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Arriba Y Abajo: Los Dos Herederos De Socrates


Enviado por   •  25 de Septiembre de 2013  •  2.846 Palabras (12 Páginas)  •  2.101 Visitas

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ARRIBA Y ABAJO: LOS DOS HEREDEROS DE SOCRATES

Sócrates conversó durante años con sus conciudadanos atenienses, hizo mil preguntas, replicó ingeniosamente a sus interlocutores... pero nunca escribió nada. A lo largo de los siglos se han compuesto miles de libros sobre él, pero él no escribió ninguno, ni siquiera unas pocas páginas explicando su forma de pensar. ¿Cómo podemos saber entonces lo que realmente dijo? quien mejor escribió sobre él fue uno de sus seguidores más constantes, llamado Platón. En realidad su nombre era Aristoclés, pero todo el mundo le conocía por «Platón» porque era muy corpulento y ancho de espaldas. Se trataba de un joven de buena familia que conoció a Sócrates cuando tenía dieciocho o diecinueve años y quedó fascinado por él. Procuraba seguirle adonde fuese y no se perdía ni uno de sus improvisados debates con los ciudadanos atenienses. Platón no sólo fue un oyente embobado de Sócrates, sino también una persona sumamente inteligente y por tanto deseosa de pensar por su propia cuenta, como precisamente Sócrates hubiera querido. El empezó a introducir cada vez más sus propias opiniones. Aunque la primera inspiración para dedicarse a la filosofía le vino a Platón de Sócrates, sus estilos de filosofar son muy diferentes. Platón no iba ya por calles y plazas preguntando a la gente, como hacía Sócrates: la verdad es que ningún otro filósofo ha vuelto a comportarse así. Muchos aprendieron de Sócrates, pero nadie se ha atrevido a vivir luego tan libre y alegremente como él.

A partir de Platón, los grandes pensadores se han convertido en maestros, en profesores, y el primero de estos maestros fue el propio Platón, que fundó en Atenas una especie de «colegio de filosofía» al que todos llamaron Academia porque estaba situado en unos jardines públicos dedicados a un antiguo héroe, Akademos. Allí Platón explicaba su forma de comprender el mundo ante un pequeño grupo de discípulos que le escuchaban atentamente y supongo que también le planteaban de vez en cuando dudas y objeciones. Porque en filosofía nadie tiene «la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad» Si no hay discusión e intercambio de puntos de vista, no puede hablarse de auténtico conocimiento filosófico.

A Platón, desde luego, le interesaba encontrar la verdad. Pero... ¿Qué es la verdad? Y la pregunta más difícil: ¿Cómo reconocerla cuando la tengamos delante? Constantemente oímos afirmaciones sobre todos los asuntos divinos y humanos: «El jamón es muy rico», «Las mujeres conducen peor que los hombres», «Todos los humanos somos mortales», etcétera. Unas sostienen esto y otras lo contrario, de modo que alguien debe equivocarse. Sin duda, algunas son verdaderas, pero otras serán simples prejuicios o supersticiones. ¿Cómo podemos distinguirlas? Platón dice que la mayoría no son más que opiniones es decir, que sencillamente se limitan a repetir lo que la gente suele creer o que convierten en dogma lo que no es más que una circunstancia casual: por ejemplo, como yo no he visto más que cisnes blancos decido sin vacilar que todos los cisnes son necesariamente blancos. Y me equivoco, porque en Australia —donde nunca he estado— resulta que hay cisnes negros.

El auténtico conocimiento debe ir más allá de la opinión, es decir, tiene que tener un fundamento sólido que lo haga verdadero: no sólo verdadero para mí o para mis amigos, sino para todas las personas capaces de pensar y de utilizar bien su razón. Es eso lo que, según Platón, busca la filosofía: la ciencia de lo verdadero, que va más allá del barullo contradictorio de las opiniones. Pero ¿cómo puedo estar seguro de nada, si todo cambia a cada momento? Tengo una rosa en la mano: llena de color, fresca, olorosa... y dentro de un par de horas marchita y deshojada; ahora veo una jarra de agua, transparente y con la que puedo mojarme la cara: si desciende la temperatura, se convertirá en sólido hielo, pero si hace demasiado calor se evaporará hacia las nubes; en cualquier caso dejará de ser como antes fue. Según Platón, en este mundo material en que vivimos todas las cosas se transforman constantemente según la luz que las ilumina: la temperatura, los accidentes, los caprichos de las formas diversas y el tiempo que todo lo degrada final-mente. Si sólo nos fijamos en lo que podemos ver, oler, oír y tocar nunca podremos estar seguros de nada porque todo pasa, cambia, se mezcla y desaparece. Sin embargo, es posi¬ble llegar a conocimientos exactos y precisos: por ejemplo, en matemáticas y geometría. El centro de una circunferencia está siempre a igual distancia de todos los puntos de la misma, aunque esté dibujada en la pizarra, en la arena y tanto si es invierno como verano; dos y dos suman cuatro tanto si se trata de dos peras como de dos tigres, etcétera. Los números y las figuras geométricas no se desgastan con el tiempo ni se alteran por culpa de los elementos atmosféricos: sirven para comprender el mundo, pero no forman parte material del mundo. Platón concedía tanta importancia a esto que a la puerta de su Academia tenía escrita esta advertencia: «Que nadie entre aquí sin saber geometría». (¡Me temo que yo hubiera debido quedarme fuera!).

Y de modo semejante pensaba que más allá de las cosas materiales que conocemos por medio de los sentidos hay unas ideas que son la verdad inmutable y eterna de cada una de ellas: la idea de la Rosa nunca se marchita, la idea del Agua ni se congela ni se evapora, y la idea de Perro vale para cualquier tipo y forma de perro. Hay una idea que expresa la realidad duradera de las cosas entre las que vivimos, las que vemos cambiar y perecer sin cesar. Quienes intentan conocer a partir de la materia y de lo que nos dicen los sentidos no logran más que repetir meras opiniones, sin un fundamento seguro y que se contradicen unas a otras. Sólo los que son capaces de percibir las ideas eternas e inmutables —es decir, los filósofos— son para Platón capaces de una verdadera ciencia, es decir, de un conocimiento seguro tan riguroso e inatacable como las mismísimas matemáticas.

Según Platón, la tarea del filósofo es intentar que los hombres rompan las cadenas que les atan a la realidad material del mundo y sean capaces de ver las ideas eternas, de las que las cosas transitorias que nos rodean son meros reflejos perecederos. No es un oficio fácil el de filósofo, porque la gente común tiene más aprecio por sus cadenas sensoriales que por la verdad e incluso pueden rebelarse contra quien quiere abrirles los ojos: ¡recordemos lo que le ocurrió a Sócrates!

Pero no creas que Platón vivía sólo entre nubes ideales, todo lo contrario: a diferencia de Sócrates, estaba profundamente preocupado por la política y deseaba cambios

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