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Resumen

marinaxcxSíntesis27 de Septiembre de 2015

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LOS INVASORES
---Resumen y redaccion por Valerie Celis Z.---
Egon Wolff
Chile 1963

PERSONAJES

Cristina Edwards
Federico Edwards
Pepe
Juanita
Isabella; hija de Edwards
Martin; hijo de Edwards
El Cojo
Alí Baba

ACTO PRIMERO

CUADRO PRIMERO

Un living de alta burguesía, cualquiera. Lo importante es que nada de lo que este ahí se vea barato. A la izquierda, un antejardín con la puerta de entrada a la calle. Al fondo, la escala al segundo piso. A la derecha, una puerta que da a la cocina y una ventana que mira al parque. Cuando se alza el telón, el escenario esta en penumbra, es de noche. Después de un rato, ruido de voces en el exterior, llaves en la cerradura, y luego una mano que prende las luces. Entran Federico Edwards y Cristina, su mujer. Visten de etiqueta con sobria elegancia. En cuanto se prenden las luces, Cristina se lanza al medio de la habitación. Abre los brazos. Gira sobre sí misma.

Cristina. (Radiante) ¡Oh, Federico, es maravilloso… es maravilloso! (gira). ¡La vida es un sueño! (se lleva las manos a las sienes mirando al cielo). ¡Ven!
Cristina. Ricos, ricos, ricos, ricos, ricos, ricos… ¿Qué significa? (ambos ríen) ¿Es creíble todo esto?
Federico. Felicidad; ¿Creíble? ¿Y por qué no?
Cristina. No sé… Cuando todo sale bien, me asusto.
Federico. He gozado la noche, irradias. (La besa) me haces olvidar que envejezco
Cristina. Sí. Me siento hermosa (con sensual coquetería) ¿Me lo reprochas?
Federico. Sabes que no, pero… son cuarenta años, mujer. Te compraría el mundo si es que hace falta.]
Cristina. Lo sé, y eso me asusta. Nunca una duda, un fracaso. Pones tus ojos en algo y vas y te lo consigues. Tal vez me conseguiste a mí de esa manera.
Federico. (La abraza) ¡Oh vamos! No todo me ha resultado tan fácil, como suena dicho por ti.

Cristina. ¿Y por qué tengo entonces, esta sensación de… vértigo? No todo les puede resultar bien siempre a los mismos.

Federico. ¿No es ese el pánico del día? ¡Absurdo!

Cristina. Si, absurdo, pero existe. Es como un presagio ¿Has sentido lo mismo? Tú sabes ¿Qué es?

Federico. No sé de qué estás hablando

Cristina. Si, si sabes… Esta noche estabas insolente, la misma actitud de esa gente en la casa de los Andreani ¿Qué va a pasar Lucas?

Federico. Ayer en la tarde, unas monjas estuvieron en mi oficina, simplemente se plantearon ante mí con las manos extendidas y les hice un cheque de una suma desmesurada. He estado pensando mucho en eso… ¿Qué me impulso a ello? Lo curioso es que ni siquiera abogaron muchos para mi ayuda. Después se retiraron sonriendo irónicamente, casi con mofa. En el fondo sentí que si no lo hacía, ellas se habían puesto a llorar por mí. Creo que quise evitarles ese trance.

Cristina. Paralización… como lo que le sucedió a Bobby el otro día ¿Recuerdas? (Lucas asiente). Ese día le quemaron su casaca de cuero a Bobby en el patio de la universidad.

Federico. ¿Quemaron?... ¿Su casaca de cuero?

Cristina. Sí, no te lo quise contar para evitarte molestias. Sucedió cuando los muchachos salieron de clase por la tarde a por sus abrigos. Pero no había nada en ese guardarropa.

Federico. ¿Qué habían hecho con ello?

Cristina. El viejo portero alvino había hecho un fogón en el patio con los abrigos y se calentaban las manos sobre la lumbre.

