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Amor


Enviado por   •  17 de Diciembre de 2014  •  Ensayos  •  2.563 Palabras (11 Páginas)  •  122 Visitas

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Dicen que las personas que fueron buenas en la tierra se van al cielo cuando mueren, que descansan en paz en un lugar inmaculadamente blanco y que yacen en la gloria de Dios, mientras que las que fueron malas, las que han pecado están destinadas a pasar la eternidad en el infierno a sufrir por siempre el castigo por sus actos; pero eso solo es lo que todos dicen. No es que esté en contra de la religión, que es bastante necesaria en la vida de las personas aparentemente sanas y es lo primero que se le puede reprochar a alguien que peca, con esa frase ligeramente peyorativa que es tan comúnmente usada en esta sociedad: A su corazón le falta Dios.

Yo solía cuestionarme los lineamientos a los que estábamos sujetos pero sobretodo quién era bueno; ¿Quién podría ser tan bueno que mereciese el descanso eterno? ¿Estaba a caso escrito en piedra cual dictadura divina? ¿Será posible ser el prospecto que se niega a todas las tentaciones? Por supuesto que no me atormentaban los sentimientos de culpa, siempre he creído que soy una buena persona con sentido moral, con valores, crianza y una familia nuclear perfectamente defectuosa que gozaba de una supuesta prosperidad: Siempre he tenido buenas calificaciones en la escuela y cabe mencionar que es lo único por lo que me he destacado entre los demás; he sido obediente y tranquilo, no sobresale en mi el desorden ni la pereza pero, ¿Seré a caso una buena persona? ¿Por qué nos importa tanto la opinión de las otras personas? Es cierto, me importa la opinión de las personas, es lo que nos dice que estamos dentro de la norma para poder encajar en una sociedad y es porque todos necesitan la compañía, el amor y el reconocimiento para completar sus logros y que sus vidas cobren algo de sentido: es decir, ¿Qué sentido tendría estar solo si formar sociedad es lo que nos ha dado la capacidad de sobrevivir y crecer como especie? Pues así era, pero esas no eran mis propias ideas.

Soy Leonardo. Nací y vivo en una ciudad del norte de México en frontera con los Estados Unidos en el estado de Sonora. Al estar en una zona desértica el clima es extremoso, demasiado caliente en el verano con temperaturas que llegan a los 48 y hasta 49°C y tan frío en el invierno que algunas tuberías del agua potable se congelan a veces durante la noche. No es una ciudad tan agradable, o tan prospera, pero uno se acostumbra al lugar donde ha vivido toda su corta vida. Yo sé que nunca he sido una persona normal, siempre me he sentido diferente y aunque haga amigos desde que tengo memoria no he podido sentirme cómodo y encuadrarme con los demás; de hecho, me resulta muy difícil, casi podría describirme como un antisocial, lo cual es un completo contraste con mi hermano mayor Ernesto, un joven abogado, mujeriego y un perfecto estereotipo de hombre masculino de sus propios tiempos. Mis padres son conservadores, buenos educadores aunque no está de más decir que mi madre es la más comprensiva de los dos; siempre cariñosos, cálidos y parece cubrirles un aura de enamorados entre ellos mismos como si pequeños corazones de papel ondearan con el viento a su alrededor: son felices y solo esperan ver los logros de sus hijos para que al crecer se vayan y solo vuelvan de visita de vez en cuando para traerles a ver a sus nietos o para navidad, y poder amenamente envejecer juntos hasta que la muerte decida por cansancio, o por hastío en su defecto, venir por ellos a darles descanso eterno.

Todos dicen que soy la versión joven de mi papá, pero con los ojos de mi mamá: mi padre, José Valles, es un hombre de estatura promedio, bronceado por trabajar bajo el sol de la zona desértica donde vivimos; cabello castaño, ojos pequeños y oscuros y unas cejas y barba abundantes que le dan un aire intimidante, pero suele ser cómico la mayor parte del tiempo. Mi madre, Amanda, es una mujer dulce y atenta, con unos ojos color miel que hacen contraste con su cabello negro; es la clase de mujer que mantiene su hogar en pié y funcionando, y que al mismo tiempo es atenta a las necesidades de cada miembro de la familia; sin duda una madre dedicada de tiempo completo. Pues ésta es mi familia perfectamente defectuosa.

