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EL JUICIO DE LA CONCIENCIA MORAL

andr3s.x12 de Mayo de 2015

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Algunas reflexiones en torno a la dimensión social

de la conciencia moral

Por Marisa Mosto

Filosofía UCA

Tomamos el tema de la conciencia moral bajo un doble propósito: profundizar algunos aspectos de esta realidad antropológica que encierra en sí misma una gran riqueza y contribuir al Jubileo con reflexiones que revisten un interés particular para la sociedad argentina.

1. El <<juicio>> de la conciencia moral y su relación con los otros

Los manuales de ética clásica tratan el tema de la conciencia moral dentro de los criterios de moralidad de los actos humanos (1). La conciencia moral es un criterio subjetivo de moralidad, es el juicio que realiza el sujeto sobre la maldad o bondad de sus propios actos.

El juicio de la conciencia moral se ejerce bajo el dominio de la sindéresis, del llamado hábito de los primeros principios de la razón práctica. Esto, dicho en otros términos, significa que siempre que juzgamos acerca de nuestra conducta lo hacemos bajo la tácita evidencia de que el bien debe hacerse y el mal evitarse.

La sindéresis a su vez se inscribe, como todo en el dinamismo humano, en la tendencia natural de la voluntad al bien del hombre, de la que es su reflejo en el ámbito del conocimiento. No podemos no juzgar acerca de la bondad o maldad de nuestros actos. Aquí yace el aspecto <<formal>> de la conciencia moral. El dinamismo humano esta impulsado inexorablemente por el deseo o el amor al bien personal, a la conservación y expansión de la propia vida. Esta tendencia se refleja máximamente en el plano de la conciencia moral: siempre juzgamos sobre la bondad o maldad de nuestros actos, porque el bien propio es lo que íntimamente perseguimos con cada uno de los movimientos de nuestra vida. Dicha tendencia es en definitiva, la última respuesta al último porqué hacemos todo lo que hacemos.

El problema se presenta en relación al contenido <<material>> del juicio. ¿Qué es lo que aparece como bueno o malo a nuestra conciencia? ¿En función de qué juzgamos una acción como buena o mala?

Dice Edith Stein que toda acción humana supone un lógos interior del cual es expresión (2), un lógos interior que explica su contenido. Dicho lógos está ligado en primer lugar, a las inclinaciones, (a la vida, al crecimiento, a la reproducción, la familia, la salud, el trabajo, la educación, cultura, religiosidad, etc.), que surgen de las necesidades contenidas en el orden propio de la naturaleza humana y a través de las cuales busca realizarse el amor fundamental al bien del que hablábamos antes. De allí que todo lo que venga a saciar alguna de esas necesidades será juzgado como bueno. En segundo lugar influye también en nuestros diagnósticos acerca de la bondad o maldad de nuestras acciones, el <<saber (lógos)>> aportado por la familia, la educación y la cultura a la vida del sujeto, que le sugiere una determinada vía de realización a esas inclinaciones.

Aquí encontramos un primer nivel de dependencia de la conciencia moral con respecto a los otros. El sujeto aprehende lo que es bueno y lo que es malo, -no sólo desde un punto de vista intelectual sino también afectivo-, de su familia, de la escuela, de la sociedad, de los medios. Ese saber está presente a la hora de juzgarse a sí mismo.

No pensamos que ese saber sea determinante del contenido del juicio de la persona. De ser así tendríamos que negar la posibilidad de libertad individual y por lo mismo, la posibilidad de crecimiento moral, tanto del sujeto como de la sociedad. El ser humano se limitaría a repetir eternamente las conductas de sus padres, los valores presentes en su sociedad y contribuiría solamente a reforzar el orden establecido.

Pero es verdad también que si en la vida del sujeto no hay espacio para la deliberación y la reflexión esa inercia es inevitable. La posibilidad de la libertad, de un cambio perfectivo, que implicaría poner en tela de juicio ese saber que orienta nuestra conducta, a veces bien, a veces mal, es directamente proporcional a la posibilidad de vida interior del sujeto. En la ausencia de vida interior, quienes toman las riendas de nuestra actividad, son esos valores adquiridos miméticamente que espontáneamente juzgamos buenos. Aquí yace la verdad de los determinismos. La educación debe promover esos espacios para la reflexión, para la mirada contemplativa del sentido de la propia vida y de la relación con los demás, favoreciendo así la libertad y la vida personal. El activismo de la sociedad contemporánea, atenta contra la libertad interior del sujeto, y por lo tanto contra su crecimiento en la línea de sus intereses más profundos.

