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Codigo Da Vici


Enviado por   •  19 de Mayo de 2013  •  19.595 Palabras (79 Páginas)  •  354 Visitas

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Prólogo

Jacques Saunière, el renombrado conservador, avanzaba tambaleándose bajo la bóveda de la Gran Galería del Museo, aquel hombre de setenta y seis años tiró de la obra de arte hasta que la arrancó de la pared y se desplomó, cayendo boca arriba con el lienzo encima.

A sólo cinco metros de donde se encontraba, del otro lado de la reja, la imponente figura de su atacante le miraba por entre los barrotes. El albino se sacó una pistola del abrigo y le apuntó con ella entre dos barrotes.

Se oyó un disparo y Saunière sintió el calor abrasador de la bala que se le hundía en el estómago. Jacques Saunière era el único eslabón vivo, el único custodio de uno de los mayores secretos jamás guardados. Estaba encerrado en la Gran Galería, y sólo había una persona en el mundo a quien podía entregar aquel testigo.

1

Robert Langdon tardó en despertarse. Casi al momento, llamaron con fuerza a la puerta.

¿Señor Langdon? Tengo que hablar con usted. Soy el teniente Jéróme Collet, de la Dirección Central de la Policía Judicial.

El agente suspiró muy serio y le alargó una foto Polaroid a través del resquicio de la puerta. Esta foto se ha hecho hace menos de una hora, en el interior del Louvre.

Nuestra esperanza es que usted nos ayude, teniendo en cuenta sus conocimientos sobre simbología y la cita que tenía con él.

2

Silas, el imponente albino, cruzó cojeando la verja de entrada a una lujosa residencia en la Rué de La Bruyére. Se acercó deprisa a la cómoda y buscó el teléfono móvil en el último cajón. Marcó un número.

—Maestro, he vuelto. —Los cuatro han desaparecido. Los tres senescales... y también el Gran Maestre. —Maestro, los cuatro han confirmado la existencia de la clef de voûte... la legendaria «clave de bóveda».

Según la tradición, la hermandad había creado un mapa de piedra, una tablilla en la que estaba grabado el lugar donde reposaba el mayor secreto de la orden...

3

El aire frío de abril se colaba por la ventanilla abierta del Citroën ZX, que avanzaba a toda velocidad en dirección sur, La Pyramide. El nuevo acceso al Louvre se había hecho casi tan famoso como el mismo museo. ¿Cómo se llama el capitán? —preguntó Langdon, cambiando de tema. —Bezu Fache —dijo el agente mientras acercaba el coche a la entrada principal de la pirámide.

—Ahí está la entrada. Buena suerte. Se acercó a la entrada principal, una enorme puerta giratoria. —Soy Bezu Fache —le dijo mientras pasaba por la puerta giratoria—, capitán de la Dirección Central de la Policía Judicial.

4

Langdon siguió al capitán por la famosa escalera de mármol hasta el atrio subterráneo que había bajo la pirámide. ¿Conocía bien a Jacques Saunière? —le preguntó el capitán. —En realidad no lo conocía. No nos habíamos visto nunca. ¿El encuentro de esta noche iba a ser el primero? —Sí, habíamos quedado en vernos, pero no se presentó. Los dos hombres se encontraban ahora a medio camino del pasillo que daba acceso al Ala Denon.

Más adelante, el sonido de unas voces retumbaba en el pasillo revestido de mármol, procedente, en apariencia, de una estancia espaciosa que se adivinaba a la derecha. —El despacho del conservador. Unos diez metros más adelante se adivinaba la entrada a la galería más famosa del Louvre —la Grande Galerie, Langdon ya había deducido que era allí donde se encontraba el cuerpo de Saunière.

5

Ahora, en ese vuelo comercial rumbo a Roma, Aringarosa miraba por la ventanilla y veía el oscuro océano Atlántico. En calidad de prelado del Opus Dei, el obispo Aringarosa había pasado los últimos diez años extendiendo el mensaje de la «Obra de Dios», que es lo que significaba literalmente Opus Dei.

Cuando el avión empezaba a sobrevolar las costas de Portugal, su teléfono móvil empezó a vibrar. Aringarosa respondió en voz baja. — ¿Sí? —Silas ha encontrado la clave —dijo su interlocutor—. Está en París. En la iglesia de Saint-Sulpice.

6

Tras pasar por debajo de la reja de seguridad, Robert Langdon estaba ahora junto a la entrada de la Gran Galería. En el centro, como si fuera un insecto bajo la lente de un microscopio, el cadáver del conservador estaba tendido en el suelo de madera. El pálido cuerpo sin vida de Jacques Saunière estaba en la misma posición que tenía en la foto. Saunière había dibujado un sencillo símbolo sobre su piel; cinco líneas rectas que, a base de intersecciones, formaban una estrella de cinco puntas. «El pentáculo.» aclaró Langdon—, es un símbolo precristiano relacionado con el culto a la Naturaleza. Los antiguos dividían el mundo en dos mitades: la masculina y la femenina. —En su interpretación más estricta, el pentáculo representa a Venus, la diosa del amor sexual femenino y de la belleza.

Langdon bajó la vista y dio un brinco del susto. Con letra luminosa, las últimas palabras de Saunière se extendían, púrpuras, junto a su cadáver.

7

El humilde habitáculo que había en la iglesia de Saint-Sulpice, era el hogar de sor Sandrine Bieil desde hacía más de diez años. Esa noche, mientras dormía en su estrecha cama, el sonido del teléfono la despertó y descolgó soñolienta.

—El obispo Aringarosa me ha llamado para pedirme un favor—prosiguió el abad, con voz nerviosa—. Uno de sus numerarios se encuentra en París esta noche... Él podría estar ahí a eso de... ¿la una? Dentro de veinte minutos.

8

Langdon no lograba apartar la vista de aquellas letras que brillaban sobre el suelo de madera. Le parecía totalmente inverosímil que aquellas fueran las últimas palabras de Jacques Saunière.

El mensaje rezaba así: 13-3-2-21-1-1-8-5 ¡Diavole in Dracon! Límala, asno

Nuestros criptógrafos ya están trabajando en ello. Creemos que tal vez los números contengan la clave que nos diga quién lo mató. Fache se alejó un poco del cuerpo y volvió a levantar la linterna de rayos ultravioleta de manera que el haz abarcara un ángulo más amplio.

Para asombro de Langdon, en el suelo, alrededor del cuerpo del conservador, surgió un rudimentario círculo brillante. De repente lo vio claro. —El hombre de Vitrubio —susurró Langdon.

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