Ciencia JUGAR JUNTOS ES COMUNICARSE Y VIVIR CON LOS DEMÁS
Rebeqka VazquezApuntes3 de Diciembre de 2015
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JUGAR JUNTOS ES COMUNICARSE Y VIVIR CON LOS DEMÁS
“Ve a jugar con los demás”
Alban, de dieciocho meses, se apoya en el marco de la puerta, en el umbral de la sala grande de la guardería. No quiere sacarse el abrigo. Su mamá insiste; Alban acepta que ella le quite el atuendo, pero sin ayudarla.
El rostro de Alban se distiende subrepticiamente. ¡Ahora que se siente comprendido, espera que su deseo le sea concedido! -¡Pero eso no es posible, Alban! -exclama la madre-. ¡Ya te lo expliqué! Tú sabes que me tengo que ir a trabajar... Alban se mira la punta de los zapatos, en silencio. ¡Y el tiempo, que no termina de pasar!
Atravesar el umbral de la casa
Durante "la adaptación" del niño a la guardería, es habitual que el progenitor se retire progresivamente en el curso del día y vuelva a buscar al niño cada vez más tarde: al principio, tras el almuerzo; más tarde, tras la siesta; luego, tras la merienda. Durante esa primera semana, el niño toma sus referencias, se atreve a jugar, seguro de que el adulto familiar volverá pronto. Descubriendo los juegos y la vida en común con los otros niños, la primera semana fuera de la casa la pasa bastante bien. ¡Todo nuevo, todo lindo!
Los adultos saben bien que el juego de cada niño con los demás es absolutamente fundamental en su vida, un momento privilegiado de su desarrollo, un espacio de construcción de su vida social y su creatividad, donde se anudan y desanudan sus afectos, intereses y pasiones. Todo padre anhela legítimamente que su hijo ocupe su lugar entre los otros. Al mismo tiempo, la primera confrontación del niño con lo externo a la familia es una prueba de realidad.
Con los padres, debemos ayudar al niño a superar sus aprensiones y a tejer lazos de familiaridad. Según la edad, la historia y la personalidad del niño, sus modalidades de acercamiento varían. Analizamos aquí algunas de las más frecuentes.
Entrar en territorio extranjero
El ingreso de un niño en la guardería no es simple. Para él, se trata en primer lugar más de vivir en la guardería que de "jugar". Va a tener que compartir momentos con otros que no le resultan familiares de entrada, en lugares cuyas reglas no siempre conoce, comer y dormir según ritmos y hábitos nuevos, con adultos a los que no conoce todavía.
A todo adulto que entre en una guardería, le aconsejo una experiencia elemental: recostarse en un momento cualquiera del día en la lona de los bebés, cerrar los ojos, escuchar. Escuchar aunque sea los ruidos y las voces que puntúan el desplazamiento de los objetos y las personas, procurando ponerse en el lugar de un pequeñito que llega allí por primera vez.
La lona de los bebés, recuerdo del pequeño
La lona de los bebés, ese gran espacio de colores lleno de almohadones y juguetes brillantes, esa paleta de pequeños escondrijos, luces, colores, olores, juguetes y costumbres, el año pasado, era su universo exclusivo, cuando él era un bebé. Ayer, a ese lugar seguro desde donde aprehendía el mundo con la mirada, lo había explorado a cuatro patas, lo había abandonado y se había puesto de pie para caminar. Si este lugar ahora le está prohibido, y bueno, aquí está, pegándole a este
nuevo bebé que él ya no es pero que le gustaría poder ser todavía un poco, ¡y de rabia le muerde su chiche favorito! ¡No quiero que este intruso juegue en mi lugar!
El bebé pintor
Los bebés captan el mundo, lo reconocen y se inscriben en él por la diversidad de sus sentidos. Pata poder separarse de su madre y de su casa, todavía les hace falta poder reencontrar "un poco" de familiaridad conocida en el espacio desconocido de la guardería.
Eoana, una nenita créole* de ocho meses, la primera vez que estuvo en la guardería miraba maravillada desde los brazos de su madre los móviles multicolores que resplandecían bajo los rayos de sol. Con un movimiento involuntario, sus puñitos imitaba las volteretas lentas de los móviles de colores. Esta graciosa bebita había estudiado atentamente con la mirada las manchas
de color de los almohadones, los juguetes, las alfombras, y había examinado las ¿pinturas de los niños en las paredes. Yo exclamé sonriéndole: -¡Ay, se diría que eres un bebé pintor!
