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DIALOGOS EN EL INFIERNO


Enviado por   •  17 de Abril de 2015  •  2.918 Palabras (12 Páginas)  •  378 Visitas

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DIALOGO ENTRE MAQUIAVELO Y MONTESQUIEU EN NICARAGUA

Por Freddy Quezada

En memoria del profesor José “Chepe” Molina

Introducción

Cuando leí por primera vez “Diálogo entre Maquiavelo y Montesquieu en el Infierno”, de Maurice Joly, muerto por mano propia, pobre y derrotado, me decía en vida aún “Chepe” que la batalla entre estos teóricos del poder llega hasta donde el otro lo deja, como en su adagio favorito: un buen alumno es el que sabe copiarse, decía con su falso aire de catedrático severo, pero un buen profesor -- agregaba con malicia acariciando su barba china -- es aquel que lo descubre.

La obra la terminé en el momento exacto en que el “Pacto Ortega-Alemán” en Nicaragua, se estaba reactivando en ocasión de las reformas constitucionales que, después, el Presidente Enrique Bolaños desconoció al amparo de la sentencia de la Corte Centroamericana de Justicia, que las declaraba improcedentes por alterar el sistema de poderes establecido en la Constitución.

No lo podía creer. La batalla entre Maquiavelo y Montesquieu la estaba perdiendo éste último en el libro que leía, tanto como en la realidad de Nicaragua. Entonces decidí comentarlo y cambiar, en el título del trabajo, “infierno” por “Nicaragua”, conceptos, al fin y al cabo, francamente intercambiables y equivalentes.

Este texto escrito por un anarquista y prologado por el célebre filósofo francés Jean Francois Revel, reclama su asiento en medio de las más grandes obras de la filosofía política universal, y su secreto descansa en cómo Maquiavelo derrota a Montesquieu en su propio terreno, dentro de sus instituciones, en su lenguaje, con sus instrumentos y hasta con sus propias armas (Ver Cuadro No. 1). “Chepe” decía que le recordaba un poco al México del PRI en sus mejores momentos.

Este trabajo tiene dos cortes: uno, basado en el conocimiento profundo de Joly sobre de los dos autores, a quienes imagina dialogando en el infierno. En virtud de mi ansiedad por presentar sucintamente este rico conversatorio entre los dos titanes, abusé en citar las partes conducentes de cada aspecto. Mis disculpas.

Y otro, vinculado con la situación actual de Nicaragua, donde ofrezco en un cuadro sinóptico, cuatro mundos con un orden vertical pero que, también, pueden ser leídos y articulados de forma horizontal, transversal, diagonal, oblicuo y hasta al azar, según la coyuntura, el cálculo, la astucia y el poder de los actores, como dicen los franceses, en jeu.

I. SOBRE EL LIBRO “Diálogo en el Infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”.

La obra la resume de un sólo tajo el prologuista Revel.

“Se trate de la destrucción de los partidos políticos y de las fuerzas colectivas, de quitar prácticamente al Parlamento la iniciativa con respecto a las leyes y transformar el acto legislativo en una homologación pura y simple, de politizar el papel económico y financiero del Estado a través de las grandes instituciones de crédito, de utilizar los controles fiscales, ya no para que reine la equidad fiscal sino para satisfacer venganzas partidarias e intimidar a los adversarios, de hacer y deshacer constituciones sometiéndolas en bloque al referéndum, sin tolerar que se las discuta en detalle, de exhumar viejas leyes represivas sobre la conservación del orden para aplicarlas en general fuera del contexto que les dio nacimiento (por ejemplo, una guerra extranjera terminada hace rato), de crear jurisdicciones excepcionales, cercenar la independencia de la magistratura, definir el “estado de emergencia”, fabricar diputados “incondicionales” (…) bloquear la ley financiera por el procedimiento de la “depresupuestación” (si el vocablo no existe, existe el hecho), promover una civilización policial, impedir a cualquier precio la aplicación del habeas corpus; nada de todo esto omite este manual del déspota moderno sobre el arte de transformar insensiblemente una república en un régimen autoritario o, de acuerdo con la feliz fórmula de Joly, sobre el arte de “desquiciar” las instituciones liberales sin abrogarlas expresamente. La operación supone contar con el apoyo popular y que el pueblo (lo repito por ser condición indispensable) esté subinformado; que, privado de información, tenga cada vez menos necesidad de ella, a medida que le vaya perdiendo el gusto.”

Maquiavelo, comienza presentando con un trazo, toda la idea de separación de poderes de su adversario:

“Permitid que ante todo examine en sí misma la mecánica de vuestra política: tres poderes en equilibrio, cada uno en su compartimiento; uno dicta las leyes, otro las aplica, el tercero debe ejecutarlas. El príncipe reina y los ministros gobiernan. ¡Báscula constitucional maravillosa! Todo la habéis previsto, todo ordenado, salvo el movimiento: el triunfo de un sistema semejante anularía la acción; si el mecanismo funcionara con precisión, sobrevendría la inmovilidad; pero en verdad las cosas no ocurren de esa manera. En cualquier momento, la rotura de uno de los resortes, tan cuidadosamente fraguados por vos, provocaría el movimiento. ¿Creéis por ventura que los poderes se mantendrán por largo tiempo dentro de los límites constitucionales que le habéis asignado, que no los traspasarán? ¿Es concebible una legislatura independiente que no aspire a la soberanía? ¿O una magistratura que no se doblegue al capricho de la opinión pública? Y sobre todo ¿qué príncipe, soberano de un reino o mandatario de una república, aceptará sin reservas el papel pasivo a que lo habéis condenado: quién, en su fuero íntimo, no abrigará el secreto deseo de derrocar los poderes rivales que trabajan en acción? En realidad, habréis puesto en pugna todas las fuerzas antagónicas, suscitando todas las venturas, proporcionando armas a los diferentes partidos; dejáis librado el poder al asalto de cualquier ambición y convertís el Estado en campo de lucha de las facciones. En poco tiempo el desorden reinará por doquier; inagotables retóricos convertirán las asambleas deliberativas en torneos oratorios; periodistas audaces y desenfrenados libelistas atacarán diariamente al soberano en persona, desacreditarán al gobierno, a los ministros y a los altos funcionarios…”

Montesquieu le responde también con una caracterización contundente:

“os reserváis el derecho de deshacer lo que habéis hecho, de quitar lo que habéis dado, de modificar vuestra

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