Filosofia
esnnjjj9 de Abril de 2015
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Volver a empezar después de la ruptura de la pareja.
Silvia Salinas.
En medio del desierto personal actual, se me aparece este libro con un título bastante sugerente, y es que realmente no todo termina. La autora toma como guía para el libro un cuento de Jorge Bucay, donde, después de una ruptura, todos los sentimientos se dan cuenta de ello excepto el amor, que por su propia naturaleza, piensa que aún hay solución. A partir de ahi surgen ideas combinadas junto a las propias vivencias de la autora, hasta concluir con algo tan trivial pero tan difícil de conseguir: una puerta se cierra, otra se abre. La vida sigue, no todo termina.
Todo (no) terminó.
Todo (no) terminó.
… dejar atrás a un compañero de ruta es a veces más difícil que no haberlo tenido nunca.
… hace falta más que el amor para sostener una pareja estable; hace falta que el otro, la otra, sea una descarga, un sostén y un motivo para el desarrollo personal de cada uno.
El único capaz de conseguir que el amor sobreviva cuando el dolor de una pérdida le hace creer que es imposible seguir adelante. El único capaz de darle una nueva oportunidad al amor cuando parece extinguirse […] es el Tiempo.
El duelo […] es un proceso, y esa palabra reúne dos conceptos fundamentales: el del cambio y el del tiempo. Ninguna otra situación vivencial es tan clara expresión de la idea de proceso que el momento de vivir un duelo. Crear un duelo no es olvidar lo perdido, ni despreciar lo que no está. Crear un duelo es ser consciente de lo que dejó en mí aquello del pasado y agradecer a la vida el haberlo encontrado, haberlo vivido aunque sea por el corto o largo tiempo que estuvo a mi lado. Crear un duelo no es hacer desaparecer la cicatriz, es encontrarme con ella casualmente al bañarme, acariciarla y darme cuenta de que ya no me duele al tocarla.
Es una incógnita escribir desde el sentir. Uno se pregunta: ¿Lo que para mí es tan significativo, lo será para alguien más?
… si hemos agotado todos los recursos y finalmente hemos llegado a la conclusión de que no hay manera de seguir, lo mejor es asumirlo y atravesar ese dolor tan grande que implica separarse, darle una nueva estructura a la familia y encontrar un nuevo amor.
Sólo si nos animamos a atravesar la necesaria etapa del dolor podremos convertirlo en un camino de crecimiento que nos permita abrir las puertas del alma y encontrar, en un momento mejor, el amor que queremos.
Lograr que este vínculo sea bueno, lo mejor posible, no es un regalo para el otro, sino una profunda necesidad propia.
Buscamos razones para sostener el desafecto y tenemos la ilusión de que el enojo nos protegerá de ser lastimados otra vez.
Aunque parezca obvio, la clave de la vida es la conformidad con nosotros mismos: la autenticidad.
Es muy difícil pedirle a una relación que satisfaga la totalidad de nuestras necesidades en todos los aspectos.
Cuando no vemos claro y, en consecuencia, no nos sentimos en condiciones de tomar una decisión, lo mejor es no tomarla y esperar hacia dónde nos lleva la situación.
… elegir también es perder.
Si pretendemos huir de algo, ese algo, tarde o temprano, nos alcanzará.
A menudo creemos que lo esencial es averiguar si tenemos razón o no, sin advertir que tener razón no beneficia en absoulto a nuestro estancamiento. Nos acostumbramos a invalidar las observaciones del otro; nos forzamos a gritar más fuerte cada vez; y de esta manera, sin darnos cuenta, excavamos unas trincheras de batallas más profundas, destruyendo la relación.
… el enojo necesita de una idea que lo alimente.
Es cierto que la familia, tal cual era, dejará de existir. No hay modo de evitarnos ese dolor o evitárselo a nuestros hijos. En primer lugar, porque si mantenemos nuestro matrimonio sólo por ellos no podremos evitar cargarlos, tarde o temprano, con ese peso. Y en segundo lugar, porque si ha dejado de haber amor en nuestro matrimonio, si poco a poco nos vamos consumiendo por dentro, también irá afectando a la capacidad amorosa para conectarnos con ellos.
