¿Es Posible Educar En Valores A Través De Espacios Virtuales?

¿Es posible educar en valores a través de espacios virtuales?

Por Beatriz Vera López, PhD

Quisiera empezar a responder esta pregunta reduciéndola a su mínima expresión, que sería: “¿Es posible educar?” Se pueden moldear conductas a fuerza de recompensas y castigos, y se dice que se ha enseñado algo cuando el sujeto exhibe la respuesta esperada por lo que se identifica causalmente al aprender como su producto. Con toda su complejidad y mérito, enseñar circunscribe apenas una parte de cuanto hay por aprender, tanto desde el punto de vista del educando como del educador. Aprender es infinitamente más complejo que enseñar puesto que lo incluye (hay que aprender a enseñar) y lo rebasa por llegar al borde de lo que apenas se está articulando en la experiencia, el pensamiento y la palabra.

Doy un paso más y ahora pregunto: “¿Es posible educar en valores?” Aprender es ante todo educarse, formar el propio ser, de allí que los valores se puedan aprender, pero no enseñar. Como educadores, podemos diseñar condiciones que propicien experiencias de efecto probable para el aprendizaje, las cuales estarán necesariamente troqueladas por lo que conscientemente o no asumimos como valioso; pero el hecho de actuar a merced de una inevitable carga valorativa no es lo mismo que educar en valores. Confundirlos y afirmar que no es posible educar sin valores equivale a volver redundante cualquier investigación axiológica e innecesario el compromiso de decidir con base en lo que se estime como bueno, bello, justo y verdadero.

El valor más básico de todos es estético por cuanto que educa la percepción de nuestras vivencias tanto personales como colectivas. Aquello que juzgamos como valioso depende en última instancia de la riqueza y profundidad con que hemos aprendido a percibir el mundo. Por ejemplo la música, que es la menos figurativa de las artes, tiene resonancias en lo que sentimos, pensamos y hacemos. Si bien los juicios de belleza varían en el tiempo y el espacio, la cognición humana tiene como constante la percepción de patrones generativos que no solamente llevan de una organización local a otra total como hacen las moléculas de los cristales, los fractales y los hologramas, sino que proyectan lo percibido de una esfera de la existencia a otra. Así, por ejemplo, los patrones discordantes de un argumento pueden interpretarse simplemente como cacofonía, como inconsistencia lógica, como algo no verdadero o como una mentira (que no son lo mismo: aquél es una constatación del hecho, mientras que ésta consiste en una descalificación del emisor). Por tanto, volviendo a la pregunta anterior, creo que es posible educar en valores bajo condiciones que propicien la riqueza combinatoria y la profundidad vivencial de lo que percibimos.

La realidad virtual –asincrónica, ubicua y multidireccional— es un espacio creativo de nuevos significados y vivencias que ha transformado nuestra relación con el mundo que habitamos, por lo que tenemos que des-aprender pautas obsoletas para re-aprender a percibirlo. La ineludible presencia de lo virtual y sus palpables consecuencias en lo real (del cual se distingue cada vez más difusamente) obliga a entablar un diálogo constante entre la presencia y la ausencia, entre lo que es y lo que podría ser, entre lo que podría ser y lo que debería de ser. Este diálogo, sin embargo, es tan antiguo como la necesidad humana de recuperar de la inercia, de la indiferencia, de la pusilanimidad, jirones de experiencia acrecentada, destellos de luz, de coraje incluso; recordatorios de que estamos vivos y no será así por siempre.

Las nuevas tecnologías abren un nuevo conjunto de reglas para este antiguo diálogo entre lo supuestamente real y lo supuestamente virtual. Sin inventarlo, lo llevan a un nuevo nivel en donde necesitamos como individuos y como sociedad referentes más refinados que nos ayuden a distinguir entre

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