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Así fue en el pasado y así será en el futuro.

adairMonografía18 de Septiembre de 2011

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Y porque han tenido que luchar más- y no por ser blancos- han progresado más.

Es el medio externo, como acicate, y no la naturaleza, lo que ha condicionado su transitoria superioridad.

La ciencia está por rechazar definitivamente la creencia, en un tiempo muy en boga, de que la capacidad mental es una resultante del peso o del tamaño del cerebro. Puede haber, sí, reacciones cerebrales distintas, por que el flujo sanguíneo que llegue a cada cerebro sea diferente, por razones atinentes a la condición general de los individuos.

Pero definitivamente, la historia de la evolución de la efectividad mental del hombre no es la misma historia de la evolución de la especie.

Así fue en el pasado y así será en el futuro.

Los gemelos provenientes de un mismo huevo y cuya combinación de genes es idéntica, desde el punto de vista hereditario, son como si se tratara de la misma persona repetida, o, si se prefiere, cortada en dos partes exactamente iguales. Si la inteligencia de una persona dependiera en forma determinante de la herencia, entonces gemelos de ese tipo, aun educados en medios diferentes, deberían tener un mismo grado intelectual o, al menos, muy aproximado.

La Revolución

de la

Inteligencia

Luis Alberto Machado

Era todavía un niño cuando mis padres me llevaron al teatro para contemplara un mago, quien, con toda clase de ingenios, asombraba, día tras día, a un público heterogéneo que pugnaba por verlo.

Recuerdo de lo que más me impresionó fue un alarde de memorización, que justificaba por sí solo la fama que rodeaba a aquel hombre excepcional. A solicitud suya le íbamos entregando palabras, y a cada una, sucesivamente, le asignaba un número, después de unos segundos de visible concentración.

Llegamos hasta cincuenta. Después lo ametrallamos con números y palabras; no se equivocó ni una vez. "Camello", decía alguno y el mago contestaba: "Cuarenta y cinco"; "Treinta y siete"; gritaba otro desde las localidades más lejanas, y el mago respondía con la misma rapidez: "San Francisco". Estaba seguro de que no se trataba de ningún truco: me había correspondido pronunciar una de esas palabras que, envueltas después en números, volaban por aquel escenario, convertido en deslumbrante caja de misterios.

Al día siguiente traté de repetir aquella hazaña, con sólo diez palabras y no pude. Años después, la lectura de un libro, creo que sobre el arte de hablar en público, me permitió, con el entrenamiento de unas semanas, jugar hasta con cien palabras, cantidad que no fue mayor porque algún límite era necesario establecer.

Utilicé uno de tantos métodos nemotécnicos, basados todos ellos en el establecimiento de una relación - cuanto más extravagante, mejor - entre una cosa ya perfectamente recordada y otra nueva que se quiere recordar. Escogí cien lugares situados, en orden sucesivo, en el trayecto - que conocía perfectamente - del autobús que me conducía cada mañana a la universidad, y a cada uno de ellos le asigné su número respectivo: uno, dos, tres y así hasta cien.

Una vez que fije muy bien en mi memoria la relación lugar-número, sólo restaba establecer, en su momento, una nueva relación, ahora la relación lugar-palabra: los conceptos que debían ser recordados los "ubicaba" en su lugar correspondiente. Cuando alguien señalaba: "Veintitrés", yo ya sabía que este número se había convertido en el edificio del correo y me preguntaba: "Que fue lo que yo coloqué en ese edificio"; de inmediato surgía la respuesta. Y si lo nombrado era la palabra "Nabucodonosor", contestaba a esa pregunta: "¿Dónde puse a este ilustre personaje?".

Desde entonces no he vuelto a hacer este ejercicio; estoy seguro de que en este preciso momento no podría realizarlo satisfactoriamente, por una simple razón: falta de práctica. Pero él me ha permitido pensar con frecuencia: cuántas veces nos deslumbramos ante el fuego que vemos desde lejos, en la oscuridad de nuestra falta de conocimiento sobre su artificio, y, entre tanto, la verdad es la de que aquello puede ser realizado por cualquiera. Por cualquiera que conozca el sistema y pacientemente lo ejercite, claro está.

Consideramos como de casi imposible realización algunos asuntos, que después de aprendida una fórmula, algunas veces sencilla, se nos presentan sin ninguna dificultad.

Y algo así sucede con todos los órdenes de la realización de una obra artística o científica, no importa cuál fuere su grado de complejidad. Nadie puede decir si puede o no puede hacer una cosa, hasta tanto no sepa exactamente cómo se hace esa cosa. Y cuando llega a saberlo, ya la puede hacer.

