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El desarrollo y la promoción congénita de la poesía en el niño


Enviado por   •  2 de Mayo de 2013  •  Tutoriales  •  3.093 Palabras (13 Páginas)  •  401 Visitas

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Y es que, precisamente, para cultivar y favorecer la poesía innata en el niño, su propia alma, su fabulosa imaginación, su afán de vida, su sangre encaminada, es necesario una residencia de bondad, de comprensión, de virtudes, en el cual pueda extenderse con libertad toda la energía del niño, partiendo de esa maravillosa estrella receptora de los cinco sentidos, como las cinco puntas de la estrella del alba. Porque la niñez es alba y estrella el niño.

¿Pero existe acaso ese lecho propicio para su desenvolvimiento? Hojear cualquier anecdotario infantil que tenga una raíz terrestre es contestar negativamente el interrogante planteado. Quiero tomar como ejemplo un libro maravilloso, que ha estado por décadas fuera de impresión e inaccesible en las librerías: Juan Cristóbal, de Romain Rolland. Esta obra incalificable por hermosa, en cuyo transcurso se mueve la multiforme marcha de una vida, desde su primer llanto, historia en sus dos primeros tomos la niñez del protagonista. Con una profundidad oceánica en las observaciones, el autor detalla ese nacimiento del alma nueva que comienza a relacionarse con las cosas del mundo exterior, mediante su tumultuosa vida íntima que se agita en imaginaciones creadas con los objetos y los hechos de la realidad. Veremos en los párrafos que transcribiré la abismal imaginación de Juan Cristóbal, el florecer de sus primeras emociones. Y como una espada que cercena el sueño, los acontecimientos del ambiente que truncan sus expresiones inspiradas. Trasladémonos al libro transcribiendo de una vieja traducción realizada en España:

“Se halla en casa, sentado en el suelo, con los pies entre las manos. Acaba de decidir que la pequeña alfombra es un barco y el piso de la habitación un río. Creería ahogarse si saliera de la alfombra. Se halla sorprendido y algo contrariado de que los otros no hagan caso de él al pasar por la habitación. Detiene a su madre jalándole de la falda y le dice: esto es agua. Hay que pasar por el puente. El puente es una hilera de ladrillos rojos. Su madre continúa sin hacerle caso. Al cabo de un rato ya no piensa en ello. El pavimento ha dejado de ser el mar. Cristóbal se haya tendido cuan largo es, con la barbilla apoyada en el suelo, canturreando músicas de su composición y chupándose el dedo con la mayor gravedad...”

“Se halla sumido en la contemplación de una hendidura que hay entre las baldosas. La hendidura imperceptible se va ensanchando hasta convertirse en un valle rodeado de montañas. En eso ve moverse un ciempiés y le parece un elefante. Podría caer un rayo sin que el niño lo echara de ver. Nadie piensa en él ni él tiene necesidad de nadie. Hasta puede pasarse sin los barcos y sin las cavernas del embaldosado, con una fauna fantástica. Le basta su cuerpo… ¡qué manantial de distracciones!. Se pasa las horas muertas mirándose las uñas y riendo a carcajadas. Les hace hablar entre sí y bailar y pelearse. Pues ¿y el resto del cuerpo? Continúa pasando revista a todo lo que le pertenece. ¡Qué de cosas maravillosas!

A veces, al verse sorprendido, llevó algunos “coscorrones.”

Cuantas fabulosas creaciones vemos en esta aptitud infantil. Cada objeto, cada ruido, cada estímulo material repercute en su sensibilidad virgen con un enjambre de emociones, con un manojo de diablillos despeinándole ideas. Y si Juan Cristóbal, como vemos, piensa que la pequeña alfombra es un barco, y la hendidura entre las baldosas un valle, es porque tiene una necesidad de crear, de realizar exteriormente su energía mental, su caudal de emociones recogidas. Y bruscamente, la experiencia con traje de hombre adulto, le sacude su demasiada pureza para decirle que no sea tonto, que la alfombra es una alfombra y no un barco. Veamos, páginas más adelante, otro pasaje elocuente. Cristóbal va en una calesa jalada por un caballo con su abuelo y un amigo de este último:

“Miraba como se movían las orejas del caballo. ¡Qué animales tan extraños eran aquellas orejas!... Se movían en todas direcciones, a la derecha, a la izquierda, apuntaban hacia adelante, caían de lado, inclinábanse hacia atrás de un modo tan burlesco, que le hacían reír a carcajadas y pellizcar a su abuelo para hacérselo notar. Pero al abuelo no le interesaban aquellas cosas, y rechazaba a Cristóbal, diciéndole que le dejase tranquilo. El niño reflexionaba entonces que cuando se es grande no se admira ya nada, porque se es fuerte y se conoce todo. Y procuraba ser grande por su parte, ocultar su curiosidad y mostrarse indiferente. Quedábase en silencio y como adormecido por el rodar del coche. Bailaban los cascabeles del caballo, cuyo ruidoso repique despertaba músicas en el aire. Era aquello un manantial inagotable de canciones, que se sucedían sin interrupción. Había una sobre todo que le pareció tan hermosa que quiso llamar sobre ella la atención del abuelo. Fue subiendo el tono cada vez más, hasta que el viejo Juan Miguel (su abuelo) le dijo irritado:

- ¡A ver si te callas! ¡Nos estás reventando con tu trompeteo. Esto le cortó el aliento, púsose como una amapola y se calló, mortificado, haciendo caer el peso de su desprecio sobre aquel par de fastidiosos imbéciles que no podían comprender lo que tenía de sublime su canto, un canto que abría las puertas del cielo.”

¡Qué superabundancia de fuerza, de alegría, de sensibilidad hay en este pequeño protagonista!, vale decir, en los niños. Pero ya desde la edad pre-escolar, se encargan los circundantes de ponerlo en condiciones para que viva en un mundo no hecho a la medida de la virtud y la pureza, sino de aire turbio y espeso clima de intereses y defectos.

En la primera educación, la de su casa, se desatiende (por incomprensión a veces, otras veces por indiferencia) el desarrollo de su vitalidad espiritual. En la escuela, adonde llega justamente en la edad del creador, no hacen más por su prolongación perfecta. Creo, sin embargo, haber logrado expresar las verdades que decretan mi devoción y mi fe por esa fuente donde la poesía está como el canto en la lluvia, posible, conjunta, rigiendo para quien quiere oírla, para quien quiere promover su expresión.

No pretendo una sinonimia gramatical entre poesía y niño. Pero si una idéntica esencia. Quizás pueda explicar aún mejor, sin temor de repetirme sobre un mismo concepto, haciendo un paralelo entre la Naturaleza y el niño. En la Naturaleza reside lo maravilloso, lo puro, lo que nace y se desarrolla libremente, el milagro. ¿No es eso acaso la Naturaleza, la poesía misma? Así, en el niño, por cuyos sentidos penetra la prolífica semilla de las cosas y se hiende en la fértil tierra de su delicadísimo campo interior, donde florece con emociones simples como el sol, el árbol, el agua. Walt Whitman dice en uno de sus magistrales poemas: “La desenfrenada

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