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El Anilo De Giges

pantino2 de Noviembre de 2012

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FET003. Ética

Joaquín García Huidobro

El anillo de Giges

Capítulo IV

La cuestión de las virtudes morales

“El honor es el premio de la virtud”

Cicerón

Los actos que el hombre realiza repercuten en su modo de ser. Nuestro ser es moldeable, pero se va definiendo con el tiempo, a través de lo que hacemos. Una anécdota real ilustrará lo que se viene diciendo: hace tiempo, un empresario con buenas intenciones y poca formación intelectual me decía: —"¿Se ha fijado usted en que los malos siempre triunfan? Eso se debe a que emplean métodos de acción mucho más eficaces. Los buenos, en cambio, tradicionalmente hemos estado muy restringidos en nuestra capacidad de reacción, de ahí que los malos siempre nos sacan ventaja.

En realidad, los buenos tenemos que actuar como los malos para poder derrotarlos". Efectivamente, parece ser que si utilizamos sus mismos métodos podemos combatirlos mejor, ser eficaces. Pero, ¿no estaremos incurriendo en costos demasiado grandes? En efecto, ¿por qué los malos son así?, ¿será por sus genes, su raza, su nación, o porque actuaron mal? Si es por condiciones objetivas, la solución es muy simple: eso es lo que creyeron Stalin, Hitler y muchos otros tiranos, que pensaban que bastaba con eliminar ciertos grupos humanos, a los que atribuían toda la maldad, para obtener el mejoramiento del mundo. Hoy nos damos cuenta de que las cosas no eran así. Parece ser que los malos no nacieron malos, sino que se hicieron tales. ¿Y cómo se hicieron malos? Haciendo cosas malas. Esto es impresionante: lo que hagamos (o dejemos de hacer) dejará inevitablemente una huella en nosotros.

Si, entonces, ese señor quería combatir a los malos, lo hacía porque pensaba que era malo ser malo. Pero si los malos se hicieron malos haciendo el mal, y yo quiero combatirlos con sus mismas armas, entonces yo me estaré haciendo malo. Mataré a los malos haciéndome yo malo. Daría para una buena novela: un hombre que logra eliminar a todos los malos del mundo y que al final descubre que su tarea ha sido en vano, porque él es el último de los malos. Sólo le quedaría la posibilidad del suicidio. No parece ser muy buen negocio.

Somos libres para elegir, pero no para evitar que caigan sobre nosotros las consecuencias de nuestros actos. Hoy, sin embargo, son muchos los que quieren escapar a esta ley ineludible. Pensemos, por ejemplo, en prácticas tan elementales como la multiplicación de productos dietéticos, que permiten gozar de la comida sin pagar los costos de la gordura. O de otras más delicadas, como las conductas anticonceptivas, que desvinculan el ejercicio de la sexualidad y la consecuencia procreativa. Sin embargo, aunque los avances de la técnica permitan evitar o disminuir las consecuencias visibles de nuestras acciones, ninguna tecnología logra borrar la huella que ellas dejan en nuestra persona. Sólo cambia el que en la actualidad se puede ser glotón sin parecerlo. En Un mundo feliz, Aldous Huxley describió una sociedad donde existe una perfecta disociación entre los actos y las consecuencias. Un mundo, por ejemplo, en el que la sexualidad no está "amenazada" por la procreación. Y esto se realiza de manera técnicamente perfecta. Pero en este mundo se ha perdido cualquier asomo de dignidad humana, y el vacío que de allí deriva sólo puede ser ocultado con crecientes dosis de soma, un fármaco que produce el bienestar independientemente de lo que uno sea o haga.

Diversidad de las potencias

Si buscamos el fundamento antropológico de esta moldeabilidad humana tenemos que decir que en el hombre hay potencias o capacidades unívocas y otras que son bi- o multidireccionales. Así, el ojo se dirige a ver, el oído a oír y el corazón a latir. Uno puede tener mejor o peor fortuna y, según eso, dichos órganos le funcionarán mejor o peor. Puede quizá con una dieta adecuada y evitando agentes externos dañinos conseguir que esas potencias mantengan sus capacidades. Pero no puede conseguir que hagan otra cosa. A lo más podremos cerrar los ojos o taparnos los oídos, para no ver ni oír, pero eso no logra cambiar el hecho de que esas capacidades están unívocamente orientadas, sin necesidad de entrenamiento previo. En cambio hay capacidades en el hombre que pueden dirigirse a objetos muy diversos o incluso contradictorios. Con nuestra voluntad, por ejemplo, podemos querer u odiar. También los productos de la inteligencia gozan de esta ambigüedad: la medicina, el derecho, la política y la tecnología pueden ser utilizados con fines muy diversos e incluso contradictorios. En el "Canto al hombre", uno de los pasajes más interesantes de Antígona, se destaca esta ambigüedad de la técnica. Ella permite al hombre dominar el mundo, pero no es capaz de ordenarse unívocamente hacia el bien, sino que a veces se dirige también al mal. "Poseedor de una sabiduría superior a la esperable, la capacidad de urdir técnicas, unas veces al mal, otras al bien, la encamina. Entretejiendo las leyes de la tierra y la justicia de los dioses a la que ha prestado juramento engrandecerá la ciudad; privado de ella quedará aquel que, en virtud de su osadía, se entrega a lo que no es bueno. ¡Que no se siente a mi lado ni sea de mis mismos pensamientos quien hiciera tales cosas!".