El triste blues de la extrañeza
En el niño suele aparecer un sentimiento de extrañeza. En medio del universo que sin embargo hasta ahora le resultaba conocido y familiar, de pronto, como Gabou, se descubre diferente. Gabou, hermoso lactante de ocho meses, negro como el ébano, está en los brazos blanquísimos de Carmela, su niñera en la guardería, y juega en el regazo de ella con un botón verde de su blusa rosa.
El niño está cautivado. De pronto, su rostro inquieto se ilumina. ¡Se divierte! El canto, en sí mismo, es muy hermoso. Pero ¿qué decir de esta sonrisa que nace en el rostro de Gabóu? ¿De la emoción que se apodera de nosotros, los adultos, ante esta expresión de alegría e inteligencia?.el canto da sentido, establece un vínculo. Antes de acceder a la palabra, los bebés captan el sentido emocional del lenguaje. Sensibles a la musicalidad de la voz, el oído de los muy pequeños rara vez se equivoca sobre lo verdadero y lo falso, lo sosegado, lo molesto, lo colérico, lo justo, lo importante.
Separarse del progenitor sin perderlo
es a menudo por medio de un doudou o un tatou,* ese objeto familiar, impregnado en los olores de la casa, como el niño se tranquiliza con respecto á su propia continuidad, en el caos de sus múltiples sensaciones y experiencias en territorio extranjero. Por la mañana, el niño trae su tesoro de su casa, y no se separa de él en todo el día. Pero asombrosamente, ¡es justo eso lo que los compañeros de la guardería se empeñan, ese día, en quitarle! Clément, dos años y medio, tiene en la mano, encantado, un cepillo de juguete de plástico turquesa, cuyo revés está recubierto por un espejo. -El cepillo no es un juguete de la guardería, es el juguete de Clément. Los juguetes de la guardería son pata todos los niños, hay que compartidos con los demás. Pero con los juguetes de la casa, cada nene hace lo que quiere, puede decir no y negarse a prestados. Y Clément no quiere prestarte su cepillo. Se lo tienes que devolver. Michael oculta con resolución
"¡Suelta tu chiche!"
El mundo es digno de confianza, cada uno con su madre. Enseguida, cada vez más a menudo durante el día, el niño puede olvidar sin problema su doudou y su tatou en un rincón y, cuando lo descubre en un momento cualquiera de sus juegos, este hallazgo constituye una feliz sorpresa.
Pero cuando los otros niños le "roban" su tatou, ¿no es su manera de empujado, de solicitado y pedirle "¡Suelta tu chiche y ven con nosotros!"? Esta etapa, poder olvidar y volver a encontrar su tatou sin haberse perdido a sí mismo, marca en mi opinión el momento en que un niño está "adaptado" a la guardería, es decir, el momento en que ha adoptado la guardería y se ha hecho
adoptar por ella, se siente allí seguro y en su sitio, el momento cuando él viene a jugar.
La canasta de los petes
Marie confiscó la bonita canasta de mimbre de la oficina chica, la llevó a la entrada de la habitación grande y la bautizó "canasta de los petes". -Bueno -propuso Mane-. Ésta es una canasta para los petes, los doudous, los osos y las muñecas que traen de casa. Ustedes siguen necesitándolos cuando los papás se van, para consolarse. Pero tienen que tener la boca y las manos libres si quieren hablar y jugar con los demás. ¡Pueden poner sus objetos personales en esta canasta, y venir a buscados cuando los necesiten! Y varias veces, al volver a encontrarse con los padres, los niños se olvidaban de rescatar sus objetos personales, que pasaban en el Ballon Rouge, como ellos en su casa, una noche tranquila.
¡Y yo también abandono a mamá!
A veces, con o sin doudou, volver a encontrar en sí las sensaciones familiares y tranquilizadoras en territorio extranjero es, por una razón o por otra, difícil. Al niño se le hace entonces imposible atravesar la frontera real de la guardería en razón de su desasosiego interno. ¡Sin embargo, hemos acompañado la adaptación de Katleen! Pero decididamente, hay un monto de ausencia materna más allá del cual Katleen permanece desaparecida bajo una cascada de lágrimas. ¡Y yo me debato en ese mar!.
Entonces, Katleen ya no se sentía perdida cuando su mamá se separaba de ella. Ya no tenía necesidad del tierno sustituto que era el echarpe para tolerar la ausencia. Pero ¿no tendría acaso necesidad de asegurar que tenía derecho a estar enojada? ¿Que también ella podía separarse de su mamá? ¿Mamá me extraña cuando yo no la extraño? Y yo, ¿tengo derecho a tener ganas de separarme de ella? La experiencia de abandono se elaboraba bajo la forma de protesta. La respuesta en ella ha debido de ser "sí", ya que después de este enojo que no "perturbó" a su madre, Katleen renunció al echarpe y tomó su lugar entre los otros.
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