2. Los <<sentimientos>> morales y su relación con los otros

Quisiéramos meditar ahora desde el punto de vista filosófico, sobre los sentimientos morales. El juicio de la conciencia moral despierta en el interior del hombre ciertos estados afectivos: tranquilidad, alegría, agrado, culpa, remordimiento, inquietud, etc. ¿Estos sentimientos interiores, revelan alguna verdad objetiva acerca de la naturaleza humana? ¿Nos aclaran algo de las vías de acceso al bien del hombre? Vamos a ayudarnos primero con algunas reflexiones de distintos pensadores, para luego esbozar un intento de respuesta a estos interrogantes.

John Henry Newman en una parte de su obra El asentimiento religioso (3), intenta llegar al asentimiento de la existencia de Dios, a partir de una experiencia interior común a todos los hombres: los sentimientos derivados de la conciencia moral. Los sentimientos morales no se entenderían si el hombre no se considerara instintivamente como situado frente a otro. Los sentimientos de culpabilidad por el mal causado, o de alegría por la realización del bien, se explican a su entender, por el carácter interpersonal, dialogal, de la naturaleza humana. Para Newman, dadas las características de los sentimientos morales, ese Otro no puede ser ni el propio sujeto, ni la sociedad en la que habita, sino solamente Dios. Es un Otro que se nos presenta no como un par, sino como supremo gobernador o juez, santo, justo, poderoso, omnisciente, remunerador. Los sentimientos morales sólo se entienden a partir de la espontánea responsabilidad que experimenta el hombre frente a Dios. De este modo, la conciencia moral y sus sentimientos, son para Newman el origen natural de la dimensión religiosa del ser humano; una pista segura de la existencia de Dios a partir del orden de la naturaleza humana. La conciencia moral es el punto de partida de un primer acercamiento natural a Dios como un Tu personal a quien el hombre en esos sentimientos se dirige.

Por su parte Erich Fromm (4), distingue entre dos tipos de conciencia: la conciencia moral autoritaria, y la humanista. El contenido de la conciencia moral autoritaria, tiene para él un origen externo, es decretado por una autoridad personal o anónima ajena a los intereses personales de la vida del sujeto. Exige el abandono de la libertad y el sometimiento de la identidad a las demandas de una autoridad externa. Estas tesis se enmarcan dentro de su conocido intento de comprensión tanto del autoritarismo nazi, como de la pérdida de la libertad individual en la sociedad democrática de masas. La conciencia moral humanista, en cambio, se encuentra en la línea de la realización del personal del sujeto, favorece la libertad y fortalece la identidad. Los sentimientos que provoca la conciencia moral humanista están al servicio de la salud y el crecimiento humano. En este caso, a diferencia de Newman, el sujeto se siente responsable frente a sí mismo. La angustia o la alegría provocada por el juicio de la conciencia moral se relacionan con el sentimiento del abandono de sí mismo o del trabajo a favor de una vida personal, productiva, fecunda. La naturaleza personal tiene un orden propio, que exige imperativamente ser realizado. Por lo tanto aquí es el propio sujeto quien se establece como un otro frente a sí mismo.

Continuamos ahora con las reflexiones de Umberto Eco (5). Ha sido muy difundida su correspondencia con Carlo Maria Martini. En una de las cartas el obispo de Milán pone una objeción a Eco con respecto a la posibilidad de instaurar una ética que no suponga la existencia de Dios. La objeción tiene que ver con la conciencia moral. ¿Puede tener la conciencia moral personal la luz y la fuerza necesaria dentro de una ética con fundamentos exclusivamente humanos?

¿No llevarían más bien estos fundamentos a un debilitamiento de la conciencia moral?

Eco le responde diciendo que para el no creyente, a la inversa de lo que piensa Martini, el peso de su conciencia moral reviste una inmensa gravedad. El temor a vulnerar el bien es mayor porque, a diferencia del creyente, piensa que no existe un Dios que lo pudiera perdonar. Sólo sus congéneres pueden perdonarlo y esto no es siempre posible. Los sentimientos morales tienen que ver directamente con la conciencia de la copertenencia del sujeto a un orden social, a la vida humana como convivencia comunitaria. El hombre se siente responsable frente a sí mismo por los otros y está, por otra parte inclinado a otorgar perdón porque sabe muy bien lo que eso significa para los demás. Sostiene por ejemplo que los sentimientos de culpabilidad interior frente al mal realizado solamente podrían ser expiados por una pedido público de perdón, de otro modo la persona humana jamás obtendrá la paz interior, su soledad no tendrá límites y su muerte será desesperada.

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