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Filosofia


Enviado por   •  19 de Octubre de 2011  •  5.174 Palabras (21 Páginas)  •  459 Visitas

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En el segundo capítulo de la tercera parte de El ser y la nada, Sartre trata el tema del cuerpo y de la relación de este con la conciencia. Precisamente, el filósofo francés parte del “oscurecimiento”[1] en que se encuentra la cuestión, oscurecimiento que se debe a cierta manera de interpretar dicha relación. A lo que se refiere Sartre, es a la forma en que, tradicionalmente, se ha pensado al cuerpo a partir de un modo de ser distinto al de la conciencia. En efecto, mientras al cuerpo se lo concibe como objeto, como res extensa, como exterioridad, como “ser en-sí” (utilizando la terminología sartreana), a la conciencia se la piensa como res intensa, como interioridad, como “ser para sí”.

Sin embargo, Sartre advierte que, en verdad, el cuerpo propio nunca es vivido como algo externo. Efectivamente, la experiencia que tengo de mi cuerpo no es la de algo distinto a mí mismo, diferente de mi subjetividad. Si bien, reconozco que mi cuerpo está conformado por distintos órganos, que posee objetividad, esto se debe a la experiencia que tengo del cuerpo del otro. Mi cuerpo puede ser tocado y visto. Sartre incluso cita el ejemplo de que, cuando voy al médico, percibo mi pierna de la misma manera en que la percibe el profesional. Sin embargo, lo que de eso se infiere, no es que mi cuerpo sea algo objetivo o externo a mí mismo, sino que hay, en principio, dos dimensiones en las que mi cuerpo existe: el cuerpo “para-mí” y el cuerpo “para otro”. “Tocar y ser tocado, sentir que se toca y sentir que es tocado, he ahí dos especies de fenómenos que se tratan de reunir en vano bajo el nombre de doble sensación. De hecho son radicalmente distintos y existen en dos planos incomunicables”[2]. Por un lado, el cuerpo-sujeto; por otro, el cuerpo-objeto. Luego surgirá una tercera dimensión: la interiorización de mi cuerpo tal como se presenta para los otros, lo que implica concebirme a mí mismo a partir de cómo mi cuerpo se le presenta a los otros. A estas tres dimensiones del cuerpo, por su parte, Sartre les confiere un carácter ontológico ya que se trata de modos de ser propios de las estructuras del para-sí y no de simples actitudes empíricas.

El cuerpo para-sí

Sartre observa que, para el pensamiento cartesiano, los hechos de la conciencia son más fáciles de conocer que los hechos corpóreos. Esto ocurre porque se parte de la idea de que, mientras que los primeros se afirman apodicticamente, los segundos necesitan de la bondad divina para poder considerarse como verdaderos. Tan sólo basta recordar que, para Descartes, tras afirmarse la evidencia del cógito, la realidad del cuerpo dependía de la existencia de un Dios perfecto que, debido a su misma perfección, jamás podría permitir que mis sentidos me engañasen. Dios era, pues, el garante de la realidad externa al cógito.

Sin embargo, Sartre señala que los actos de conciencia que el cartesianismo toma como evidentes de suyo, se encuentran fundados en una dimensión más originaria de existencia. El cógito cartesiano es, en verdad, un cógito reflexivo, el cual, por su parte, se encuentra fundado en el cógito prerreflexivo. Es decir, la reflexión es el desdoblamiento de la conciencia sobre sí misma; la conciencia se toma por objeto a sí misma y, en ese acto, se duplica: por un lado, tenemos la conciencia reflexionante, por otro, la conciencia reflexionada. El ser originario de la conciencia, por lo tanto, no es la reflexión. Al contrario, Sartre continúa la tesis husserliana, para quien toda conciencia es conciencia de algo. La conciencia es, entonces, posición de un objeto trascendente y no tiene contenido propio.

En este aspecto, Sartre es fiel a la fenomenología: la conciencia es, siempre, conciencia intencional. Volcada sobre el mundo, la conciencia está constantemente dirigida a los objetos que se le aparecen. Esto le hace afirmar a Sartre que “el para-sí es por sí mismo relación con el mundo”[3] . La existencia del para-sí implica necesariamente que hay mundo, de la misma forma en que la existencia del mundo implica necesariamente la existencia del para-sí. De aquí se desprende que el planteo cartesiano de la posibilidad de un cógito sin mundo supone un error.

A su vez, Sartre critica la tesis que hace del mundo un sistema de relaciones de exterioridad entre los objetos. Esta actitud es propia del pensamiento científico y se basa, en cierta manera, en el idealismo. Se concibe un mundo de relaciones “objetivas” sin un centro de referencia. Se trata de un pensamiento abstracto: “(…) la constitución del espacio como multiplicidad de relaciones recíprocas no puede realizarse, efectivamente, sino desde el punto de vista abstracto de la ciencia (…)”[4]. En contraposición de este “objetivismo abstracto”, Sartre sostiene que el punto de referencia de estas relaciones es el para-sí. Las cosas se presentan a la izquierda o a la derecha, más cerca o más lejos de mí. Yo soy el punto de referencia ante el cual las cosas se presentan de tal o cual manera. “Las cosas son precisamente cosas-que-existen-frente a mí”[5].

Sartre señala, entonces, que el para-sí es “ser ahí”; es decir, el para-sí siempre se encuentra posicionado en el mundo. Se está en un lugar o en otro, en uno u otro “ahí”, frente a unos objetos o frente a otros. Esta condición de “ser situado” es una necesidad de carácter ontológico del para-sí; el mundo siempre se abre en tanto me encuentro situado en un punto de vista determinado. Para Sartre, esta necesidad surge de dos contingencias. Por un lado, la necesidad de que el para-sí sea en un “ahí” determinado, implica la contingencia de que el para-sí sea. Yo soy siempre en una determinada situación; sin embargo, no es necesario que yo sea, que yo exista, puesto que no soy el fundamento de mi ser. Por otro lado, si es necesario de que me encuentre en una u otra posición, es contingente que me encuentre efectivamente en una y no en otra. Ambas contingencias señalan la facticidad del para-sí. Me encuentro arrojado en el mundo sin causa ni fundamento; sin embargo esa existencia cuyo rasgo más originario se encuentra en su pura contingencia, implica la necesidad de que si “soy”, “sea” en una determinada situación.

“En este sentido, se podría definir al cuerpo como la forma contingente que adopta la necesidad de mi contingencia”[6]. El cuerpo, por lo tanto, revela la facticidad originaria del para-sí. Para Sartre, el cuerpo no es algo distinto al para-sí; por el contrario, el para-sí es necesariamente un cuerpo, en tanto ser-en-el mundo. “En cuanto tal, el cuerpo no se distingue de la situación del para-sí; porque para el para-sí, existir o situarse no son más que una misma

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