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Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2018  •  Ensayos  •  2.820 Palabras (12 Páginas)  •  305 Visitas

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Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu

Maurice Joly

De la lectura del libro, se desprende que éste encierra una enseñanza, cuya finalidad es que el lector la comprenda, no que le sea explicada.

El tema que se aborda, en el libro, son los rasgos que pudieran adjudicarse a cualquier gobierno, con crudas  verdades  sobre política contemporánea, esto, en forma de ficción. Su lectura es preciso proceder con lentitud, como conviene que se lean los escritos que no son frivolidades.

Es de destacarse, que es una obra, en cierta medida impersonal, porque responde al llamado de la conciencia: concebida por todos, alguien la ejecuta y el autor se eclipsa, pues solo es el redactor de un pensamiento del sentir general.

Su autor, cuya breve bibliografía a saber es la siguiente: Maurice Joly, nació en Lons-le-Saunier en 1829, su padre fue consejero general del Jura y de madre italiana. Para poder culminar sus estudios, trabajó durante siete años como empleado subalterno en un ministerio, luego de pasante en la Escuela Superior de Comercio. Inscrito en 1859 en el Colegio de Abogados, fue secretario de Jules Grévi.

El primer libro que escribió el antes citado autor fue, Le Barreau de París, études politiques et litteraires, el cual consiste en una galería de retratos de abogados cáusticos e inclementes; el segundo, Cesar, es un vigoroso ataque a Napoleón III.

Retomando, respecto a la obra en comento,  ésta se publicó en Bruselas, en el año de en 1864,   sin nombre de autor, el libro el Diálogo en el Infierno, fue introducido en Francia de contrabando, en varias partidas; pero como algunos de los contrabandistas pertenecían a la policía, esta sin gran esfuerzo – unas cincuenta pesquisas simultáneas– logró incautarse de toda la edición y desenmascarar al autor.

Derivado de lo anterior, probablemente sus obras hubieran sido definitivamente olvidadas, no obstante sus sobresalientes méritos, si un ejemplar del Diálogo en el Infierno, que escapara a la policía de Napoleón III, no hubiese caído en manos del falsario redactor de los Protocolos de los Sabios de Sión, donde se exponen los presuntos planes secretos de dominación mundial, concebidos por los dirigentes de la Alianza Israelita Internacional.

Así los Protocolos fueron publicados incidentalmente en ruso, traducidos y difundidos en todos los países del mundo en 1920 y al año siguiente, una sucesión de extraordinarias casualidades puso la superchería al descubierto, esto, gracias a un corresponsal del Times en Constantinopla, de nombre Graves, fue quien se percató de la similitud que existía entre el documento ruso, publicado por Nilus y Boutmi, y el Diálogo de Joly, entre los supuestos Protocolos de los Sabios de Sión y el líbelo del abogado parisiense contra el sobrino del gran emperador, esto, porque Graves contaba entre sus amistades a un emigrado ruso, quien había comprado a un antiguo funcionario de la Ocrana, también refugiado en Constantinopla, un lote de libros viejos. Entre ellos descubrió, con sorpresa, un pequeño volumen en francés, encuadernado, sin la página correspondiente al título, pero en cuyo lomo figuraba el nombre de  Joly. Comprobando que su texto traicionaba una asombrosa semejanza con el de los Protocolos, participó su descubrimiento a su amigo Graves. Este hizo que se practicaran algunas averiguaciones en el British Museum, donde sin esfuerzo pudo encontrarse un ejemplar de  la  misma  edición  de  los  Diálogos.

Es así, que el  origen  de  la  falsificación  era patente; algunas comparaciones lo demostraron: ¿Qué itinerario habrá recorrido, el ejemplar del Diálogo hasta llegar a manos de Graves en Constantinopla, el año 1921?

En relación a ello, solo se tienen conjeturas: una de ellas es que probablemente los servicios de la Ocrana hayan enviado el libro de Joly a San Petersburgo, otra, es que quizás alguien retirara en préstamo este ejemplar de la biblioteca, en lugar de devolverlo, lo entregara al funcionario de la Ocrana quien, finalmente, lo habría llevado consigo al exilio, terminando así por caer en manos del corresponsal del Times, a quien cupo el honor de desenmascarar el fraude de las columnas de un importante diario británico.

Según Henri Rollin, en cuanto a los Protocolos, éstos fueron redactados probablemente en 1897 o a comienzos de 1898 en París, en los círculos que participaban de la lucha antisemita y que estaban dispuestos a recurrir a cualquier medio para justificar con furor, furor que los inducía a su vez a creer en las fábulas más inverosímiles. Quizá sea su autor Elie de Cyon, director del Galois y más tarde de la Nouvelle Revune, uno de los íntimos de Mme. Juliette Adam. Tal vez podíamos atribuirlos al Mage Papus o a la policía   misma.

Sea como fuere, la mistificación de los antisemitas, al traducir el líbelo que escribiera un hombre que hubiese sido su enemigo, atrajo nuevamente la atención sobre el oscuro combatiente de la libertad.

Los Diálogos de Joly fueron releídos, comprobándose que el Diálogo de Maquiavelo y Montesquieu merecía ocupar un lugar de privilegio en nuestra literatura política. Que la causa de sus desdichas fuera un excesivo gusto por la independencia, su mal carácter o un noble orgullo, lo cierto es que Maurice Joly fue un escritor de talento. Era un deber rescatar del olvido a un hombre a quien Napoleón III enviara a la cárcel y a quien «plagiara» la policía rusa.

El Diálogo de Maurice Joly fue descubierto y exhumado en 1948 y no en el curso de la década del sesenta. En Francia, bajo De Gaulle,  que en esa  época  se hubiera corrido el peligro de que el hallazgo fuese considerado una superchería, tan numerosos son los pasajes del texto que pueden aplicarse a repúblicas como la gaullista.

En 1948 nadie hubiera podido ver en la obra otra cosa que curiosidad histórica, un ejemplo particularmente interesante de esa crítica enbozada, alisuva, que los escritores franceses del Segundo Imperio elevaron a la categoría de género literario.

Para los especialistas de aquel periodo, presentaba –y solo el especialista podía apreciarla en detalle— una excelente pintura y un minuciosa análisis de los métodos de poder personal empleados por Napoleón III, aunque en verdad la pintura sólo era válida para éste. El lector de 1948 no podía atribuir alcance general de teoría política a ese régimen cuyas piezas Maquiavelo va ensamblando gozoso ante los ojos de un Montesquieu horrorizado y deslumbrado. Evidentemente, sólo la destreza del polemista conseguía vestir con apariencia de teoría y generalidad a lo que era la sátira de un caso único.

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