El rol de la desconfianza en el pensamiento de Tomas Hobbes y John Locke y su incidencia en el mundo moral y político del siglo XXI
Aspasia17Documentos de Investigación29 de Febrero de 2016
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El rol de la desconfianza en el pensamiento de Tomas Hobbes y John Locke y su incidencia en el mundo moral y político del siglo XXI
Rosa María Longo Berdaguer
Las relaciones humanas en nuestro siglo están en crisis: la amistad como valor ha sido desplazada por la competencia y la estimación de las personas no responde a características morales o intelectuales sino que se mide por el éxito y poder económico. El confiado acercamiento al otro se supone una ingenuidad que no condice con la realidad mientras que desconfiar de los demás se considera una conducta normal e incluso inteligente. El viejo dicho: “desconfía y acertarás” se ha convertido en un precepto para la vida.
La preeminencia de la desconfianza sobre la confianza me llevó a investigar el significado y alcance de estos sentimientos así como las raíces teóricas que les dieron cabida en la cosmovisión moderna para tratar de comprender su incidencia en el mundo moral y político actual, sobre todo latinoamericano, ya que desde el poder se generan para manipular a la ciudadanía. Con este objetivo comencé analizando la fundamentación de la desconfianza en las filosofías de Hobbes y Locke, que ambos postulan pero no con un mismo alcance, y su influencia en las propuestas políticas para, finalmente mostrar la permanencia de sus postulados en el siglo XXI y su incidencia en la construcción política actual.
DESARROLLO
¿Qué entendemos por confianza y desconfianza? Confiar y desconfiar significan creer o sospechar sobre una posibilidad futura vinculada con alguien o algo; no son afirmaciones cognitivas sino sentimientos de expectativas subjetivas referidas a ‘un otro’. Como cualquier sentimiento son difíciles de definir en forma precisa porque, aunque necesarios para comprender las relaciones humanas, no se limitan a lo racional sino que incluyen lo emocional y axiológico, pero se puede decir que confiar implica creer, o tener fe en que algo o alguien será o actuará conforme a lo que se espera y desea, mientras que la desconfianza cree lo opuesto, es decir que se desconfía de algo o alguien porque se sospecha que será o actuará en contra de los que se espera o desea. No son dos polos que se alternen necesariamente, o se confía o se desconfía, porque en realidad lo verdaderamente opuesto a ambos es la indiferencia, la carencia de juicio evaluativo. Sin embargo, cuando predomina la desconfianza se requiere de algún tipo de confianza ya que el que desconfía lo hace por razones que contradicen argumentos en los que cree.
La desconfianza como forma de preservar el instinto de conservación humano, de defendernos de las circunstancias imprevistas, parece inevitable. Si bien en ciertos casos puede ser una conducta prudencial, como forma de dirigirse a la vida, es conflictiva. Desconfiamos cuando sospechamos que algo malo puede suceder, lo que genera miedo; cuando presumimos incapacidad o resultados y conductas dañinas de los demás, lo cual amplia la sensación de vulnerabilidad. Vivir desconfiando es vivir con miedo porque es confiar en que el otro te traicionará, y cuanto mayor sea, mayor será el miedo y la inseguridad lo que significa una importante restricción a la libertad porque el miedo suele ser paralizante, puede llevar a recluirse y a la inactividad, o a tomar decisiones apresuradas sin evaluar la veracidad o la magnitud de lo que tememos. Andar siempre desconfiando es paranoia. Confiar siempre es credulidad.
La confianza o desconfianza pueden estar dirigidas al ser humano como tal o sobre sus capacidades, como conocer, comprender, aprender, crear, organizar o gobernarse; pero también hacia sí mismo o hacia los demás, referidas tanto a las personas como a las organizaciones sociales, jurídicas, o políticas. De modo que siempre inciden en la forma de valorarnos como humanos, de encausar la propia vida y en la manera de enfocar las conexiones interpersonales e institucionales. En todos los casos se refiere a un ’otro’: la especie, el propio hacer, las personas o las instituciones.
A lo largo de la historia estos sentimientos cobraron mayor o menor relevancia pero la desconfianza como forma natural de vinculación humana aparece justificada en el siglo XVI. Los pensadores que la fundamentaron y que más incidieron en la concepción antropológica y social moderna fueron Tomas Hobbes y John Locke.
