando nos recuerda que el primer biógrafo de Rembrandt ––quien contaba que el artista dejó la universidad porque su única inclinación natural era por la pintura– usaba, sin duda, un cliché, pero un cliché que puede ser cierto después de todo, y cuando observa en otro lugar que «a veces los románticos tienen razón». Tiene razón cuando insiste en que la reacción contra la estética del genio ha ido demasiado lejos, y que una «corrección supe escéptica le ha arrebatado a Rembrandt buena parte de su extraordinaria inventiva».

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