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El Entorno Inteligente

idarkxD29 de Junio de 2014

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XIV

EL ENTORNO INTELIGENTE

Muchos pueblos creían —y algunos siguen creyendo— que, tras la inmediata realidad física de las cosas, existen espíritus, que incluso objetos Carentemente desprovistos de vida tienen en su interior una fuerza viviente: tnana. Los indios sioux la llamaban wakan. Los algonquinos, manitú. Los fcoqueses, orenda. Para esos pueblos, todo el entorno está vivo.

En la actualidad, al tiempo que construimos una nueva infosfera para una civilización de tercera ola, estamos impartiendo no vida, sino inteligencia, al “muerto” entorno en que nos hallamos inmersos.

La clave de este avance evolutivo es, naturalmente, el computador. Combinación de memoria electrónica con programas que le dicen a la máquina cómo procesar los datos almacenados, los computadores eran todavía una curiosidad identifica a principios de la década de 1950. Pero entre 1955 y 1965, la década en que la tercera ola inició su avance en los Estados Unidos, empezaron a introdu¬cirse lentamente en el mundo de los negocios. Al principio eran instalaciones aisladas, de modesta capacidad, empleadas, fundamentalmente, con fines financieros. Antes de que transcurriera mucho tiempo, máquinas de enorme capacidad comenzaron a entrar en sedes de grandes empresas y fueron aplicadas a diversas tareas. Desde 1965 hasta 1977 —dice Harvey Poppel, vicepresidente de Booz Alien & Hamilton—, asesores de dirección estuvimos en la “Era del gran computador central... Representa el epítome, la manifestación final del pensamiento de la Edad maquinista. Es el logro culminante, un gran supercomputador enterrado a centenares de pies bajo el centro en un... medio ambiente antiséptico... a prueba de bomba... dirigido por un puñado de supertecnócratas”.

Eran tan impresionantes estos gigantes centralizados, que no tardaron en constituir parte característica de la mitología social. Productores de películas, humoristas y escritores de ciencia-ficción, utilizándolos para simbolizar el futuro, representaban rutinariamente al computador como un cerebro omnipotente, una masiva concentración de inteligencia sobrehumana.

Pero durante los años 70, la realidad superó a la ficción, dejando atrás una anticuada imaginería. Al progresar la miniaturización con la rapidez del rayo, al aumentar la capacidad del computador y descender en vertical los precios por función, empezaron a brotar por todas partes pequeños minicomputadores, baratos y eficaces. Cada sucursal de fábrica, oficina de ventas o departamento de ingeniería reclamaba el suyo. De hecho, así aparecieron tantos computadores, que las Compañías perdían a veces la cuenta de los que tenían. La “potencia cerebral” del computador no se hallaba ya concentrada en un único punto: estaba “distribuida”.

Esta dispersión de la inteligencia del computador está progresando ahora con gran rapidez. En 1977, los gastos dedicados a lo que ahora se denomina “procesamiento de datos distribuidos”, o PDD, se elevaron, en los Estados Unidos, a trescientos millones de dólares. Según la International Data Corpora¬tion, destacada firma de investigación en este campo, la cifra pasará a ser de tres mil millones para 1982. Máquinas pequeñas y baratas, que no requieran ya especial adiestramiento en computadores, serán pronto tan omnipresentes como la máquina de escribir. Estamos “inyectando inteligencia” en nuestro entorno laboral.

Además, fuera de los confines de la industria y el Gobierno se está desarrollando un proceso paralelo, basado en ese artilugio que no tardará en hacerse ubicuo: el computador casero. Hace cinco años, era despreciable el número de computadores caseros o personales. Hoy se estima que 300.000 computadores zumban y susurran en salas de estar, cocinas y estudios de un extremo a otro de América. Y esto, antes de que grandes fabricantes, como IBM y Texas Instruments, lancen sus campañas de ventas.

Los computadores caseros no tardarán en venderse por poco más que un aparato de televisión.

Estas máquinas inteligentes están ya siendo usadas para todo: desde calcular los impuestos de la familia, hasta controlar la utilización de energía en el hogar, practicar juegos, llevar un archivo de recetas, recordar a sus dueños citas próximas y servir como “máquinas de escribir pensantes”. Pero esto no ofrece más que un leve atisbo de todas sus potencialidades.

Telecomputing Corporation of América ofrece un servicio llamado simple¬mente The Source, que, por un coste minúsculo, proporciona al usuario del computador acceso instantáneo a la agencia de noticias United Press Internatio¬nal; una gran variedad de datos del mercado; programas educativos para enseñar a los niños aritmética, ortografía, francés, alemán o italiano; la pertenencia a un club de descuentos computadorizados o compradores; reservas instantáneas de hoteles o pasajes y más.

