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CONFESIONES DEL ALMA


Enviado por   •  5 de Marzo de 2017  •  Biografías  •  3.836 Palabras (16 Páginas)  •  198 Visitas

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CONFESIONES DEL ALMA

Mi alma es sensible, frágil como piel de niño recién nacido. Todo sentimiento por pequeño o grande que sea permite un desprendimiento indetenible de emociones en mí.

Desde mis primeros años admiraba la inmensidad del cielo, la redondez y la claridad de la luna, el titibiar de los luceros; que yo no comprendía era una curiosidad para satisfacer mi inquietud, del vuelo de las mariposas y su enternecedora belleza, las que siempre quería atrapar para mí, las muñecas que me encantan con ternura, las que me impulsan todavía a extender mis manos para aprisionarlas como el más hermoso bebé. A las bellas y perfumadas flores me extasiaba a mirarlas en cualquier lugar cuando exhibían tan esplendida belleza y hermosura; en especial las orquídeas. Para que me sintiera suspendida al disfrute de todo, como alejada de una realidad. Pareciera que había nacido envuelta en ese extraordinario sentimiento que la vida nos infiltra desde lo más profundo del ser humano.

Los primeros años de mi niñez los viví en Pariaguán, pueblo que no he dejado de querer, cada oportunidad que tengo lo visito, Allí viven muchas personas de mi querencia. Mis primeros años de estudio los realice en la escuela Urbaneja, fui creciendo en un mundo de ensueño mi hogar era humilde, tenía lo que se necesitara para sentirme una niña feliz, mi madre trabajaba mucho, nos crió con sacrificio pero con mucho amor y buenas costumbres, amada por todos nuestros familiares. Desde muy pequeña me preocupaba cuando veía un niño más pobre que yo, si le observaba sin camisa y descalzo me daba tristeza y esa imagen no la olvidaba era un sentir inexplicable, sabía que yo no podía ayudarle no contábamos para cubrir ese gasto. Yo era una niña alegre, vivas y me atrevía hacer algunas cosas sin inhibirme para manifestar mi pensar por eso me atreví a hablarle a mi maestra Olivia, lo del niño descalzo y sin camisa para verse los podía regalar, ella me escucho con bastante atención lo que le refería y coloco su cálida mano sobre mi hombro y me dijo “está bien Ysbelia, después hablamos de eso”, me sentí contenta y me fui a mi pupitre.

Mi madre Juana de Jesús, nos hablaba a todos nosotros, Rosa Amalia, quien era la hija mayor, bonita e inteligente, me llevaba en edad 7 u 8 años, luego nací yo, Antonio y Luis. Nos acostumbramos como oración, el respeto para los padres y personas mayores no tomar lo que no fuera nuestro, mi madre decía “Se puede ser muy pobre, pero nunca tomar lo ajeno” porque eso se llama robar. Era una constancia en la orientación para la crianza en esa época donde el respeto era una  regla de primera línea, eran cánones de conducta esto lo asimilamos al pie de la letra. Como los días estaban pasando desde que había hablado con la maestra sobre el tema del niño; ella me respondió “Ysbelita, no se me la olvidado, lo que si se me paso fue preguntarte más o menos que tamaño tiene”. Es un poco más pequeño que yo maestra, “bueno si lo vuelves a encontrar le dices que quiero verlo” “yo sé donde vive maestra” “¿muy lejos?, tu sola no debes ir para allá y sin permiso de tu mamá menos”, me retire a mi asiento; como a los tres días volví a ver al niño con una franelita con huequitos, sucia y descalzo, lo llamé con señas de mi mano, no sabía su nombre, vino de mala gana ¿Qué quieres?, mira  ¿Cómo te llamas?, “que te interesa mi nombre”, mira chico es para algo bueno, mi maestra quiere saber cómo te llamas o mejor quiere verte en la escuela, “ahora sí” me respondió, me puse triste, parece que se dio cuenta y dijo “está bien, como es la maestra” se llama Olivia, una bien bonita de pelo largo. Fue a la escuela y le preguntó que quería con él, era mal educado; hablaron y ella fue con él y le compró la camisita y las alpargatas, el estaba extrañado se alegro y se fue corriendo a su casa, sin decir nada. La maestra Olivia me dijo, “ya le compre a Carlos lo que me pediste”, gracias maestra, gracias por eso.

Al otro día su mamá María Tomasa vino con él a la escuela para saber si era verdad que la maestra le había regalado eso a su hijo y porqué, la maestra le explico lo que yo le había referido y ella quiso complacerme, la señora le agradeció y a mí me dio un besito que lo sentí por muchos días. Al referirle a mi madre lo que había hecho sin omitir detalle, me recriminó que estuviera molestando a la maestra con ese tipo de cosas mi madre me comprendía, porque siempre me estaba preocupando por ayudar a los demás, desde siempre quería ayudar a otros; mi amiguita María me decía “a tí ¿Quién te ayuda? tú también eres pobre,” claro que soy pobre, pero mucho menos que ese niño. A los días olvide el problema del niño Carlos.

En la continuación de “Remembranzas Diversas”, he querido referirles tímidos pasajes de mi niñez y adolescencia. Era una etapa feliz, alegre. Nuestra madre nos preparaba para la vida. Desde muy pequeñita me enseñó a bordar al matiz y mi hermana Rosa Amalia me enseñó a tejer y a bordar a máquina.

Desde muy niña realizaba bellos juegos de sabanas las que vendía tan pronto terminaba. La señora Carmelina esposa de un ciudadano chino, creo el único de su raza que vivía para la época en Pariaguán, vivian en el sector del bajo, la señora Carmelina adquiría todos los bordados que realizaba. Mis deditos soportaban muchos pinchazos de la aguja porque era temeraria para concluir los hermosos, y delicados bordados en bello matiz de colores.

También aprendí a elaborar flores de papel crepé bajo la conducción de mi tía política Angélica de Mijares, esposa de mi tío Arthuro hermano de mi madre y dueño de la única panadería que existía en la comunidad. Tía Angélica para la fecha de los difuntos hacía bellas coronas para vender. No existían para época las modernas floristerías.

Yo viviendo ya en el tigre muy joven comencé a elaborar coronas para venderlas en la fecha del día de los muertos. Desde septiembre comenzaba a elaborar coronas las que poco a poco iba colgando en ganchos hasta ver un verdadero jardín. Su costo era muy económico y tenía la suerte de venderlas todas. Solo dejaba una todos los años para colocarla en una tumba del cementerio la cual veía abandonada, solo la cubría un promontorio de tierra que ni siquiera el nombre tenia del fallecido que allí estaba enterrado. La colocaba y le rezaba una oración a esa anima desamparada de familia.

En cuanto a tejidos, confeccionaba vestidos y suéteres para mí y cuando me case y comencé a tener mis niños me deleitaba tejiéndoles sus mediecitas, gorros, abriguitos y escarpines en forma de botitas. Era de verdad una dicha, felicidad para nosotros al admirar todo lo que confeccionaba para cuando naciera cada uno de mis bebés ¡Una ternura!. Las sabinitas para su cuna eran un primor. Así como se los describo fue la etapa de mi niñez, adolescencia y juventud. Gracias a mi madre, a mi hermana Rosa Amalia y a tía Angélica por esas enseñanzas que además de permitirme ganar unos churupitos, me proporcionaban inmensa satisfacción.

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