Federico. (Ultrajado) ¡Pero, eso no es posible! ¿Dónde vamos a parar, si no detenemos estas insolencias?

Cristina. Por la misma razón que hiciste tú cheque

Federico. Ha habido tanto palabreo últimamente de la plebe, que todos hemos perdido un poco el juicio. El mundo está perfectamente bien.

Cristina. Si todo hemos ganado en libre competencia ¿Entonces qué?

Federico. Te digo que es estúpido. Nadie puede perturbar el orden establecido, porque todos están interesados en mantenerlos.

Cristina. Por otra parte Lucas… nuestros hijos ¿A quién le cabría dudas de que son hijos perfectos?

Federico. Evidentemente, Isabella crece como una bella mujer; Martin, un poco loco de ideas, pero… está bien.

Cristina. Ha prometido ayudarme en mi jardín… aun cuando odia podar las rosas ¿Has visto como cubren ya mi glorieta?

Federico. Si… tus manos milagrosas. Vamos, es tarde. Mañana es un día de mucho trabajo.

Cristina. Es un hermoso jardín… estoy orgullosa (Se encaminan hacia las escaleras, abrazados)

Cristina. (Deteniéndolo al pie de la escalera) Dime, ¿Tú viste también a esa gente extraña que andaba por la calle?

Federico. ¡Ah! ¿Quieres decir los harapientos de los basurales?

Cristina. ¿Eran ellos? Podría jurar que vi a ellos trepando al balcón de los Andreani, como ladrones en la noche.

Federico. (Algo impaciente) ¡Oh, vamos! Esa gente es inofensiva, ninguno se atrevería a cruzar una verja y menos trepar un balcón. ¿Para qué crees que les dejamos nuestros tarros en las aceras?

Cristina. Es la noche me dejaras dormir contigo ¿No es verdad?

Se cobija en él, mientras desaparecen ascendiendo escaleras arriba. De pasada, Edwards apaga las luces y la habitación queda a oscuras. Después de un rato, se proyectan unas sombras a través de ella y luego una mano manipula torpemente la ventana por fuera. Un golpe y cae de un vidrio quebrado. La mano abre el picaporte y por la ventana cae Pepe dentro de la habitación. Viste harapos. Forra sus pies con arpillera y de sombrero luce un colero sucio, con un clavel en la cinta desteñida. Contradice sus andrajos un cuello blanco y tieso.

Desde el suelo observa la habitación con detenimiento. Arriba se oyen pasos.

Voz de Federico. ¿Quién anda ahí?... ¿Quién anda?

Se prende la luz y asoma Edwards, desciende cautelosamente. Ve a  Pepe y corre hacia la cómoda de la cual saca un revolver que apunta al intruso.

Federico. ¿Y usted? ¿Qué hace aquí? ¿Qué hace dentro de mi casa?

Pepe. (Lastimero) Un pan… un pedazo de pan.

Federico. ¿Qué?

Pepe. Un pedazo de pan ¡Por amor de Dios!

Federico. ¿Qué te pasa? ¿Estás loco? ¡Entras en mi casa, rompiendo las ventanas! ¡Fuera de esta casa! ¡Fuera de esta casa inmediatamente! Te descerrajo un tiro si no sales de inmediato (Apunta)

Pepe. Era inevitable que dijeras “te descerrajo un tiro” y que tuvieran uno de esos (indica el revolver) escondido en alguna parte por ahí… se lo dije al mariscal

Federico. ¡Te doy diez segundos! Uno… dos… tres…

Pepe. Una bala de eso cuesta más que el pan que le pido. Aunque fuera tan solo pan duro; no me quejo

Federico. Está bien; te doy el pan, pero te vas de inmediato por donde entraste ¿Entiendes? (sale hacia la cocina y vuelve con un pan que lanza al otro) Y ahora cuatro… cinco… ¡Fuera!