The Source posibilita también que cualquier persona que disponga de una barata terminal de computador se comunique con cualquier otra persona integrada en el sistema; jugadores de bridge, ajedrez o chaquete que lo deseen, puedan jugar partidas con alguien que esté a miles de millas de distancia. Los usuarios pueden enviarse mensajes privados unos a otros a gran número de personas simultáneamente, y almacenar toda la correspondencia en la memoria electrónica. The Source facilitará incluso la creación de lo que podría denominar¬le “comunidades electrónicas”, grupos de personas con intereses comunes. Una docena de aficionados a la fotografía de una docena de ciudades distintas, reunidos electrónicamente por The Source, pueden conversar a placer sobre cámaras, material, técnicas de revelado, iluminación o película en color. Meses después, pueden recuperar sus comentarios de la memoria electrónica de The Source, por temas, fechas u otra categoría.

La dispersión de computadores en el hogar, por no hablar de su interconexión en redes ramificadas, representa otro avance en la construcción de un entorno inteligente. Pero ni siquiera eso es todo.

La difusión de inteligencia mecánica alcanza otro nivel completamente distinto con la aparición de microprocesadores y microcomputadores, esas diminutas briznas de inteligencia congelada que están a punto de llegar a convertirse en parte integrante, al parecer, de casi todas las cosas que hacemos y usamos.

. Aparte sus aplicaciones en procesos de fabricación y comerciales en general, se hallan incorporados, o no tardarán en estarlo, a toda clase de objetos, desde acondicionadores de aire y automóviles, hasta máquinas de coser y balanzas. .” Vigilarán y reducirán al mínimo la pérdida de energía en el hogar. Ajustarán la cantidad de detergente y la temperatura del agua necesarias para cada carga de lavadora automática. Acomodarán también el sistema de combustible del automóvil. Nos avisarán cuando algo necesita reparación. Nos encenderán por la mañana el radiodespertador, la tostadora, la cafetera y la ducha. Calentarán el garaje, cerrarán las puertas y realizarán una vertiginosa variedad de otras muchas tareas, humildes y no tan humildes.

Alan P. Hald, un destacado distribuidor de microcomputadoras, sugiere hasta dónde podrían llegar las cosas dentro de unas pocas décadas en una divertida obrita que titula Fred la casa.

Según Hald, “los computadores caseros pueden ya hablar, interpretar la palabra hablada y controlar aparatos. Introduzca unos cuantos sensores, un modesto vocabulario, el sistema de la Bell Telephone, y su casa podría hablar... con cualquier persona o cualquier cosa del mundo”. Quedan todavía muchos obstáculos, pero la dirección del cambio está clara.

“Imagínese —escribe Hald—. Está usted en su lugar de trabajo, suena el teléfono. Es Fred, su casa. Mientras escuchaba los boletines de noticias matutinos para enterarse de robos recientemente ocurridos, Fred captó un boletín meteorológico que avisaba de la proximidad de fuertes aguaceros. Esto estimuló la memoria de Fred para realizar una rutinaria revisión del tejado. Fue descubierta una gotera en potencia. Antes de llamarle a usted, Fred telefoneó a Slim para pedirle su opinión. Slim es una casa de estilo campestre situada al final de la manzana... Fred y Slim comparten con frecuencia sus bancos de datos, y cada uno de ellos sabía que estaban programados con una eficaz técnica de búsqueda para identificar servicios domésticos. Usted ha aprendido a confiar en el criterio de Fred y dar su aprobación a las reparaciones. Lo demás es coser y cantar. Fred llama al fontanero...”

La fantasía es graciosa. Pero capta fantasmalmente la sensación de vida en un entorno inteligente. Vivir en un entorno semejante plantea escalofriantes cuestiones filosóficas. ¿Asumirán las máquinas el mando de todo? ¿Pueden unas máquinas inteligentes, especialmente si están conectadas en redes intercomuni¬cadas, superar nuestra capacidad para comprenderlas y controlarlas? ¿Será capaz algún día el Gran Hermano de intervenir no solamente nuestros teléfonos, sino también nuestros tostadores y aparatos de televisión, observando todos nuestros movimientos y estados de ánimo? ¿Hasta qué punto debemos permitirnos depender del computador? Al inyectar cada vez más y más inteligencia en el entorno material, ¿ no atrofiaremos nuestras propias mentes ? ¿ Y qué ocurre si algo o alguien retira la clavija? ¿Seguiremos poseyendo las habilidades básicas necesarias para la supervivencia?

Por cada pregunta existen innumerables contrapreguntas. ¿Puede realmente el Gran Hermano observar todos los tostadores y aparatos de televisión, todos los motores de automóvil y utensilios de cocina? Cuando la inteligencia está distribuida profusamente por

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