Las capacidades multidireccionales son aquellas en donde entra en juego la libertad humana. En ellas cabe conseguir una habituación, mediante el ejercicio. Así, con el debido entrenamiento, la facultad respectiva tenderá a dirigirse en un solo sentido. De esta manera, a través del ejercicio se reinstala en esa facultad una cierta unidireccionalidad. Así, el hombre que ha adquirido la virtud de la justicia tenderá espontáneamente a dar a cada uno lo suyo, como si la voluntad sólo se dirigiera en ese sentido y ya no pudiera orientarse a hurtar, demorar el pago de las deudas o lesionar los derechos ajenos. Para un hombre justo, resulta desagradable la sola idea de hurtar en una tienda o quedarse con unos billetes de más cuando el cajero se equivoca al darle el vuelto. Por eso los antiguos decían que los hábitos constituyen una suerte de segunda naturaleza.

Los Hábitos son una ayuda

Nos vemos forzados a elegir. Tener que tomar miles de decisiones durante el día podría parecer angustioso. Afortunadamente no sucede así. No estamos forzados a comenzar el día decidiendo: ¿apago o no apago el despertador?, ¿lo hago con la mano derecha o con la izquierda?, ¿con qué dedo?, ¿me levanto o no me levanto?, etc. No tenemos que tomar todas estas decisiones porque ya poseemos un hábito en estas materias, que nos permite hacerlas de modo espontáneo, y concentrarnos sólo en algunas decisiones que parecen más importantes, por ejemplo qué tipo de trabajos realizaremos hoy.

Los hábitos son una gran ayuda para nuestra vida: consisten en decisiones ya almacenadas, acumuladas a fuerza de haberlas realizado muchas veces. Así, al tener algunos problemas elementales ya resueltos, podemos concentrar nuestros esfuerzos en las decisiones más relevantes. Los hábitos, cuando son constructivos, multiplican la capacidad de acción. Es decir, las decisiones previas aumentan nuestra capacidad de decidir y la calidad de los resultados que se consiguen. En cambio, cuando alguien no se ha preocupado de formar hábitos (por ejemplo, estudiar, ser puntual, etc.) pierde mucho tiempo durante el día.

Esto en la economía y en la política es fatal: si un empresario o un político tienen que dar una gran batalla todos los días para levantarse, están dando una ventaja muy grande al competidor. Y lo que se dice para la economía y la política vale para toda suerte de actividades. La niñez y la juventud son importantes, entre otras razones, porque en ellas es más fácil adquirir hábitos. Nos guste o no, hay que reconocer que no cualquiera puede decidir cualquier cosa. Es necesario un trabajo previo, tanto individual como social. La ayuda en estas instancias elementales como la familia o la escuela explica nuestras fortalezas y limitaciones futuras. Pero, como hay hábitos que ayudan (virtudes) y otros que perjudican la actividad del hombre (vicios), es muy importante asimilar los que convengan. Para quien ya haya adquirido un vicio, el lograr el hábito contrario le supondrá un esfuerzo mayor. De modo, entonces, que la mejor forma de prepararnos para elegir bien en el futuro consiste en elegir bien en el presente, consiguiendo un modo de vida tal que espontáneamente tendamos a actuar de manera razonable. La vieja fábula de la cigarra, que se dedica todo el verano a cantar, y la hormiga, que trabaja haciendo acopio de provisiones para el invierno, se aplica también a la educación. De ordinario, quien no adquiera hábitos adecuados en su niñez y juventud, se encontrará inerme ante las dificultades de la vida, lo mismo que la cigarra frente a la llegada del invierno.

La virtud es atrayente

Los hábitos son de gran utilidad. Ahorran tiempo y esfuerzos. Incluso permiten hacer con gusto ciertas cosas que al principio eran dificultosas. Una señal deque se ha adquirido un hábito es que resulta relativamente fácil y placentero realizar acciones que antes resultaban difíciles y tediosas. El caso típico es el estudio. Llega un momento en que estudiar produce un auténtico placer. Cualquiera que examine el equipaje de un buen profesor universitario cuando sale de vacaciones, se sorprenderá al encontrar allí un buen número de libros. Y no precisamente novelas livianas. ¿Cómo puede suceder que aquello que los malos alumnos detestan sea elegido como compañía para el descanso de un académico? La diferencia está en que el profesor

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