ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA ERNST CASSIRER- Capítulo 1 LA CRISIS EN EL CONOCIMIENTO DEL HOMBRE
franciscojjp_3 de Mayo de 2015
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PRIMERA PARTE
¿QUE ES EL HOMBRE?
I. LA CRISIS EN EL CONOCIMIENTO DEL HOMBRE
PARECE reconocerse en general que la autognosis constituye el propósito supremo de
la indagación filosófica. En todos los conflictos entre las diferentes escuelas este
objetivo ha permanecido invariable e inconmovible: probó ser el punto arquimédico,
el centro fijo e inmutable de todo pensamiento. Tampoco los pensadores más
escépticos negaron la posibilidad y la necesidad del autoconocimiento. Desconfiaban
de todos los principios generales concernientes a la naturaleza de las cosas pero
esta desconfianza se enderezaba a inaugurar nuevos y más seguros modos de
investigación. En la historia de la filosofía el escepticismo ha sido, muy a menudo,
el mero envés de un humanismo resuelto. Al negar y destruir la certeza objetiva del
mundo exterior, el escéptico espera conducir todos los pensamientos del hombre hacia
sí mismo. El conocimiento propio, declara, es el requisito previo y principal de la
realización que nos conecta con el mundo exterior a fin de gozar de sí mismo.
Tenemos que tratar de romper la cadena de nuestra verdadera libertad. La plus
grande chose du monde c'est de sçavoir étre à soy, escribe Montaigne. Sin embargo,
tampoco esta manera de abordar el problema —el método introspectivo— nos
abroquela contra las dudas escépticas. La filosofía moderna comenzó con el principio
de que la evidencia de nuestro propio ser es invencible e invulnerable. Pero el
progreso del conocimiento psicológico apenas si ha confirmado este principio
cartesiano. La tendencia general del pensamiento se dirige actualmente hacia el
polo opuesto. Pocos psicólogos modernos reconocerían o recomendarían un puro
método de introspección. En general nos dicen que un método semejante es
verdaderamente precario. Están convencidos de que no es posible acometer una
psicología científica más que con una actitud estrictamente behaviorista y objetiva;
pero un behaviorismo consistente y radical tampoco alcanza su fin. Puede
advertirnos de posibles errores metódicos pero no resolver todos los problemas de la
psicología humana. Podemos criticar el punto de vista puramente introspectivo o
recelar de él, pero no suprimirlo o eliminarlo. Sin introspección, sin una percepción
inmediata de los sentimientos, emociones, percepciones, pensamientos, ni, tan siquiera
podríamos definir el campo de la psicología humana. Hay que reconocer, sin
embargo, que siguiendo exclusivamente esta vía jamás llegaremos a una visión
abarcadora de la naturaleza del hombre. La introspección nos revela tan sólo aquel
pequeño sector de la vida humana que es accesible a nuestra experiencia individual;
jamás podrá cubrir por completo el campo entero de los fenómenos humanos. Aun
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en el caso en que pudiéramos juntar y combinar todos los datos, estaríamos en
posesión de un cuadro bien pobre y fragmentario, un mero torso de la naturaleza
humana.
Nos dice Aristóteles que todo conocimiento tiene su origen en una básica
tendencia de la naturaleza humana, que se manifiesta en las acciones y reacciones
más elementales del hombre. El ámbito entero de la vida de los sentidos se halla
determinado e impregnado por esta tendencia:
Todos los hombres desean por naturaleza conocer. Una prueba de ello la tenemos
en el goce que nos proporcionan nuestros sentidos; porque, aparte de su utilidad, son
queridos por sí mismos, y por encima de todos el de la vista. Porque no sólo
cuando tratamos de hacer algo sino también en la ociosidad preferimos el ver a
cualquier otra cosa. La razón está en que este sentido, más que ningún otro, nos hace
conocer y trae a luz muchas diferencias entre las cosas. (Metafísica, Libro A, I,
980a 21.)