Entré a la preparatoria para cumplir con mis pobres aspiraciones: sin esmero y sin sueños de grandeza y prosperidad porque estoy acostumbrado a la vida que he llevado, limitada y sin lujos, sin embargo tengo que recibir educación para escoger una carrera, independizarme, tener mis propios logros, hacer una familia y todo lo que tiene que hacer una persona normal, que encaja en la sociedad, es productiva y buena y que seguramente iría al cielo al morir. Me he preguntado tanto si esto es lo que en realidad quiero o es lo que las personas esperan de mí. Siempre que pienso en esto me doy cuenta que he sido solo tan maleable como un pedazo de cobre; qué decepción en verdad, pero qué más se puede hacer si se debe hacer lo que ya está establecido con lo que parece ser de carácter obligatorio. Yo no iba a ser un inútil, yo tendría que ser alguien que aporte a la sociedad, alguien que vale el aire que egoístamente está tomando para sí mismo y no alguien que molesta de verle tirado por las calles sin negocio y sin propósito. Por supuesto: yo tendría que cumplir con las expectativas de la sociedad, pero, todo eso suena tan difícil, ¿Qué tal si no pudiese lograrlo? ¿Qué pasaría si yo fuera el vago tirado en las calles robándose el aire que respira? Yo no soy normal, no sé que estoy haciendo ni con qué propósito, no sé si podré satisfacer a mis padres ni darles lo que esperan de mí. Sería prudente acabar con todo el problema de una sola vez; es demasiada presión tener que cumplir con las expectativas de la gente, si no lo logras decepcionarás a quiénes te quieren y tu fracaso les recordará ese sentimiento mientras sigas vivo. Exactamente: mientras siga vivo. ¿Cómo sería todo si no estuviera aquí? ¿Podría evitarme todos los problemas de una sola vez? ¡Esa era la solución! Yo debía morir.

Yo consideraba renuentemente la idea de morir, los puntos a favor y en contra y mi estúpida mentalidad mediocre hacía crecer la lista a favor de mi suicidio; No era la gran cosa, la gente a duras penas sabía de mi existencia, creo que nadie notaría mi ausencia; es cierto, mi mamá lloraría mucho y mi familia estaría muy triste, pero finalmente lo superarían y seguirían adelante, sin mí. Ya había concebido todas estas ideas antes pero mientras aumentaba la presión, mientras más conocía de mí mismo más me daba cuenta de lo inútil que era mi existencia, no sólo eso, la carga que este bulto andante a penas vivo y que daba discretas señales de consciencia significaba para los demás: Yo realmente quería morir. No iba a dejarles una carta de despedida a mi familia, si ellos sabían al menos un poco sobre mí era solamente lo que yo les habría dejado saber, así que no tenía caso hacer un drama, cuando lo que menos quería era su atención; me parecía completamente ridículo y sin sentido darles problemas preocupándoles con mi despedida si el objetivo principal era evitar futuros inconvenientes. Sólo quería hacerlo perfectamente, asegurarme que moriría y que no sobreviviría para quedar cuadripléjico o con alguna discapacidad que les diera más molestias a todos, no cometer errores típicos de otros suicidios fallidos. ¿Qué método era el más apropiado para morir tranquilo? ¿Cuál modo me haría morir más rápido? ¿Qué probabilidades tenía de sobrevivir? ¿Cuánto veneno para ratas era el suficiente para morir? Estaba todo planeado.

Era común que me quedara solo en casa; cuando mi familia era invitada a una fiesta, yo era el único que no deseaba ir, así que me pareció favorable esperar a quedarme solo en la comodidad de mi propia casa. Estaba ansioso. Finalmente descubriría si era cierto, el cielo o el infierno me esperaban después de morir, no me importaba a dónde sólo quería descubrirlo. Descarté las intoxicaciones por medicamentos o veneno, decidí que el método más apropiado y cómodo sería morir desangrado. Era demasiado cobarde como para cortarme el cuello o ahorcarme colgado de una viga, así que sólo encendí música a todo volumen: si alguien llamaba a la puerta o al teléfono yo no quería darme cuenta, escogí entre tres navajas de corte fino que mi madre solía usar para cortar cartón en sus manualidades, con las que yo cortaría mis venas. Tomé una de las navajas y pensé realmente lo haré. Mis manos temblaban de miedo ante la intención de huir que invadía a mi mente, sin embargo, no vacilé una vez que la navaja tocó mi piel ya no pude detenerme, no pude volver atrás. Corté por mis muñecas y por si no era suficiente por mi antebrazo. Tan solo me senté en el suelo a esperar mientras me sentía más débil y cansado a cada segundo. Había funcionado. Por fin había cometido el ilícito que tanto deseaba y solo podía pensar en lo que me encontraría después mientras me desvanecía tendido en el piso. Mis ojos perdían la luz lentamente hasta que todo simplemente se volvió negro. Retumbó en mi cabeza mi propia voz diciendo – Creo que lo que encontré ha sido el infierno. Todo era tan tranquilo y por un momento dejé de sentir el dolor de mis brazos. No recuerdo que pasó después. Casi de inmediato comencé a escuchar voces en lejanía.

– Revisa la transfusión y quiero otro estudio sanguíneo, llama a laboratorio para que le extraigan una muestra. – De inmediato doctor. – También quiero que reemplaces sus vendajes, su familia está por entrar. – De acuerdo doctor.