Los hombres están acostumbrados a proveer, prever, hacer planes de futuro, pelear por un espacio en el mundo laboral.[…] Así construyen poco a poco su coraza. […] Han perdido la capacidad para ver lo que hay cerca y la coraza no les permite sentir. […] Las esposas suelen ser cómplices, disfrutandode la protección que da la poderosa armadura, pero tarde o temprano se dan cuenta de que no pueden llegar hasta él, no soportan su abrazos y el calor de su cuerpo. Ellos están mal preparados para detectar tempranamente estas señales; a fuerza de no ver, de no sentir, les parece que todo está bien. El rey con su armadura fue construyendo un castillo para su familia, todo “funciona bien” en su interior. Un día, ellas les muestran que el amor y la pasión desaparecieron casi sin que lo advirtieran, y entonces todo se derrumba. Quedan en ridículo. Descubren que, para los que más les importa, la armadura es un artefacto inservible. Quienes les brindaban gestos de complacencia, ahora los miran con sorna o acusatoriamente. Entre esas miradas están ahora las de ellos mismos. La vivencia de destrucción es inevitable. El dolor es inmenso y buscan alivio tratando de encontrar un culpable. […] Pero la única manera que encuentran de evitar el dolor es estancarse en la furia para siempre. Sucede que el amor y la pasión se han ido y no fueron capaces de sentir prematuramente sus señales, haya mediado o no una infidelidad. Naturalmente, cuando el hombre se encuentra en ésta situación, el culpable más cercano que tiene es él mismo. Y le sobrarán razones y pruebas para reprocharse a lo largo de una vida el derrumbe de su pareja. […] Están tentados a vestir nuevamente su armadura. Paradójicamente, hay camino de impresionante sencillez que no se sabe transitar. Uno, quizá el más importante, comienza con darnos la oportunidad de contemplarnos en nuestro sufrimiento, comprendernos en nuestro dolor, y darnos cuenta de lo necesitados que estamos. Se trata aqui de que nuestra propia mirada sea benévola y comprensiva. Contemplarnos en nuestra desnudez y vulnerabilidad para aprender que, precisamente, tales cualidades -que creíamos débiles- son valiosos instrumentos para detectar aquellas señales que perdimos en la ocasión de salvar el amor de aquella pareja, pero que siempre estamos a tiempo de recuperar. En la separación muere la relación, pero nosotros no morimos con ella, sea como fuere la intensidad del dolor producido por la ruptura. Todo lo contrario: si nos comprendemos y nos tratamos amorosamente, podremos hacer nacer o renacer nuestra capacidad para sentir, para dejar entrar el amor y la pasión, para volver a sentirnos inmensamente vivos.
Aceptar no es lo mismo que resignarse, porque en la resignación uno sigue enojado con la situación (“me resigno porque no me queda otra alternativa”). En cambio, en la aceptación nos entregamos absolutamente a lo que aconteció, aunque contradiga nuestra “idea” de lo que debería haber sido.
Nuestra cultura no respalda el estar triste, pero en ciertas ocasiones lo más verdadero que tenemos en nuestra tristeza.
… el sufrimiento es lo que ocurre cuando peleamos con cualquier cosa que ocurra en nuestra experiencia de vida, en vez de aceptarlo con una sabia y compasiva respuesta.
… tener razón es inútil en el terreno de los sentimientos.
El otro es una persona que también está sufriendo y, a la vez, reaccionando a las cosas que estamos haciendo.
Muchas de las cosas que nos hacen sufrir tienen que ver con la interpretación de los hechos y no con los hechos en sí.
No es que nosotros podamos elegir lo que ocurre. La vida ya eligió por nosotros, los hechos ya ocurrieron. Por más que expresemos todo el enojo del mundo, nada cambiará lo que ya ocurrió. Pero si hay algo que aún podemos cambiar: elegir qué hacer de ahora en adelante.
Quizá nos hayan dejado, quizá nosotros tomamos la iniciativa… En cualquier caso, solemos darnos una cantidad suficiente de razones para demostrarnos y demostrar que somos una víctima de lo ocurrido. Somos sumamente cuidadosos al elaborar la lista. Nada es inventado, nada es simulado. Sucedió así y no lo pudimos evitar… Si hemos sido engañados, tenemos las pruebas del engaño. Si sufrimos indiferencia, mostraremos las situaciones que evidencian nuestra verdad. Si la pareja languidecía, exhibiremos nuestros esfuerzos por salvarla. Y así en cada caso. Nadie puede negar lo que mostramos, somos a todas luces víctimas de lo sucedido, no hay nada que nos incrimine.
No es el “olvido” el camino para curar nuestras heridas.
Quizá -sólo quizá- no hayamos sido responsables de lo que nos sucedió, pero sí somos responsables de todo lo que hacemos con lo que sucedió.
Ponernos en la piel del otro es un trabajo que requiere de mucha valentía, porque hacerlo nos puede enfrentar con el dolor de afrontar nuestros propios errores. Cuando una pareja se rompe es muy difícil que no haya desaciertos compartidos.
Después de la separación, los hijos sienten -lo expresen o no- pérdida, soledad y desmparo.
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