"Conócete a ti mismo".

Esta frase ha sido repetida por veinticinco siglos de Historia.

Conoce lo más íntimo de tu ser.

Conoce las carencias, tus disposiciones, tus facultades.

Conoce, en fin, tu vocación vital.

Conoce tu propia interioridad, hazla aflorar a la superficie y sométela a la luz de tu propio entendimiento. Son multitud las afirmaciones del arte, de la filosofía, de la psicología, de la ciencia..., que, si meditamos un poco, podremos identificar con facilidad como vinculadas al imperativo socrático.

Se dice una y otra vez: conoce lo que piensas y lo que quieres y lo que realizas.

Y yo me pregunto: ¿por qué no se ha insistido hasta ahora en el conocimiento del mecanismo de la mente humana, en la forma como se producen las ideas, en los recursos de la inteligencia, en las razones por las cuales unos hombres tienen más facilidades que otros para la invención, en las características mentales de los creadores en el campo del arte o de la ciencia, en el funcionamiento del cerebro de aquellos que han sido calificados en el rango de los genios?

Es importante que conozcamos cuáles son nuestros pensamientos, pero creo que es más importante todavía el que conozcamos la manera de poder llegar a ellos. "Si a la orilla del mar encuentras alguien con hambre, no le regales un pez; enséñale a pescar".

La aplicación de esta frase, resumen de sabiduría, es universal y constante.

Esa es la única forma como los individuos y los pueblos pueden alcanzar el progreso. Educar significa "sacar afuera" lo que la persona lleva por dentro.

Al educar, por tanto, es imprescindible el más absoluto respeto por la personalidad de cada quien, para que sea ella misma quien logre su propio perfeccionamiento y desarrollo.

En la misma forma, estoy convencido de que la función del Estado es la de contribuir con su intervención determinante de la vida política, económica y social de la colectividad a crear el "clima", la "atmósfera", las condiciones externas necesarias para que los ciudadanos, libremente, puedan buscar con facilidad, por sí mismos y de acuerdo con sus respectivas capacidades, la plena realización de su ser integral.

La educación abarca la personalidad completa del hombre, corporal, intelectual y espiritual, en todas sus facetas.

La enseñanza, como parte muy importante de la educación, se dirige principalmente a suministrar conocimientos.

Hasta ahora la educación ha tenido por fin formar hombres moralmente mejores e intelectuales más ilustrados.

Fin loable, pero, sin duda alguna, incompleto.

¿Incompleto? ¿Por qué?

El proceso educacional de la humanidad ha sido muy largo. Comenzó el primer día en que apareció el ser humano tal como lo conocemos hoy sobre la faz de la tierra y ha continuado a través de la Historia, con retrocesos transitorios, en una línea ascendente, tanto en extensión como en calidad.

Año tras año, es mayor el número de personas que reciben una educación sistemática y, en términos generales, esa educación se perfecciona cada vez más. El resultado, la marcha del progreso de la humanidad a lo largo de los siglos. Y sin embargo, hay un asunto fundamental que, incomprensiblemente, se ha pasado por alto. Hay algo de vital importancia que no ha sido enseñado sistemáticamente hasta nuestro tiempo.

Hasta ahora se han enseñado conocimientos, pero no se ha enseñado a pensar.

Se ha enseñado incluso dónde y cómo encontrar todo tipo de conocimientos, pero no se ha enseñado la manera de combinar conocimientos para obtener otras ideas.

Se han enseñado las reglas del pensamiento lógico, pero no se ha enseñado las de la producción de pensamientos nuevos.

Se ha enseñado cultura, pero no se ha enseñado originalidad.

Se ha enseñado los frutos de la inteligencia, pero no se ha enseñado a tener más inteligencia.

En lo que se refiere al tesoro más importante que poseemos en la tierra, el pensamiento humano, a lo largo de los siglos a las gentes se les ha dado peces, pero no se les ha enseñado a pescar.

No es suficiente con enseñar conocimientos de diverso tipo, bien sean generales o específicos, si no se enseña también cómo adquirir una mayor capacidad mental para entender mejor, para pensar mejor, para crear mejor.

Hasta hace pocos, muy pocos años, era criterio prácticamente de la humanidad, incluidos los científicos de todos los campos, el de que el grado de inteligencia de una persona estaba previamente establecido por la naturaleza y evolucionaba naturalmente, según la edad, dentro de límites igualmente determinados. Hoy, a medida que las investigaciones progresan, cada vez son menos los hombres de ciencia que sostienen esa tesis.

Nadie ha podido aducir ninguna demostración

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