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Sobre Quevedo " Amor Constante Mas Alla De La Muerte"


Enviado por   •  3 de Agosto de 2013  •  12.730 Palabras (51 Páginas)  •  454 Visitas

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Quevedo y la crítica > La poesía amorosa de Quevedo > P. Jauralde

La poesía amorosa de Quevedo

«Cerrar podrá mis ojos la postrera…»

por Pablo Jauralde Pou

[p. 89] Así arranca un famoso soneto de Quevedo, el más hermoso de toda la poesía española, al decir apasionado de Dámaso Alonso, que se regodeó en una sentida y gozosa explicación, poco después de que parafrasearan su lectura otros grandes críticos: María Rosa Lida, Amado Alonso, José Ferrater, Otis H. Green, Fernando Lázaro Carreter, Carlos Blanco Aguinaga, Amedée Mas, Maurice Molho… El poema de Quevedo se revalorizó por el tratamiento de fuentes a que le sometió María Rosa Lida, por el paso por la crítica sicológica (Ferraté) y existencial de los dos Alonso, por el estructural de Lázaro Carreter, por el más histórico de Amedée Mas y de Blanco Aguinaga. No falta en los estudios globales de J. M. Pozuelo, J. Olivares, P. J. Smith…1

Desde nuestra perspectiva, parece oportuno subrayar que muchas de estas explicaciones fueron rabiosamente históricas, lo que no es ningún juicio de valor negativo, antes al contrario: Dámaso Alonso vertió su angustia existencial en la interpretación del soneto, Lázaro su pasión por el estructuralismo…

Ocurre con este soneto lo mismo que con las restantes obras señeras de nuestra historia literaria, o incluso que con las grandes interpretaciones de géneros y subgéneros (el teatro, la picaresca, la novela cortesana…): puede leerse limpiamente, desde nuestra circunstancia, pertrechados de una cultura de final de siglo y amplios conocimientos filológicos, a través de ese chisporroteo crítico que ha ido produciendo mientras atravesaba el tiempo para llegar a nuestra lectura. Y puede intentar leerse con el esfuerzo de la arqueología filológica y cultural que recupere la creación y primeras lecturas.

En el segundo de los casos sorprenderá —una vez más— el acrisolamiento de fuentes en tan solo esos catorce versos. Quevedo, como los [p. 90] grandes poetas del barroco, recoge, sin aparente esfuerzo, una tradición poética grecolatina, que, renovada por los poetas italianos y trasmitida por los petrarquistas, acaba por confundirse con la expresión natural de una época atiborrada de recuerdos.

Texto

Intentaré poner cierto orden en todo ello, particularmente para ir señalando los diversos momentos de la lectura. Porque lo primero ha de ser, en buena ley, la lectura correcta del texto; para lo cual debe preceder la tarea de los artesanos de la crítica, filólogos e historiadores, que rescatan el texto de su precariedad textual y lo limpian de moho y paja, de manera que podamos leerlo sin problema y entenderlo, digamos, literalmente.

Pues bien, si yo me dedicara a sintetizar esos preliminares, poco podríamos avanzar, porque ése es uno de los quehaceres más enredosos, y la madeja está todavía por devanar. Se trata, por tanto, de crítica textual o de ecdótica, una parcela preliminar y especializada de la Crítica, que en este caso vamos a intentar resolver desde otras perspectivas. La verdad es que solo se conserva un testimonio que nos interese de este soneto: aparece en una parte de la edición póstuma de las obras poéticas de Quevedo, Parnaso español… (de 1648),2 la que se dedica a la musa Erato, la amorosa, en una especie de apéndice o subapartado final que Quevedo titula, con gramática de Propercio, Canta sola a Lisi. Por cierto —aviso para navegantes de última hora—: no aprecio variantes en los muchos ejemplares consultados de esa primera edición, en cualquiera de sus estados.

No existe ningún manuscrito, noticia indirecta o impreso que testimonie su transmisión. Se trata de uno de los muchos poemas que Quevedo guardó celosamente para entregarlos a la posteridad, que tuvo buen cuidado de que no circularan, al contrario de lo que ocurrió, con romances y letrillas, sobre todo, o con versos circunstanciales.3

Pero si solo se conserva un testimonio, el problema de su lectura parece no existir: será ese texto la lectura correcta y única. En principio sí; ocurre empero que, para que una lectura de un texto clásico cobre sentido [p. 91] coherente en transposición actual, hay que transformar su sistema gráfico histórico en sistema vigente, y derivar cuidadosamente su significado mediante signos diacríticos (acentuación, mayúsculas y puntuación) hacia el sistema actual. En ese delicado proceso de trasplante filológico el texto genuino, además de haberse revestido con un nuevo sistema gráfico, ha sido «tocado» en dos lugares concretos, uno de ellos afecta a la calidad rítmica de los versos, el otro al sistema sintáctico.

Además ha sido totalmente reconvertido sintácticamente, al depositar sobre él un sistema diacrítico que le confiere significados.

¿Por qué me detengo en este aspecto? Porque aquel paso primero y sencillo de cualquier comentario, la lectura del soneto, está determinado por todas estas operaciones filológicas.

En el proceso de transposición diacrítica habremos de incorporar el estudio de fuentes, ya que muchas veces los modelos nos pueden aclarar el significado —a partir de la construcción sintáctica incluso— de ciertos pasajes.

Leamos ahora el soneto, con una puntuación más o menos aceptada, tal y como lo viene haciendo la crítica.

Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera

sombra, que me llevare el blanco día;

i podrá desatar esta alma mía

hora, a su afán ansioso lisongera:

mas no de essotra parte en la rivera

dejará la memoria, en donde ardía;

nadar sabe mi llama la agua fría,

i perder el respeto a lei severa.

Alma, a quien todo un dios prissión ha sido,

venas, que humor a tanto fuego han dado,

medulas, que han gloriosamente ardido;

su cuerpo dejarán, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado.

He aquí el soneto en la edición de J. M. Blecua, con la enmienda aceptada del «dejará» del verso 12, puntuación y acentuación críticas.

Amor

...

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