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Adela Cortina - Ética Y Educación En Valores-1


Enviado por   •  16 de Junio de 2013  •  3.141 Palabras (13 Páginas)  •  1.139 Visitas

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1. El ámbito de la ética aplicada

El ámbito en que se planteará esta reflexión es el de la ética, es decir, el de la filosofía moral, en el doble nivel que la constituye: el nivel de la fundamentación de los principios morales y el de la aplicación a la vida cotidiana de los principios hallados. Ambas partes de la ética son sin duda inseparables y ésta es la razón por la que no prescindiremos de ninguna de ellas, pero conviene advertir desde el comienzo que nuestro trabajo se referirá muy especialmente a lo que con mayor o menor fortuna ha dado en llamarse "ética aplicada" y que hoy está ciertamente de moda .

La ética aplicada se ocupa de reflexionar sobre la presencia de principios y orientaciones morales en los distintos ámbitos de la vida social y constituye de algún modo la aplicación de una moral cívica a cada uno de esos ámbitos; de ahí que existan desde una ética política hasta una de la información, pasando por una ética de la economía y la empresa, una ética de la educación y una ecológica, pero también la bioética o la Genética. Todas ellas arrojan hoy una abundante bibliografía y tienen, entre otras cosas, de novedoso el hecho de ser inevitablemente interdisciplinares.

En efecto, la "interdisciplinariedad", ese término que todos nombran en el campo educativo y nadie practica, es esencial en las distintas esferas de la ética aplicada, porque pasaron los tiempos "platónicos", en los que parecía que el ético descubría unos principios y después los aplicaba sin matizaciones urbi et orbe. Más bien hoy nos enseña la realidad a ser muy modestos y a buscar junto con los especialistas de cada campo qué principios se perfilan en él y cómo deben aplicarse en los distintos contextos. La interdisciplinaridad no es, entonces, una moda, sino una necesidad.

Por otra parte, no deja de ser interesante, tras haber expuesto una teoría ética, practicar la ética-ficción, como hace A. MacIntyre, e imaginar qué mundo resultaría de su puesta en vigor.

Esta sería, a mi juicio, la "prueba del 9" de una teoría moral. Es, pues, en este terreno de la ética, y muy especialmente de la ética aplicada a la educación, en el que se sitúa esta ponencia.

2. La forja de una ética cívica

La ética es filosofía moral, es decir, aquella parte de la filosofía que reflexiona sobre el hecho innegable de que exista una dimensión en los hombres llamada "moral" . De igual modo que la filosofía de la ciencia, de la religión o del arte se ocupan de estos objetos que los filósofos no han creado, tiene la ética por objeto el fenómeno de la moralidad, e intenta desentrañar en qué consiste y si hay razones para que exista: le preocupan, pues, su conceptualización y fundamentación.

En este sentido, la ética es quehacer de expertos, de filósofos en este caso, que utilizan para llevarlo a cabo métodos filosóficos (empírico racional, trascendental, fenomenológico, hermenéutica) y no pueden adjudicarle apellidos no filosóficos, como "civil" o "religiosa". Tales apellidos convienen, por el contrario, a la moral, que forma parte de la vida cotidiana, de eso que se ha dado en llamar el "mundo de la vida", de suerte que cabe decir con Apel que, en lo que respecta a los contenidos morales, ostenta la primacía el mundo de la vida, mientras que en el ámbito de la fundamentación racional, es la ética quien ostenta la primacía .

Si acudimos a la vida cotidiana, encontraremos distintas morales que van configurando el vivir de los hombres. Algunas son religiosas, es decir, apelan expresamente a Dios para dar sentido a sus propuestas, y podemos decir que han sido y son numerosas; otras, por el contrario, no hacen tal apelación expresa, y son, por tanto, morales seculares, de entre las cuales podemos destacar para nuestros propósitos la moral civil. A diferencia de las morales religiosas, que tienen una larguísima historia, la moral cívica es relativamente reciente, ya que tiene su origen en una positiva experiencia, vivida a partir de los siglos XVI y XVII en Europa: la de que es posible la convivencia entre ciudadanos que profesan distintas morales religiosas o ateas, siempre que compartan unos mínimos axiológicos y normativos; precisamente el hecho de compartir esos mínimos permite la convivencia de los máximos .

La moral cívica consiste, pues, en unos mínimos compartidos entre ciudadanos que tienen distintas concepciones de hombre, distintos ideales de vida buena; mínimos que les llevan a considerar como fecunda su convivencia. Precisamente por eso pertenece a la "esencia" misma de la moral cívica ser una moral mínima, no identificarse en exclusiva con ninguna de las propuestas de grupos diversos, constituir la base del pluralismo y no permitir a las morales que conviven más proselitismo que el de la participación en diálogos comunes y el del ejemplo personal, de suerte que aquellas propuestas que resulten convincentes a los ciudadanos sean libremente asumidas, sean asumidas de un modo autónomo. Por eso carece de sentido presentar como alternativo el par "moral cívica/moral religiosa", ya que tienen pretensiones distintas y, si cualquiera de ellas se propusiera "engullir" a la otra, no lo haría sino en contra de sí misma.

3. Éticas de máximos y éticas de mínimos.

En el amplio panorama de las éticas contemporáneas conviene hacer una distinción que, no sólo resulta sumamente fecunda, sino que nos permite entender mejor la naturaleza de la ética cívica: la distinción entre éticas de máximos y éticas de mínimos .

Las primeras tratan de dar razón del fenómeno moral en toda su complejidad y por eso entienden la moral como el diseño de una forma de vida felicitante. Se trata del tipo de éticas que entienden lo moral desde un imperativo hipotético que diría: "si quieres ser feliz, entonces debes..."; de suerte que la pregunta "¿por qué debo?" vendría respondida por la obviedad: porque es el modo de alcanzar la felicidad, si quieres hacerlo. Habida cuenta de que todos los hombres quieren ser felices, los mandatos se convierten en cuasi-categóricos.

Ocurre, sin embargo, que entonces hemos dado por supuesto que la pregunta por el fundamento de lo moral es la pregunta "¿por qué debo?", suposición totalmente infundada ya que el fenómeno moral es mucho más amplio que el ámbito del deber. En buena ley estas éticas de máximos deberían preguntarse, no "¿por qué hay que ser feliz?", ya que esto sería preguntarse por la finalidad del fin último de la vida humana, sino "¿cómo hay que ser feliz? Y la respuesta

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