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El Estado Antiimperialista

Paciente7512 de Febrero de 2013

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EL ESTADO ANTIIMPERIALISTA

Nuestro doctrinarismo político en Indoamérica es casi todo de repetición europea. Con excepción de uno que otro atisbo de independencia y realismo, filosofía y ciencia de gobierno, jurisprudencia y teorización doctrinaria, no son en nuestros pueblos sino plagios y copias. A derecha o a izquierda hallaremos la misma falta de espíritu creador y muy semejantes vicios de inadaptación y utópico extranjerismo. Nuestros ambientes y nuestras importadas culturas modernas no han salido todavía de la etapa prístina del trasplante. Con ardor fanático hacemos nuestros, sin ningún espíritu crítico, apotegmas y voces de orden que nos llegan de Europa. Así, agitamos férvidos, hace más de un siglo, los lemas de la revolución francesa. Y así, podemos agitar hoy las palabras de orden de la revolución rusa o las inflamadas consignas del fascismo. Vivimos buscando un patrón mental que nos libere de pensar por nosotros mismos. Y aunque nuestro proceso histórico tiene su propio ritmo, su típico proceso, su intransferible contenido, lo paradojal es que nosotros no lo vemos o no queremos verlo. Le adjudicamos denominaciones de prestado o lo interpretamos antojadizamente desde ángulos de visión que no son los nuestros. Esto nos ha llevado a la misma falsa seguridad de los que durante siglos creyeron que la tierra estaba quieta y el sol era el que giraba en torno de ella. Para nuestros ideólogos y teóricos de derecha e izquierda, nuestro mundo indoamericano no se mueve. Es el sol europeo el único que gira. Para ellos, nuestra vida, nuestra historia, nuestro desarrollo social sólo son reflejos y sombras de la historia y desarrollo de Europa. No conciben por eso, sino estimarlos, medirlos, denominarlos y seguirlos, de acuerdo con la clasificación histórica y las normas políticas que dicta el viejo mundo.

Este colonialismo mental ha planteado un doble extremismo dogmático; el de los representantes de las clases dominantes -imperialista, reaccionario y fascista-, y el de los que llamándose representantes de las clases dominadas vocean un lenguaje revolucionario ruso que nadie entiende. Sobre esta oposición de contrarios, tesis y antítesis de una teorización antagónica de prestado, el APRA erige como síntesis realista su doctrina y su programa. Parte esencial de él es la teoría "el Estado Antimperialista" mencionada ya ocasionalmente en las páginas anteriores.

De nuevo la Revolución Mexicana nos ofrece puntos de referencia interesantes. Se oye frecuentemente a los estudiosos de política y a los marxistas europeos o europeizantes formular una pregunta grave: ¿Qué tipo de Estado es el actual Estado mexicano post-revolucionario, dentro de la concepción clasista de su origen y formación? Los ortodoxos marxistas han buscado en la evolución estatal que estudia Engels en su libro sugerente "El Origen de la Familia, de la Propiedad Privada y del Estado", el momento presente del Estado mexicano, después de la revolución, sin encontrarlo. Algunos de los más autorizados portavoces de la Revolución Mexicana han intentado una definición cuando nos dicen: "El Estado Mexicano acepta la división de la sociedad en oprimidos y opresores pero no quiere, considerarse incluido en ningún grupo. Considera necesario elevar y proteger las condiciones actuales del proletariado hasta colocarle en condiciones semejantes al del capital en la lucha de clases; pero quiere mantener intacta su libertad de acción y su poder, sin sumarse a ninguna de las clases contendientes, para seguir siendo el fiel de la balanza el mediador y el juez de la vida social".[63] Empero, si esta opinión confirma que evidentemente el Estado Mexicano post-revolucionario no cabe dentro de las clasificaciones conocidas no explica clasistamente su real y característico significado.

Vencido con la dictadura porfiriana el Estado Feudal representativo de los grandes terratenientes y aliado del imperialismo, el nuevo Estado mexicano no es ni un Estado patriarcal campesino, ni es el Estado burgués, ni es el Estado proletario, exclusivamente. La Revolución Mexicana -revolución social, no socialista- no representa definitivamente la victoria de una sola clase. El triunfo social correspondería, históricamente, a la clase campesina; pero en la Revolución Mexicana aparecen otras clases también favorecidas: la clase obrera y la clase media. El Partido vencedor -partido de espontáneo frente único contra la tiranía feudal y contra el imperialismo- domina en nombre de las clases que representa y que en orden histórico a la consecución reivindicadora, son: la clase campesina, la clase obrera y la clase media.

