ASPECTOS DEL PENSAMIENTO POLÍTICO DE SAN AGUSTÍN EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS DEL IMPERIO
juancho19881 de Agosto de 2011
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ASPECTOS DEL PENSAMIENTO POLÍTICO DE SAN AGUSTÍN EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS DEL IMPERIO
por Donna Laubach Moros
Introducción
El pensamiento político de San Agustín tal y como podemos observar en De civitate Dei no es un tratamiento sistemático de filosofía política, sino que representa una imagen de la perspectiva cristiana del mundo. Esta visión o imagen formaba parte de la estrategia apologética1 de San Agustín en la que defiende el cristianismo frente a las acusaciones paganas de que la sustitución del cristianismo en lugar de los antiguos ritos había provocado la caída del Imperio Romano en el 410 d. C.
San Agustín planteó una defensa en contra de estos ataques, en dos grandes apartados de De civitate Dei; la primera parte incluye los diez primeros libros. San Agustín se enzarza aquí en un debate polémico y directo para refutar las acusaciones de los paganos.
Uno de sus argumentos es el de la curiosa ceguera que impide ver a los que le acusan, el hecho obvio de
que durante el saqueo de Roma, los dioses paganos no intervinieron para proteger la ciudad. A continuación, somete el pensamiento teológico y filosófico pagano a un escrutinio meticuloso para después, describir sus fallos internos, tanto espirituales como morales.
La segunda parte (Libros de XI al XXII), tiene como objetivo una tarea mucho más extensa, la de crear una “filosofía social” cristiana y la defensa de la “Ciudad de Dios”. Una de las ideas principales en la emergente filosofía política de San Agustín como está expuesta en De civitate Dei es la de que ninguna persona debe lealtad incondicional a una sociedad terrenal. Sin embargo, esta no era una idea totalmente nueva para el mundo antiguo. Ya en Aristóteles, ésta era expresada de la siguiente manera: uno debe “buscar una vida que sea más divina que humana5”. Además de esto, este autor creía que la visión científico política no bastaba para alcanzar la máxima sabiduría y que, los humanos no eran lo mejor del universo6. La misma idea la encontramos en las enseñanzas de Platón, el cual asegura que hay mejores cosas que la política. La idea central del pensamiento de San Agustín sale a la luz sólo después de que las doctrinas de los filósofos han sido expuestas a una mayor crítica, y la visión cristiana de la mitología y política pagana han evolucionado bajo el estudio del destino de Roma. Esto se hace analizando dos tipos de ciudad, dos sociedades distintas organizadas a partir de diferentes tratados, con el resultado de dos finales, ambos en oposición constante. El marco para esta definición teológica está situado en la caída histórica del Imperio Romano; este hecho logra aprovecharlo San Agustín para repudiar la tendencia errónea que llevó a muchos pensadores cristianos a estudiar la historia romana en categorías que la convertían en parte de la historia de la salvación. Su idea busca “eliminar al Imperio Romano de la heilsgeschichte” . El Imperio “no será visto nunca más como parte del instrumento escogido por Dios para la salvación o para el inminente plan providencial en la historia”. El Imperio será visto como teológicamente neutro.
Markus y otros opinan que esta es la mayor aportación de San Agustín. Éste llega a una nueva conclusión que está entre dos tendencias rivales de la época, una de ellas la Donatista apocalíptica, aunque fuera abiertamente hostil y estuviera en clara oposición a Roma; y la segunda, la de la Escuela de Eusebio de Cesarea con una fuerte tendencia que les llevaba a relacionar el cristianismo con el imperio. Parte del problema que nos encontramos al intentar entender a San Agustín como un pensador político tiene que ver pues, con el modo en el que él responde ante los siguientes asuntos:
1. Su respuesta a las acusaciones paganas.
2. La respuesta dada a los donatistas y eusebianos.
3. Su comprensión del papel y lugar que ocupa la “historia de Roma” a la luz de la Historia de la Salvación.
I. El contexto, la pérdida del poder del orden político
El saqueo de Roma en 410 d. C. por parte de los bárbaros, produjo un sentimiento de fragilidad entre los cristianos en cuanto a la credibilidad del poder político. La respuesta de San Agustín al desmoronamiento del poder de Roma en su De civitate Dei responde a este tipo de pensamiento del que habla ya Tertuliano: “Pues, cuando el imperio sufre quebranto, quedan también quebrantados sus otros miembros; e incluso nosotros, aunque apartados de los tumultos, de algún modo nos vemos afectados”. Había dos corrientes encontradas dentro de la iglesia, una que empujaba a los cristianos a defender el orden político, y otra en la que se regocijaban al vislumbrar su inminente desaparición . Sin embargo, el concebir la vida sin el poder estable del orden político era algo demasiado impensable para muchos de ellos. Era una época en la que el “extranjero” desconocido y el miedo a una fuerza intrusa estaba disolviendo el estable y seguro entramado de las relaciones socio-políticas. Se había creado una especie de “dislocación” cultural y la respuesta intelectual de San Agustín en La ciudad de Dios fue la de intentar crear una situación más comprensible para la iglesia mediante la demarcación de las fronteras entre lo coherente y lo incoherente, para así insertar lo pasado dentro de una estructura conceptual lo suficientemente resistente, como para soportar el miedo despertado por el enemigo proveniente del extranjero, el cual se había extendido fuera de los perímetros circundantes. Además, se había producido un reconocimiento radical por parte de los cristianos declarando que el Imperio Romano había sido un “baluarte de la civilización”; aunque esto, sin embargo, no disolvió completamente las tensiones intrínsecas entre la cristiandad y el orden político.
Una influencia particularmente abrumadora fue la del cisma donatista del siglo cuarto . Este representó una actitud contraria a la política, que rechazaba aquellos aspectos de la iglesia que poseían un carácter político. Durante la época en la que San Agustín escribía también tuvo la iglesia que incluir una justificación apologética del uso del poder secular para precisamente apoyar ciertas creencias religiosas, como resultado quedaba el problema de la aceptación por parte de la iglesia del poder como instrumento legítimo para llegar a sus objetivos; ahora sin embargo, se enfrentaba con el peligro de perder su identidad distintiva. Debido al desconcierto de lo que se había convertido en una “religión política”, San Agustín comenzó su polémica tarea de despolitizarla, aunque sin plegarse ante los Donatistas.
En el polo opuesto, en Eusebio de Cesarea vemos como el desarrollo de una retórica de la llamada “alianza santa” se había convertido en la prominente dentro de la iglesia. Esta retórica se basaba en el “de seo” desesperado de reducir la espantosa distancia entre el “Reino de Dios” y la “Sociedad del Hombre”. Eusebio había inferido que el emperador Constantino había sido enviado por Dios para un propósito muy específico: verificar las promesas de Cristo19; esto planteaba el peligro real de la pérdida de la distinta identidad de la iglesia y de la sociedad. El emperador había incluso llegado a representar un instrumento divino del logos20; el orden político se había convertido en un vehículo bastante cómodo para difundir la verdad cristiana. Estos eran pues aspectos de la crisis total ante los cuales San Agustín tenía que presentar su defensa de la “Ciudad de Dios”. Este esfuerzo se torna incluso más crítico a la luz de la caída de Roma, cuando toda estructura se está desmoronando. Toda una gama de preguntas delicadas necesitaba de una respuesta. Preguntas que surgieron debido a la praxis histórica de la iglesia (sobre el debate entre ecclesia in respublica y respublica in eccelesia21); y esas preguntas llenas de preocupaciones y ansiedades debían ser respondidas, debido a su captación de la “fragilidad” del imperio como vehículo para difundir la verdad cristiana o como base de una seguridad temporal. Era necesaria toda una nueva interpretación de la historia que crease un nuevo entendimiento del telos a la luz del cual se debería ver la fe cristiana. Se requería una hermenéutica histórica en la que todo el concepto del significado de un fin predestinado de la historia debía ser expuesto. Por este motivo, la historia será vista como un proceso de la vida de las “dos ciudades”.
II. Las dos ciudades
La culminación del sistema de San Agustín es el esfuerzo por grabar en el relieve más afilado posible la identidad religiosa de la Cristiandad; tanto su modo de vida como su misión; su compleja naturaleza como sociedad existencial (histórica), así como un asomo de “sociedad santa”; su participación en la historia y su ulterior triunfo sobre lo temporal. El intenso simbolismo consiste en la “sociedad santa” sustentada por la caritas cristiana y una “sociedad mínima” desgarrada por los cupidas humanos.
Dos amores, fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí propio, la celestial. La primera se gloría en sí misma, y la segunda, en Dios…En aquella, sus príncipes y las naciones avasalladas se ven bajo el yugo de la concupiscencia del dominio, y en ésta sirven en mutua caridad, los gobernantes aconsejando y los súbditos obedeciendo.
Hay un poder antitético expresado aquí. ¿Estaba San Agustín interesado en manipular la interpretación del orden
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