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Fedro


Enviado por   •  9 de Agosto de 2014  •  Trabajos  •  4.423 Palabras (18 Páginas)  •  213 Visitas

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PLATÓN

FEDRO

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INTRODUCCIÓN

1. El Fedro ocupa un lugar preeminente en la obra plató-nica. La belleza de los mitos que en él se narran, la fuerza de sus imágenes han quedado plasmadas en páginas inolvi-dables. Un diálogo que nos habla, entre otras cosas, del pálido reflejo que es la escritura cuando pretende alen¬tar la verdadera memoria, ha logrado, precisamente, a tra¬vés de las letras, resistir al tiempo y al olvido. Probable¬mente, porque frente a aquella escritura que impulsa una memoria, surgida de «caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos» (275a), Platón, con¬secuente con su deseo, escribió palabras «portadoras de simientes de las que surgen otras palabras que, en otros caracteres, son canales por donde se transmite, en todo tiempo, esa semilla inmortal» (277a). Pero no es la única contradicción en esta obra maestra de la literatura filosófi¬ca. Un diálogo en el que se dice que «todo discurso debe estar compuesto como un organismo vivo, de forma que no sea acéfalo, ni le falten los pies, sino que tenga medio y extremos, y que al escribirlo se combinen las partes entre sí y con el todo» (264c), parece estar compuesto de diver¬sos elementos difícilmente conjugables.

Ya uno de sus primeros comentaristas, el neoplatónico Hermias, se refería a las distintas opiniones sobre el «argumento» del Fedro en el que no estaba claro si era del «amor» o de la «retórica» de lo que fundamentalmente hablaba (8, 21 ss.). El mismo aliento poético que inspira a muchas de sus páginas, le parecía a Dicearco, el discípu¬lo de Aristóteles, como un entorpecimiento para la ligereza y claridad del diálogo (Diógenes Laercio, III 38) .

Por lo que se refiere al lugar que ocupa en la cronolo¬gía platónica, es el Fedro el que ha experimentado las más fuertes dislocaciones. «Dicen que la primera obra que es-cribió fué el Fedro», cuenta también Diógenes Laercio (III 38). Tal vez el adjetivo «juvenil» (meirakiōdes) que trans-mite, en el mismo pasaje, Diógenes, a propósito del «pro-blema» que aborda el Fedro, podría haber llevado a Schleiermacher a defender, ya en el siglo XIX, la tesis de que era, efectivamente, el Fedro, si no el primero, uno de los primeros escritos de Platón en el que se hacía una espe-cie de programa de lo que iba a desarrollarse poste¬riormente . Cuesta trabajo pensar que tan eminente cono¬cedor de Platón hubiera podido sostener semejante tesis; pero ello es prueba de los cambios en los paradigmas her¬menéuticos que condicionan la historiografía filosófica.

La investigación reciente sitúa hoy al Fedro en el grupo de diálogos que constituyen lo que podría llamarse la épo¬ca de madurez de Platón, integrada también por el Fedón, el Banquete y la República (libros II-X). Por lo que respec¬ta a la ordenación de estos diálogos entre sí, parece que el Fedro es el último de ellos y estaría inmediatamente pre¬cedido por la República, que, al menos en su libro IV, constituye un claro precedente, en su tripartición del alma, de lo que se expone en el Fedro . Aceptando esta ordena¬ción, se deduce que la fecha en la que se escribió el diálogo debió de ser en torno al año 370 a. C., antes del segundo viaje de Platón a Sicilia.

Aunque sea un problema de relativo interés, han surgi¬do discrepancias por. lo que se refiere a la época en la que transcurre la conversación entre Fedro y Sócrates. El año 410, fijado por L. Parmentier, parece que es difícilmente sostenible. Sin embargo, si no se quiere aceptar la idea de que el Fedro no tiene relación alguna con la historia, podría afirmarse que el diálogo tuvo lugar antes de la muer¬te de Polemarco en el año 403.

2. El personaje que da nombre al diálogo sí es un per-sonaje histórico. Era hijo del ateniense Pítocles, amigo de Démóstenes y, posteriormente, de Esquines. Fedro aparece también en el Protdgoras (315c) rodeando al sofista Hipias que disertaba sobre los meteoros. En el Banquete, es Fe¬dro el primero que iniciará su discurso sobre Eros (178a-180b). Robin ha hecho un retrato psicológico del in¬terlocutor de Sócrates, con los datos que los diálogos ofre¬cen. Este retra-to, que no tiene mayor interés para la inter¬pretación del diá-logo, ofrece, sin embargo, algunos rasgos de la vida coti-diana de estos «intelectuales» atenienses.

Si, efectivamente, el Fedro está, como sus mitos, por en-cima de toda historia, su localización parece suficiente-mente probada. Wilamowitz se refiere a un trabajo de Ro-denwald en el que se establece la topografía platónica. También Robin describe el camino hasta el plátano, a ori-llas del Iliso, bajo cuya sombra sonora por el canto de las cigarras, va a tener lugar el diálogo. Comford alude a lo inusitado de este escenario en los diálogo de Platón. Sócra-tes, obsesionado por el conocimiento de sí mismo se entu-siasma, de pronto, al llegar a donde Fedro le conduce. «Hermoso rincón, con este plátano tan frondoso y eleva-do... Bajo el platano mana también una fuente deliciosa, de fresquísima agua, como me lo están atestiguando los pies... Sabe a verano, además, este sonoro coro de ciga¬rras» (230b-c). La naturaleza entra en el diálogo, y el arre¬bato místico, preparado por las alusiones mitológicas, va a irrumpir en él.

Lo que Sócrates expone en su segundo discurso, sobre el amor y los dioses, despertará la admiración de Fedro (257c). La naturaleza acompaña este arrebato lírico de Sócrates que habla a cara descubierta, y no con la cabeza tapada como en su primer discurso. Pero, ya en la primera intervención socrática, hay una interrupción: «Querido Fe-dro, ¿no tienes la impresión, como yo mismo la- tengo, de que he experimentado una especie de transporte divino?» (238c). Y Fedro contesta que, efectivamente, parece como si el río del lenguaje le hubiese arrastrado. Ese río del len-guaje que, al final del diálogo, planteará la más fuerte opo-sición entre la vida y las palabras, entre la voz y la letra.

3. Según se ha repetido insistentemente, es difícil de-terminar cuál es el tema sobre el que se organiza el diálo¬go. Sin embargo, aunque en la mayoría de los escritos platóni-cos tal vez pueda verse, con claridad, el hilo argu¬mental de la discusión, en un diálogo vivo, esta posible «ruptura de sistema» es coherente con el discurrir de lo que se habla. Por tanto, el insistir en el supuesto desorden del Fedro im-plica presuponer un sistematismo absolutamen¬te inadecua-do, no sólo con los diálogos de Platón, sino con toda la lite-ratura

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