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Al Lector (2001) Liliana Weinberg


Enviado por   •  20 de Noviembre de 2013  •  848 Palabras (4 Páginas)  •  482 Visitas

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He aquí un libro de buena fe, lector”. Estas palabras, con las cuales Michel de Montaigne decide abrir, a modo de advertencia, sus Ensayos, nos entregan la clave de lectura y escritura de la modalidad discursiva, reflexiva y artística que él inaugura y hacen explícita una preocupación fundamental que atraviesa su obra toda. No se trata sólo de un mero arbitrio retórico para presentar, con renovada fórmula de modestia, una nueva clase de textos: se trata de la clave misma de su construcción y su lectura. La protesta de presentación de un discurso “de buena fe”, sin dobleces respecto del mundo cuyo sentido se quiere desentrañar, respecto de sus posibles destinatarios y, más aún, de la fiel correspondencia entre el proceso de indagación que se lleva a cabo y su versión en libro, se constituirá así a partir de entonces en la clave del ensayo.

La declaración “de buena fe” que Montaigne hace explícita, y de la cual sabrá extraer consecuencias infinitas, es a la vez una de las más antiguas de la humanidad, garante en última instancia de todo fenómeno significativo y comunicativo, de las propias instituciones sociales, de las relaciones humanas y del lenguaje mismo: ¿cómo podrían fundarse la sociedad, la cultura, el conocimiento, el lenguaje, con su extraordinario tesoro de conceptos, imágenes, metáforas y símbolos, e incluso, cómo podría desencadenarse todo acto fundador de sentido, imaginación, intelección, comprensión de una sociedad y una cultura, si no es con un pacto manifiesto o sobreentendido de buena fe, de confianza?

Montaigne redescubre así una expresión de larga data, que el tiempo, el olvido y la nueva moral al uso habían vaciado de contenido, para volver a interpretarla y pronunciarla en toda su magnitud, hasta restituir su valor fundacional y restaurar su fuerza originaria: la garantía de buena fe es, para decirlo en los términos de Cornelius Castoriadis, constitutiva por excelencia, en cuanto es anterior y fundante de toda institución, y es previa a cualquier otro criterio de autoridad: “sólo somos hombres y sólo creemos los unos en los otros por la palabra”, dice el ensayista.

Ya desde sus tempranos orígenes, la protesta de buena fe implica una renovada garantía de confianza en la autenticidad, la veracidad y el valor de lo dicho por parte de quien lo dice y de su escucha. Al solicitar la confianza del otro en nuestras acciones podemos también demandar reciprocidad en su conducta. El término remite así tanto a la posibilidad de confiar en las palabras como a la de persuadir sobre la base de la autenticidad de lo afirmado. Pero además de este sentido moral y fundador de toda interacción social, esta protesta de sinceridad resulta clave como garantía del proceso de conocimiento que se está llevando a cabo, en cuanto afirma que existe una correspondencia entre nuestra forma de entender el mundo y predicar sobre él y las condiciones

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