Comencé a sentir una presión en mi pecho y a escuchar un llanto sereno, no había nada en mi cabeza que le pusiera lógica a lo que estaba pasando; si era el cielo no era nada placentero pero era demasiado extraño como para ser el infierno. – ¿Dónde estoy? – ¡Hijo! ¡Ha reaccionado Doctor, está hablando! – Era mi madre quien lloraba reposada sobre mi pecho; poco a poco fui cobrando consciencia, comencé a ver las sombras de algunas personas que rondaban por ahí y reconocí a mi padre que caminaba por el pasillo, se veía ansioso y caminaba de un lado a otro como si sus pasos retumbantes lo fueran a llevar a algún lado. Vi mis manos vendadas, agujas conectadas a mangueras en mis brazos y mis ropas fueron cambiadas por una bata que por cierto no dejaba nada a la imaginación.

Fallé. Todo esto solo significaba una cosa: intenté quitarme la vida y no lo logré. ¡Embarazoso! -¡Cómo pudo eso ser posible! ¿De verdad fui tan inútil que no pude acabar con mi propia vida? ¡Peor aún! Les causé en vano todas esas preocupaciones a mis padres y a mi hermano. No iba a zafarme de esto, no tenía donde esconder mi pena. Lo que menos quería era causar tantos problemas y ahora mi cara se caía de vergüenza.

– ¿Por qué has hecho esto hijo? Nada te ha faltado, todo hemos hecho por ti. ¿Qué te sucede? ¿Por qué nunca nos dices nada? No entiendo por qué has hecho esto hijo ¡No lo entiendo! – Mamá, no llores por favor – No soportaba verla llorar, y pensar que yo era el culpable - Sólo pensé que sería mejor para ustedes y… - ¿Cómo podría ser mejor? ¿A qué te refieres, dime? ¿Qué clase de estupideces están pasando por tu cabeza? ¡Mocoso Idiota! – Señora lo mejor es que se calme, no sólo por usted y su hijo, está usted molestando a los demás pacientes – por suerte llegó esa enfermera, pero ni siquiera podía verla a los ojos, a ella o a cualquiera del cuerpo médico que conocían mi cometido. – ¿Dónde está mi papá? – Está en el pasillo, no quiere verte. – No le culpo. - ¿Qué quieres decir? – Nada. – Hijo debes entender, cuánto nos duele esto, nos hemos esforzado por acercarnos a ti, y la verdad es que sólo sabemos de ti lo que tú nos has dejado saber: no sabemos qué te está sucediendo y por qué has decidido morir, no nos dices nada. – Tenía razón, era completamente cierto, pero ¿Qué ganaba con saber lo que yo pensaba? No iba a cambiar nada, y yo iba a intentarlo de nuevo en cuanto saliera del hospital, pero esta vez lo haría bien. – Mamá está bien. – Nada está bien hijo, no puedo dejar de pensar que lo harás de nuevo – ¿A caso era adivina? – Ahora debemos vigilarte más que nunca, el doctor llamará al psiquiatra y espero que hables con él – Para nada. Yo no tengo nada que decir. – Por favor hijo, yo – No, por favor mamá, no voy a hablar con un loquero, trata de no humillarme más, y que esto no salga de estas paredes. – No sé, yo… - ¡Ya ha sido suficiente! No podría decirle nada de todos modos, no tiene caso. – Siempre has sido así, tan extraño, déjame entenderte antes de que sea demasiado tarde. – Ya entiendo. Tiene toda la razón pero es mejor que no me conozca, así nunca podría decepcionarme de mi teniendo grandes expectativas. – No te preocupes, no lo haré de nuevo, todo estará bien, lo juro.

No dijo nada, mi papá no era capaz de entrar a verme. Lo entiendo. Yo tampoco lo haría. Además, no es como que yo quisiera que entrara para darme un sermón sobre la vida. Era lo mejor.

Mi madre habló con mi padre y coincidieron en que estaba bien irnos, firmaron los papeles necesarios y nos fuimos del hospital a voluntad. Claro que no era fácil que dieran de alta a un intento de suicida pero mis padres siempre fueron bastante persuasivos.

Camino a casa nadie dijo una sola palabra, todo era simplemente incómodo y el aire que intentaba respirar pesaba el sólo esfuerzo. Ellos no sabían que iban a hacer pero jamás lo demostraron. Se veían tan seguros de no hacer nada al respecto que de solo verlos era más aterrador que pensar en dónde sería mi destino si lograba morir. Se veían tan tranquilos, por supuesto: son mis padres, son los más estables y fuertes emocionalmente. ¿Cómo era posible? ¿No iban a decir nada? ¿No harían nada al respecto? No podía creerlo pero se iba a respetar mi decisión, en verdad lo harían. O eso creía.

A penas llegamos a casa, mamá bajó del auto, se apresuró hacia su habitación y trabó el cerrojo con candado. Papá se quedó tras el volante por unos minutos y luego se encerró en el garaje. Mi hermano salió de su habitación para verme pero estaba muy molesto como para decir algo, estaba furibundo, y cuando me vio volvió su cabeza y regresó por la misma puerta que había salido. Está bien. Me quedé solo en la sala por un rato y me quedé dormido en el sofá.

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