Pepe. El mariscal tenía razón (sonriendo candorosamente) Nadie cambia a un harapiento por una conciencia culpable (masca el pan) La culpa la tienen sus empleados, no habían más que papeles sucios y restos de sardina en el tarro… La sardina me produce urticaria. (Lanza un eructo fuerte)

Federico. Seis… siete… ocho…

Pepe. Es inútil que pretenda contar hasta diez, no se ridiculice

Federico. ¿Por qué?  

.

.

.

.

Federico. (Extrañado) ¿Usted en verdad piensa así?

Pepe. (Se levanta, pone un puño cerrado sobre su pecho) Mi palabra de honor, si eso vale algo para usted.

Federico. ¡Silencio! Mi mujer duerme arriba (En ese momento, Juanita deja caer una porcelana que ha estado admirando; se quiebra con un estruendo)

Pepe. ¡Mira estúpida, lo que has hecho! ¿Cómo se lo vamos a pagar ahora?

Federico.  No es nada… Es solo una de tantas.

Juanita. Pero, ¿Para qué te enojas? Tenemos tantas más… (Muestra la porcelana rota) De todos modos, esa no me gustaba tanto. (Federico mira estupefacto a Pepe)¿No dijiste que todo seria mío ahora?

Federico. ¿De qué está hablando esa niña?

Pepe. ¡Baila Juanita, baila! ¡Paguemos por su hospitalidad! (Resuena una música danzarina, a cuyo compás Juanita baila una danza desabrida y triste, deja caer sus brazos, con la mirada fija en algún punto lejano) ¡Es nuestro numero! Lo efectuábamos en las plazas por unas monedas. ¡Bonito, eh! (Casual) ¿No tendrá algún vinito en casa? (Edwards indica, Pepe sale hacia la cocina) Con permiso… (Edwards de pie, paralizado, observa la miserable danza de Juanita)

Federico. (Después de un rato, sin poder contenerse más) ¡Basta! ¡Basta ya! (Juanita se detiene bruscamente y llora en silencio, al momento en que llega Pepe cargando una fuente con medio pollo y dos botellas de vino bajo los brazos)

Pepe. Por favor… (Indica las botellas que Edwards toma, y las pone en la mesa) Oi que no le gusto el numero (Va sobre Juanita) ¡Babosa! ¡Manera de agradecer la hospitalidad! (A Edwards) Debe perdonarla… perdió todo talento después de la neumonía del año pasado, ¡Imagine locura igual. Usted nos acompaña, supongo

Federico. No gracias… los acompañare desde aquí (Se sienta en uno de los sofás, prende su pipa)

Pepe. (Mostrando la comida) Usted perdonara, ¿No es cierto? No pensaba hacer esto, pero dada su hospitalidad tan natural.

Federico. Usted ya se sirvió.

Pepe. Es verdad… Urbanidad; eso es algo que suele irse con los harapos. (Con la boca llena) No le molesta nuestra pestilencia, ¿cierto? (Pausa) ¿Sabe lo que es bueno para contrarrestarla?
Federico. No

Pepe. (Sonriendo con la boca llena) El humo del cigarrillo. Yo creí que usted lo sabía. El Mariscal dice que es la razón de los perfumes, espantan el olor de la miseria

Federico. Ese Mariscal… ¿Es uno de ustedes?

Pepe. ¿Uno del otro lado del rio, quiere decir? (Edwards asiente)Si, es un extravagante. Por el les cortaría el pescuezo a todos los ricos.

Juanita. Es un mal hombre, un mal hombre.

Pepe. Come y calla. (A Edwards) De todos modos, vamos, dígale aquí a Juanita con que esfuerzo monto todo esto… (Ante un gesto evasivo de Edwards) Vamos, no sea delicado. Y tu (A Juanita), aguza el oído.

Federico. Bueno… trabaje, evite gastos innecesarios… derroches.

Pepe. (Blande la pechuga de pollo) Sacrificios, privaciones. Eso es lo que el Mariscal no quiere meter en su cabeza dura, ¿Ves? ¿Qué más?

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