ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Fedro O Sobre El Amor


Enviado por   •  20 de Julio de 2012  •  23.623 Palabras (95 Páginas)  •  919 Visitas

Página 1 de 95

Fedro

o de la belleza

Sócrates – Fedro

Sócrates

Mi querido Fedro, ¿a dónde vas y de dónde vienes?

Fedro

Vengo, Sócrates, de casa de Lisias{1}, hijo de Céfalo, y voy a pasearme fuera de muros; porque he pasado toda la mañana sentado junto a Lisias, y siguiendo el precepto de Acumenos, tu amigo y mío, me paseo por las vías públicas, porque dice que proporcionan mayor recreo y salubridad que las carreras en el gimnasio.

Sócrates

Tiene razón, amigo mío; pero Lisias, por lo que veo, estaba en la ciudad.

Fedro

Sí, en casa de Epícrates, en esa casa que está próxima al templo de Júpiter Olímpico, la Moriquia.{2} [262]

Sócrates

¿Y cuál fue vuestra conversación? Sin dudar, Lisias te regalaría algún discurso.

Fedro

Tú lo sabrás, si no te apura el tiempo, y si me acompañas y me escuchas.

Sócrates

¿Qué dices? ¿no sabes, para hablar como Píndaro, que no hay negocio que yo no abandone por saber lo que ha pasado entre tú y Lisias?

Fedro

Pues adelante.

Sócrates

Habla pues.

Fedro

En verdad, Sócrates, el negocio te afecta, porque el discurso, que nos ocupó por tan largo espacio, no sé por qué casualidad rodó sobre el amor. Lisias supone un hermoso joven, solicitado, no por un hombre enamorado, sino, y esto es lo más sorprendente, por un hombre sin amor, y sostiene que debe conceder sus amores más bien al que no ama, que al que ama.

Sócrates

¡Oh! es muy amable. Debió sostener igualmente que es preciso tener mayor complacencia con la pobreza que con la riqueza, con la ancianidad que con la juventud, y lo mismo con todas las desventajas que tengo yo y tienen muchos otros. Sería esta una idea magnífica y prestaría un servicio a los intereses populares{3}. Así es que yo ardo en deseos de escucharte, y ya puedes alargar tu paseo hasta Megara, y, conforme al método de [263] Heródicos{4}, volver de nuevo después de tocar los muros de Atenas, que yo no te abandonaré.

Fedro

¿Qué dices?, bondadoso Sócrates. Un discurso que Lisias, el más hábil de nuestros escritores, ha trabajado por despacio y en mucho tiempo, ¿podré yo, que soy un pobre hombre, dártelo a conocer de una manera digna de tan gran orador? Estoy bien distante de ello, y, sin embargo, preferiría este talento a todo el oro del mundo.

Sócrates

Fedro, si no conociese a Fedro, no me conocería a mí mismo; pero le conozco. Estoy bien seguro de que, oyendo un discurso de Lisias, no ha podido contentarse con una primera lectura, sino que volviendo a la carga, habrá pedido al autor que comenzara de nuevo, y el autor le habrá dado gusto, y, no satisfecho aún con esto, concluiría por apoderarse del papel, para volver a leer los pasajes que más llamaran su atención. Y después de haber pasado toda la mañana inmóvil y atento a este estudio, fatigado ya, había salido a tomar el aire y dar un paseo, y mucho me engañaría, ¡por el Can!, si no sabe ya de memoria todo el discurso, a no ser que sea de una extensión excesiva. Se ha venido fuera de muros para meditar sobre él a sus anchuras, y encontrando un desdichado que tenga una pasión furiosa por discursos, complacerse interiormente en tener la fortuna de hallar uno a quien comunicar su entusiasmo y precisarle a que le siga. Y como el encontradizo, llevado de su pasión por discursos, le invita a que se explique, se hace el desdeñoso, y como si nada le importara; cuando si no le quisiera oír, sería capaz de obligarle a ello por la fuerza. Así, pues, mi querido Fedro, mejor es hacer por voluntad lo que [264] habría de hacerse luego por voluntad o por fuerza.

Fedro

Veo que el mejor partido que puedo tomar es repetirte el discurso como me sea posible, porque tú no eres de condición tal que me dejes marchar, sin que hable bien o mal.

Sócrates

Tienes razón.

Fedro

Pues bien, doy principio... Pero verdaderamente, Sócrates, yo no puedo responder de darte a conocer el discurso palabra por palabra. En medio de que me acuerdo muy bien de todos los argumentos que Lisias hace valer para preferir el amigo frío al amante apasionado; y voy a referírtelos en resumen y por su orden. Comienzo por el primero.

Sócrates

Muy bien, querido amigo; pero enséñame, por lo pronto, lo que tienes en tu mano izquierda bajo la capa. Sospecho que sea el discurso. Si he adivinado, vive persuadido de lo mucho que te estimo; pero, supuesto que tenemos aquí a Lisias mismo, no puedo ciertamente consentir que seas tú materia de nuestra conversación. Veamos, presenta ese discurso.

Fedro

Basta de broma, querido Sócrates; veo que es preciso renunciar a la esperanza que había concebido de ejercitarme a tus expensas; pero ¿dónde nos sentamos para leerlo?

Sócrates

Marchémonos por este lado y sigamos el curso del Illiso, y allí escogeremos algún sitio solitario para sentarnos.

Fedro

Me viene perfectamente haber salido de casa sin [265] calzado, porque tú nunca lo gastas{5}. Podemos seguir la corriente, y en ella tomaremos un baño de pies, lo cual es agradable en esta estación y a esta hora del día.

Sócrates

Marchemos, pues, y elige tú el sitio donde debemos sentarnos.

Fedro

¿Ves este plátano de tanta altura?

Sócrates

¿Y qué?

Fedro

Aquí, a su sombra, encontraremos una brisa agradable y hierba donde sentarnos, y, si queremos, también para acostarnos.

Sócrates

Adelante,

...

Descargar como (para miembros actualizados)  txt (139.9 Kb)  
Leer 94 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com