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El paradigma Emergente


Enviado por   •  9 de Junio de 2013  •  3.310 Palabras (14 Páginas)  •  293 Visitas

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El período histórico que nos ha tocado vivir, en la segunda mitad del siglo XX, podría ser calificado con muy variados términos, todos, quizá, con gran dosis de verdad. Me permito designarlo con uno: el de incertidumbre, incertidumbre en las cosas fundamentales que afectan al ser humano. Y esto, precisa y paradójicamente, en un momento en que la explosión y el volumen de los conocimientos parecieran no tener límites.

Los caminos, en otros tiempos seguros, se han borrado, la autoridad de los maestros ha sido socavada, el sentido de las realidades se ha diluido y el mismo concepto de ciencia y de verdad es cuestionado. La duda, la perplejidad, la inseguridad y una incertidumbre general se han instaurado en toda mente profundamente reflexiva.

No solamente estamos ante una crisis de los fundamentos del conocimiento científico, sino también del filosófico, y, en general, ante una crisis de los fundamentos del pensamiento. Esta situación nos impone a todos un deber histórico ineludible, especialmente si hemos abrazado la noble profesión y misión de enseñar.

No podemos abordar la temática objeto de esta obra haciendo caso omiso del pensamiento de las grandes mentes que le han dedicado sus mejores esfuerzos. Más de un centenar de pensadores eminentes se enfrentaron, de una u otra forma, con estos arduos problemas, entre fines del siglo pasado y el momento presente. Su trabajo constituye un alto pedestal que nos permite contemplar un amplio panorama, descubrir líneas de confluencia y visualizar estructuras lógicas y significativas que le dan un nuevo orden y sentido, una nueva sistematización, a las realidades que constituyen o rodean nuestra vida. Muy probablemente, estemos ante una nueva teoría de la racionalidad científica.

El hombre adquiere el conocimiento de su mundo y de sí mismo a través de varias vías, cada una de las cuales se ha ido configurando, a lo largo de la historia, de acuerdo a las exigencias de la naturaleza y complejidad de su propio objeto. La filosofía, la ciencia, la historia, el arte, la teología y, sobre todo, el sentido común, son las principales expresiones del pensamiento humano y las vías de aproximación al conocimiento de la realidad.

En los últimos tiempos —desde 1790, cuando comenzó la edad de la razón—, la ciencia adquirió un cierto predominio, dado su nivel de adecuación con el mundo concreto, tangible y manipulable que ha constituido el mayor centro de interés del hombre en los siglos XIX y XX. Sin embargo, la ciencia no puede —debido a las limitaciones que le impone su propia naturaleza— estudiar y resolver muchos problemas de gran importancia para la vida humana, como tampoco puede verificar o justificar "científicamente" las bases o supuestos en que se apoya: una teoría científica no dispone de la capacidad reflexiva para autocriticarse en su naturaleza y fundamentos.

La ciencia, entendida en su concepción tradicional, no puede entenderse cabalmente a sí misma, no dispone de ningún método para conocerse y pensarse a sí misma. El método científico no nos puede ayudar a entender plenamente el proceso investigativo humano. En efecto, para que la ciencia pueda entenderse a sí misma, tendría que ponerse también como objeto de investigación, debería auto-objetivarse. Pero la vuelta reflexiva del sujeto científico sobre sí mismo es científicamente imposible, porque el método científico se ha fundado en la disyunción del sujeto y del objeto. La pregunta "¿qué es la ciencia?" no puede tener una respuesta científica (Morin, 1984).

Comprender cabalmente a la ciencia es comprender su origen, sus posibilidades, su significación para la vida humana, es decir, entenderla como un fenómeno humano particular. Pero la objetividad del método científico requiere que la ciencia trascienda lo particular del objeto y lo subsuma bajo alguna ley general. Desde Aristóteles, la episteme, es decir, el conocimiento científico, es conocimiento de lo universal, de lo que existe invariablemente y toma la forma de la demostración científica.

Por ello, la ciencia resulta incapaz de entenderse a sí misma, aunque puede ayudar en la comprensión de ese proceso. Su mismo método se lo impide. Ello exige el recurso a la metaciencia. Pero la metaciencia no es ciencia, como la metafísica no es física.

De esta forma, la ciencia no puede responder por la solidez de sus propios fundamentos, y, en consecuencia, tampoco puede garantizar la validez última de sus conclusiones y hallazgos, sin recurrir a la metaciencia o filosofía de la ciencia para justificar sus bases y aclarar el significado de las mismas, ya que lo más oscuro de toda ciencia es siempre su base. De hecho, la ciencia tiene una imposibilidad lógica para establecer y asentarse en una base netamente empírica. De ello se sigue que la ciencia debe complementarse con la clase de entendimiento que tratan de adquirir las ciencias humanas. Querámoslo o no, si deseamos ir al fondo de las cosas, tenemos que hacer filosofía; y, aunque no queramos hacerla, la vamos a hacer igualmente, pero entonces la haremos mal.

Si la ciencia no puede dar la base firme y sólida, la roca inconmovible, el punto de apoyo de nuestro conocimiento, si debemos buscarlo en la filosofía, en general, y en la filosofía de la ciencia, en particular, conviene patentizar con qué problemas nos vamos a encontrar aquí.

Descartes se enfrentó con este mismo problema de los fundamentos en sus Meditaciones. Su búsqueda no tiende sólo a solucionar unos problemas metafísicos y epistemológicos. Es la búsqueda de un fundamento, de un punto arquimédico, de una roca estable que dé seguridad a la vida y elimine las vicisitudes que continuamente la amenazan; se trata de evitar el escepticismo radical, el miedo a la locura y al caos, donde nada es fijo, donde no podemos tocar fondo ni subir a la superficie.

Esta vivencia ha llevado a muchos pensadores, después de Descartes, a sostener un "objetivismo" a toda costa. Piensan que hay, o que debe haber, una matriz o marco de referencia permanente y ahistórico, al cual podamos apelar en la determinación de la naturaleza de la racionalidad del conocimiento, de la verdad, de la realidad, de lo bueno o de lo correcto.

Por otro lado, muchos otros autores, aun aceptando la lógica del objetivismo, expresan la convicción de que, cuando examinamos los conceptos fundamentales —como racionalidad, verdad, realidad, bondad, ética, rectitud, estética, etc.—, somos forzados a reconocer que, en último análisis, todos estos conceptos deben ser entendidos como relativos a un esquema conceptual específico, a un marco teórico, a un paradigma, a una forma de vida, a una sociedad, a una cultura.

Desde Platón, los objetivistas han señalado que el relativismo, cuando se formula en forma clara y explícita,

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