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CARTA IMAGINARIA DE SAN AGUSTÍN


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2013  •  884 Palabras (4 Páginas)  •  318 Visitas

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Hola muchachos:

Antes que nada quiero presentarme. Mi nombre es Agustín. Les escribo desde el siglo IV, fecha en que estoy viviendo. Quiero contarles que nací en Tagaste, una ciudad romana del norte de África. Cuando tenía 19 años leí un libro llamado Hortensio (casi como la coordinadora de colegio, bueno, este libro no tiene nada que ver con ella). Hortensio, es un libro muy, pero muy antiguo del escritor Cicerón. Fue la lectura de este libro lo que despertó en mí el interés por la filosofía.

Creo que ustedes han estado, como yo lo estuve, intentando encontrar respuestas a esas preguntas sobre Dios, la vida, la muerte, el universo…en fin, preguntas que siempre nos han inquietado a lo largo de nuestra existencia.

En este mundo que yo vivo, no tengo como ustedes recursos como la internet, ni prensa, ni tv. Pero tenemos el recurso de los libros, que en mi mundo se atesoran porque es la forma de enterarnos de cómo pensaban otros.

El primer propósito que me hice fue estudiar la Biblia y encontrar allí las respuestas, pero no fue así. Entonces comencé a estudiar algunas ideas que se comentaban en los lugares de estudio. Me llamó la atención una secta llamada maniqueísmo. Se llamaba así porque fue fundada por un señor llamado Manes en el siglo III. Manes decía que todo lo que existe en el universo se explica a través de dos principios opuestos: el bien, que es la luz, y el mal, que es la oscuridad. Esto me gustó, porque los seres humanos somos una mezcla de un elemento malo, que corresponde a la materia (cuerpo), y de un elemento bueno, que corresponde al espíritu.

Durante un tiempo creí en esto y entendí que el objetivo de la vida humana es liberar al alma de la prisión del cuerpo. En eso estuve creyendo un tiempo hasta que un día me interesé por otras ideas de las que se hablaba en esos círculos de estudio en los que yo vivía. Escepticismo le decían a estas corrientes de ideas. Ellos, los escépticos decían que era imposible conocer; dudaban de todo y decían que sabio es quien sabiendo que ignora no afirma nada como verdadero. Al cabo de un tiempo, me aburrí de esta forma de pensar y andaba un poco loco intentando encontrar respuestas a mis inquietudes (acuérdense que no había internet).

A la edad de 32 años, conocí a san Ambrosio, todo un señor. Fue él quien me convirtió al cristianismo y me bautizó en el año 387. Me quedé en Italia un tiempo y luego regresé a Tagaste, África y luego me convertí en obispo de la ciudad de Hipona.

Por ese entonces recordaba con cariño a mi madre Mónica, quien desde pequeño me enseñó los principios básicos de la religión cristiana, y cuando hacía travesuras con mis amigos o sentía que me estaba alejando del camino del bien, se entregaba a la oración constante. Hoy, yo digo que soy “el hijo de las lágrimas de mi madre”. Porque no fui

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