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Criton


Enviado por   •  14 de Mayo de 2014  •  Exámen  •  10.453 Palabras (42 Páginas)  •  194 Visitas

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He aquí mi homenaje a quien para mi constituye uno de los filósofos y pensadores más importantes de la historia. Sin obras propias, tan sólo conocido por los escritos de sus discípulos y detractores. Sus métodos de encontrar la verdad y la confianza de que todo ser es capaz de descubrirla por sí solo gracias a su razón constituyen un modelo universalmente válido que, de nuevo, la propia estupidez del ser humano prefirió dejar de lado y olvidar para seguir tropezando en todas las piedras del camino. Como ya sabrán, me refiero ni más ni menos que al genio de Sócrates.

Finalizo la lectura del diálogo que da título a este comentario. Acomodado en el sillón cierro los ojos y reflexiono sobre el mismo. De pronto todo se vuelve oscuro y al abrir de nuevo los ojos, me encuentro en una ciudad cuya belleza me cautiva; sin duda estoy en la Atenas del siglo V a.C. Voy vestido con una túnica blanca y unas sandalias y camino con una seguridad en la que siento que conozco mi destino. Camino deprisa y algo nervioso. De pronto veo la prisión. Allí es donde voy. Al acercarme a la puerta veo al bueno de Critón hablando con Platón, que le escucha con una atención inmutable, con la mirada fija en los ojos de su interlocutor, escudriñando y memorizando cada una de sus palabras. Critón llora. Me acerco y les escucho. No ha podido convencer a su maestro, a Sócrates, de que huya, de que marche a Tesalia a casa de un conocido suyo, de que lo haga por el bien de sus hijos y de sus amigos, a los que la multitud puede acusar de no hacer lo suficiente, aún disponiendo de medios, para evitar el fatal desenlace, de que no se preocupe de los sicofantas. Critón es uno de esos amigos de los que pocas personas pueden contar entre sus conocidos. Sonrío al ver cómo Sócrates ha argumentado queriéndole mostrar la importancia o no de lo que piense la mayoría: bendito Critón, ¿por qué nos preocupa tanto la opinión de la mayoría? Y la aguda respuesta de Critón, mostrándole que es la mayoría la que le ha llevado a donde está. Lo que sucede ahora pone a las claras por si mismo que la mayoría es capaz de realizar no solo los mínimos males, sino quizá los máximos. Pero Sócrates responde de nuevo de manera implacable: los más no son competentes ni para ejecutar los supremos males ni para llevar a cabo los máximos bienes. ¿No te parece bien decir que no es necesario tener en cuenta todas las opiniones de los seres humanos, sino unas sí y otras no? ¿Estimar unas favorables y las otras perjudiciales? ¿No son favorables las de los sensatos y perjudiciales las de los insensatos?

Sigue contando Critón el desarrollo de la conversación. Un ejemplo claro de mayeútica. Vuelvo a sonreír. ¡Ah mi buen amigo Sócrates! Es cierto, pues, que no debe preocuparnos lo que diga la mayoría, sino solo lo que diga el maestro o el entendido de la materia a tratar. Y si Critón pensaba también en la mayoría, Sócrates solo pensaba en qué podría pensar el entendido de las cosas justas o injustas. Pues Sócrates solo busca vivir de acuerdo a la verdad, a la rectitud y a la virtud. No busca vivir sin más. No puede saltarse sus principios, tiene que dar coherencia a sus ideas, debe predicar con el ejemplo de aquello que afirma y hace afirmar. Y trata junto con Critón de hacer ver si la huída sería justa o injusta, pues supondría violar la decisión soberana del pueblo de Atenas, de esas leyes que reconocieron justas. Sócrates solo es partidario de devolver justicia a la injusticia, de forma tal que no pueda corromperse el alma generando como pago a la injusticia más injusticia. Jamás es recto cometer injusticia, ni devolverla; ni, cuando se sufre un daño, vengarse causando a su vez otro.

Critón habla ahora del fabuloso argumento pronunciado por Sócrates sobre la necesidad de cumplir las leyes y qué pensarían éstas si se violasen sus contenidos, dejándolas vacías y arbitrarias.

Tras escucharlos, abandono su compañía y me dirijo al guardián. Tras cierto pago me deja pasar y me encuentro cara a cara con él.

—Mi buen amigo Sócrates—nos fundimos en un abrazo. Y le cuento que ya conozco por boca de Critón sus pensamientos.

Tras una breve conversación sin importancia, comienzo a exponerle las preguntas que circulan por mi mente tras haber escuchado a Critón:

—¿Cómo haces tú, Sócrates, para mostrar a alguien la verdad o falsedad de sus afirmaciones o actitudes, lo correcto o incorrecto, lo justo o injusto de sus acciones?

—Sin duda, la palabra y el ejemplo.

—Ea, pues ¿qué sucede si teniendo la visión clara y la certeza de una injusticia cometida el sujeto no comprende?

—Sin duda las leyes harán su función.

—Bien hablas Sócrates. Pero ¿qué pasa si dicha visión incorrecta es aceptada por la mayoría a pesar de la dokimasía, es decir: por aquellos que aplican las leyes y dictan las leyes?

—El fin del Estado que conocemos.

—¿Y no es cierto que el alma de un individuo puede corromperse?

—Yo al menos así lo creo.

—¿Podemos pensar entonces que el Estado como suma de sus individuos puede corromperse?

—A mí al menos me lo parece.

—Y a ti que se te llena la boca diciendo que a lo largo de toda tu vida te has ocupado de la virtud, ¿no te parece incoherente fomentar con tu actitud la aplicación injusta de normas por personas falsas y corrompidas y con intenciones malvadas?

—Así parece.

—¿Y no te parece contrario a la virtud y al ejemplo dejar que dichos acusadores falsos como son Ánito, Meleto y Licón satisfagan sus bajos instintos de envidia, odio e ira amparados bajo una Asamblea que como hemos dicho puede estar corrompida?

—Cierto es.

—Ea, pues ¿no te parece que incluso ellos insultan el objetivo correcto de las leyes aplicándolas de manera injusta y no evitarlo puede suponer que se sigan cometiendo injusticias contrarias a la idea de Estado justo que tenemos?

—Es evidente.

—Y si tú mueres, ¿no dejarás sin argumentos a aquellos que piensen como nosotros ahora para poder perfeccionar el Estado?

—Así parece.

—Entonces, ¿recapacitarás sobre tu idea de tomar la cicuta y aceptarás la propuesta de Critón?

—NO.

—¿Pero Sócrates…?

—HE

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