Tomas Hobbes y la desconfianza ontológica
“Así hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia, segunda la desconfianza tercera la gloria. La primera impulsa a los hombres a atacarse para lograr un beneficio; la segunda para lograr seguridad, y la tercera para ganar reputación” (XIII: 135)
Para Hobbes la relación natural entre los hombres es la desconfianza, afirmación que basa en un análisis filosófico que pretende tener una rigurosidad científica, similar a la galileana, que fundamentaría la veracidad, necesidad y universalidad de sus propuestas. El análisis de su pensamiento permitirá, no sólo entender la lógica de su desconfianza radical y la coherencia de su propuesta política, sino también comprender por qué sus planteos continúan vigentes, con mayor o menor intensidad, en grandes núcleos de la sociedad.
Para preservar la objetividad científica va a proponer la hipótesis de un Estado de Naturaleza, de un contexto pre social carente de cualquier orden legal o político (semejante al Paraíso Terrenal pero secularizado) donde se pueda analizar la naturaleza del hombre en estado puro sin ninguna influencia moral, teológica o social. Reduce al hombre a cuerpo y movimiento acorde con el modelo materialista y mecanicista galileano. La observación de sus movimientos le muestra que todos, tanto los involuntarios como los voluntarios, están dirigidos a la auto conservación de la vida. Y para lograr este único objetivo, las acciones no están generadas por ideas, principios innatos o sentimientos sino por las sensaciones de agrado y desagrado, o sea, por motivaciones subjetivas individuales. A lo que agrega que la forma natural de vivir es aislados y dispersos, dependiendo sólo de sí mismos y obrando sólo para sí mismos. “Los hombres no experimentan placer alguno (sino por el contrario un gran desagrado) reuniéndose, cuando no existe un poder capaz de imponerse a todos ellos.” (XIII: 135) En suma, la naturaleza no provee sentimientos de sociabilidad, solidaridad, piedad o respeto por los demás, no hay sentimientos que no se enmarquen en el egoísmo individual, y si hay movimientos de amabilidad, afecto o bondad para con otro es porque sirve a sus intereses, le presta utilidad o para buscar la satisfacción egoísta de sentirse fuerte.
Estos individuos egoístas son iguales en cuanto a las facultades del cuerpo y del espíritu con relación a la capacidad natural para satisfacer sus necesidades de subsistencia. Pero como en el estado de naturaleza en tanto pre social no hay un orden civil que establezca la justicia y regule la propiedad ni una ley natural (ius naturale) que indique lo bueno o lo malo para normar las conductas como sostenía la escolástica, la libertad de los individuos carece de límites pues sólo conocen las reglas que las pasiones individuales guiadas por el egoísmo le sugieren para la auto conservación, lo que implica que es legítima la apropiación con el uso de la fuerza, el fraude o la mentira. “El derecho de naturaleza es la libertad que cada hombre tiene de usar su propio poder como quiera para la conservación de su propia naturaleza, es decir, para la conservación de su propia vida.” (XIV: 139). Pero como los bienes son escasos, las vinculaciones humanas concretadas en el reconocimiento de los otros individuos sobre el común deseo de los objetos, se tornan competitivas, y si dos hombres persiguen lo mismo se convertirán en enemigos, y, por lo tanto, no hay posibilidad de confiar en los demás porque cada uno tratará de aniquilar o dominar al otro para conseguirlo.
El acento en la realización individual incentivó la competencia, todos competirán por dominar y acumular bienes con la misma carencia de límites morales, y como la competencia desplaza la solidaridad por la lucha, los demás se convierten en ‘otros peligrosos’ en los que no se puede confiar. No se puede confiar en el ‘otro’ porque es un competidor en la búsqueda de objetos y, de la misma manera que él mismo, apelará a cualquier método para conseguirlos. Esto convierte al hombre en la bestia más salvaje, en “un lobo para el hombre”, al que se teme más que a los animales.
La conclusión lógica de su análisis antropológico que presupone que el egoísmo radical caracteriza a la naturaleza humana y que el temor a una muerte violenta por la natural competencia, impregna la sociedad, es que la desconfianza permanente es la relación natural entre todos los hombres. La desconfianza se agudiza por los deseos de poder, riqueza, conocimiento y honores que Hobbes considera naturales “Señalo, en primer lugar, como inclinación de la humanidad entera un perpetuo e incesante afán de poder que cesa solamente con la muerte. (XI: 125) Las riquezas, el conocimiento y el honor no son sino diferentes especies de poder” (VIII: 109.) Así la desconfianza se agranda con su propia lógica en la medida en que cada individuo tratará de incrementar su poder actuando para ser temido y respetado por los demás. Quien logre consumar sus apetitos y aumentar constantemente su poder, o sea la capacidad de acumular bienes y honores de forma tal que se asegure la más amplia sobrevivencia, se considera un hombre feliz. “Dada esta situación de desconfianza mutua, ningún procedimiento tan razonable
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