Conviene, sí, distinguir bien los elementos activos y representativos del partido revolucionario vencedor que en México -como en la lucha revolucionaria de Indoamérica contra España- han sido casi exclusivamente hombres de armas, verificadores de la acción libertadora y aprovechadores temporales de las ventajas de la fuerza victoriosa. Este aspecto meramente episódico y necesariamente transitorio de lo que se puede denominar "el militarismo revolucionario"[64] complica aparentemente el cuadro histórico de la Revolución Mexicana. No es extraño que algunos comentaristas interesados o poco agudos, hayan juzgado ese gran movimiento social como un mero cambio de posiciones oligárquicas o una primitiva y sangrienta disputa de caudillos y facciones. Contrariamente, muchos simplistas, del otro extremo, han creído ver también en la Revolución Mexicana la aparición ya definida de un auténtico movimiento socialista obrero. Mas es necesario recordar -punto de vista insistentemente sostenido en el Capítulo III- que la Revolución Mexicana, sin un programa científico previo, sin una definida orientación doctrinaria -movimiento biológico, instintivo, insurreccional de masas-, no ofrece a primera vista un panorama claro que precise clasificadamente su contenido social.

En la Revolución Mexicana se ubica bien el período inicial de la lucha por los derechos electorales suprimidos brutalmente por la larga dictadura porfiriana[65]. Pero a la etapa de romanticismo democrático -ahogado en la propia sangre de sus apóstoles- sucede el violento empuje social de las masas campesinas, aprovechando las condiciones objetivas favorables a un movimiento de franca reivindicación económica. Las masas obreras secundan el movimiento y contribuyen a dar a la revolución sus verdaderos perfiles sociales. Distinguiendo lo que hay de meramente militar -rivalidades, caudillismo, barbarie-, o de exclusiva política personalista o de grupo -elementos adjetivos-, la Revolución Mexicana aparece y queda en la historia de las luchas sociales como el primer esfuerzo victorioso de un pueblo indoamericano contra la doble opresión feudal e imperialista[66]. Confuso, aparentemente, por la tremenda fascinación de sus grandes episodios trágicos, el movimiento social mexicano es, en esencia: primero, el estallido ciudadano contra la dictadura feudal, supresora despótica de los derechos democráticos; después, el alzamiento campesino contra la clase que ese gobierno representaba, y, finalmente, acción conjunta de las masas de la ciudad y del campo --campesino, obrero y clase media- que cristaliza jurídicamente en la Constitución de Querétaro de 1917.[67] El contenido social-económico de esa ley fundamental de la Revolución Mexicana es antifeudal y antimperialista en el artículo 27, obrerista y meso-clasista en el artículo 123, y demo-burgués o liberal en su inspiración total.

Un Estado constituido por este movimiento victorioso de frente único para mantener y cumplir las conquistas revolucionarias que sumariza la Constitución Mexicana, encuentra -como primera y más poderosa barrera para verificarlas- el problema de la soberanía nacional que plantea la oposición imperialista. México post-revolucionario halla que ninguna conquista social contra el feudalismo puede ir muy lejos sin que se le oponga la barrera imperialista en nombre de "los intereses de sus ciudadanos", derecho legado por el estado feudal, instrumento del imperialismo. De nuevo nos encontramos con el argumento formulado en el Capítulo III: la Revolución Mexicana no ha podido avanzar más en sus conquistas sociales porque el imperialismo, dueño de todos los instrumentos de violencia, se lo ha impedido. Consecuentemente, los programas revolucionarios han debido detenerse ante una gran valla: la oposición imperialista. La lucha de diez años, tras la promulgación de la Constitución revolucionaria, nos presenta claramente este conflicto: de un lado el Estado post-revolucionario mexicano tratando de aplicar, con acierto o sin él, las conquistas traducidas en preceptos constitucionales, y, del otro, el imperialismo, ya abiertamente, ya usando de los vencidos sedimentos reaccionarios, oponiéndose siempre a la total aplicación de los principios conquistados. Ejerciendo en gran parte el contralor económico, resultado de su penetración en el período pre-revolucionario, el imperialismo usa de todas sus formas de presión, provoca y ayuda movimientos faccionarios de reacción para recapturar el gobierno estatal y desviarlo de su misión revolucionaria. México, aislado, tiene la posición desventajosa en esta lucha palmariamente desigual.

¿Cuál es, pues, en principio, el rol primordial del Estado post-revolucionario en México? ¿Cuál su verdadero tipo clasista? Constituido como resultado del triunfo de tres clases que han conquistado beneficios en proporciones graduales, el adversario histórico no es únicamente el casi vencido poder feudal. Es el imperialismo que reencarna en el enemigo agonizante impidiendo el usufructo de la victoria. El Estado deviene, así, el instrumento de lucha, bien o mal usado, de esas tres clases, contra

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