Este pasaje es muy característico del concepto que, a diferencia de Platón, tiene
del conocimiento Aristóteles. Semejante loa filosófica de la vida sensible del hombre
sería imposible en la obra de Platón; jamás llegaría a comparar el deseo del
conocimiento con el goce que nos proporcionan nuestros sentidos. En Platón la vida
de los sentidos se halla separada de la vida del intelecto por un ancho e insuperable
abismo. El conocimiento y la verdad pertenecen a un orden trascendental, el reino
de las ideas puras y eternas. El mismo Aristóteles está convencido de que no es
posible el conocimiento científico a través únicamente del acto de percepción; pero
cuando niega la separación que Platón establece entre el mundo ideal y el empírico,
habla como un biólogo. Trata de explicar el mundo ideal, el mundo del conocimiento
en términos de vida. Según Aristóteles, en ambos reinos encontramos la misma continuidad
ininterrumpida. En la naturaleza, lo mismo que en el conocimiento
humano, las formas superiores se desarrollan a partir de las inferiores. Percepción
sensible, memoria, experiencia, imaginación y razón se hallan ligadas entre sí por un
vínculo común; no son sino etapas diferentes y expresiones diversas de una y la
misma actividad fundamental, que alcanza su perfección suprema en el hombre, pero
en la que de algún modo participan los animales y todas las formas de la vida
orgánica.
Si adoptáramos este punto de vista biológico nos figuraríamos que la primera etapa
del conocimiento humano Habría de tratar exclusivamente con el mundo exterior. Por
lo que se refiere a sus necesidades inmediatas y a sus intereses prácticos el hombre
depende de su ambiente físico. No puede vivir sin adaptarse constantemente a las
condiciones del mundo que le rodea. Los primeros pasos hacia la vida intelectual y
cultural pueden describirse como actos que implican una suerte de adaptación
mental al dintorno. Mas en el progreso de la cultura muy pronto tropezamos con
una tendencia opuesta de la vida. Desde los primeros albores de la conciencia
humana vemos que el punto de vista extravertido se halla acompañado y complementado
por una visión introvertida de la vida. Cuanto más lejos avancemos en el
desenvolvimiento de la cultura con respecto a sus orígenes la visión introvertida se
va adelantando hacia el primer plano. Sólo poco a poco la curiosidad natural del hombre comienza a cambiar de dirección. Podemos estudiar este paulatino
desarrollo en casi todas las formas de su vida cultural. En las primeras
explicaciones míticas del universo encontramos siempre una antropología primitiva
al lado de una cosmología primitiva. La cuestión del origen del mundo se halla
inextricablemente entrelazada con la cuestión del origen del hombre. La religión no
destruye estas primeras explicaciones mitológicas; por el contrario, preserva la
cosmología y la antropología míticas dotándolas de nueva forma y de mayor profundidad.
Por lo tanto, el conocimiento de sí mismo no es considerado como un
interés puramente teórico; no es un simple tema de curiosidad o de especulación; se
reconoce como la obligación fundamental del hombre. Los grandes pensadores
religiosos han sido los primeros que han inculcado esta exigencia moral. En todas
las formas superiores de la vida religiosa la máxima "conócete a ti mismo" se
considera como un imperativo categórico, como una ley moral y religiosa definitiva.
Sentimos con este imperativo, por decirlo así, una inversión súbita del primer
instinto natural de conocimiento, percibimos una trasmutación de todos los valores.
Podemos observar la marcha concreta de este desenvolvimiento en la historia de todas
las religiones universales, en el judaismo, en el budismo, en el confucianismo y en el
cristianismo.
Εl mismo principio se manifiesta en la evolución general del pensamiento
filosófico. En sus etapas primitivas la filosofía griega parece interesarse exclusivamente
por el universo físico; la cosmología predomina claramente sobre todas las
otras ramas de la investigación filosófica, pero caracteriza la profundidad y la
amplitud del espíritu griego el hecho de que casi todo nuevo pensador represente al
mismo tiempo un nuevo tipo general de pensamiento. Tras la filosofía física de la
escuela de Mileto, los pitagóricos descubren una filosofía matemática, mientras que
loa eléatas son los primeros en concebir el ideal de una filosofía lógica. Heráclito se
halla en la frontera entre el pensamiento cosmológico y el antropológico; aunque sigue
hablando como un filósofo natural y pertenece al grupo de los antiguos fisiólogos,
está convencido de que no se puede penetrar en el secreto de la naturaleza sin haber
estudiado antes el secreto del hombre. Tenemos que cumplir con la exigencia de la
autorreflexión si queremos aprehender la realidad y entender su sentido; por eso le
fue posible a Heráclito caracterizar toda su filosofía con estas dos palabras:
έδιζησάμην έμεωτόν (me he buscado a mí mismo).1 Pero esta tendencia nueva del pensamiento
aunque en cierto sentido inherente a la primitiva filosofía griega, no llegó a
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