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GIOVANNI ENRICO PESTALOZZI

marykevin6 de Mayo de 2014

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III. GIOVANNI ENRICO PESTALOZZI

17. LA VIDA Y LA OBRA

Casi a caballo entre la época de la Ilustración y el periodo romántico se sitúa el apostolado educativo y el pensamiento pedagógico de Giovanni Enrico Pestalozzi (1746-1827), suizo alemán, nacido en Zurich, en el seno de una familia de lejano origen lombardo. El padre, apreciado cirujano, murió cuando el pequeño Enrique tenía seis años; con amorosa solicitud, la madre proveyó, en medio de grandes estrecheces económicas, a educar a los tres huérfanos, con auxilio de la fiel sirvienta Babeli, por la cual Pestalozzi sentirá para siempre, como lo manifestó en su última obra, el Canto del cisne, una tierna y profunda gratitud. En su primera educación influyó también el abuelomaterno, pastor protestante de aldea. En aquella atmósfera protectora, llena de calor y afecto y penetrada de intensa religiosidad, Pestalozzi creció tímido, delicado e hipersensible. Rehacio a la disciplina, aprovechó menos de loque su inteligencia lo hubiese permitido del Collegium humanitatis, a donde se le envió, y de los estudios universitarios de teología y jurisprudencia que emprendió para interrumpirlos al poco tiempo. Como quiera que sea, repercutió en él, hasta lo más profundo, la intensa vida cultural de la época, especialmente viva en una Zurich que no sólo estaba bajo la influencia de la Ilustración, sino que era a su vez centro de formulaciones originales en algunos campos, como el estético. Las ideas de Bodmer (de quien Pestalozzi fue discípulo directo) y de Breitinger preludiaban la estética romántica y revalorizaban el arte popular y medieval. Pero su temperamento llevaba al joven Pestalozzi a entusiasmarse sobre todo por ideales humanitarios y por generosos proyectos de reformas jurídicas y sociales. Leía a Basedow y se exaltaba por Rousseau, de quien abrazó las ideas democráticas renunciando al proyecto de seguir la carrera eclesiástica para entregarse al estudio del derecho, con el propósito de seguir una carrera política para luchar por la educación y las libertades populares.

Pero reconociendo que la ingenuidad y credulidad propias de su índole lo hacían poco apto para la política (un amigo en artículo de muerte lo había amonestado a ese propósito), se dedicó a formular proyectos de reforma agraria tendientes a volver productivos terrenos estériles mediante los adelantos de la agronomía. Las enseñanzas de los fisiócratas (cf. parte III, § 101), el “retorno a la naturaleza” predicado por Rousseau, la filantrópica exigencia de ofrecer al 'pueblo medios de reeducación y bienestar por medio del trabajo, confirmaban a Pestalozzi en sus proyectos agrarios hechos económicamente posibles gracias al matrimonio con Anna Schulthess, conquistada también por los ideales del marido. El experimento se llevó a la práctica en ciertos terrenos áridos del colindante cantón de Argovia. La granja, construida en 1767, se bautizó Neuhof (Quinta nueva) y resultó un completó fracaso económico, sobre todo por la impericia administrativa de Pestalozzi, el cual, a pesar de todo, no queriendo renunciar al aspecto filantrópico de su empresa, abrió en el mismo sitio, en 1775, un instituto para niños pobres que quisieran prepararse para la vida productiva, sobre todo mediante ejercicios de trabajo (especialmente hilandería y tejeduría).

Este experimento pedagógico duró cinco años en medio de toda suerte de dificultades; los educandos (una cincuentena) eran con frecuencia niños tarados o vagabundos acostumbrados a todos los vicios, las autoridades cantonales y comunales seguían la iniciativa con mal disimulada desconfianza, Pestalozzi era incapaz de resolver los graves problemas orgánicos que le salían al paso y, por si fuera poco, las dificultades económicas de la finca agrícola crecían sin cesar. En 1780 tuvo que cerrar la escuela.

Cincuenta años más tarde, al hacer en su Canto del cisne un breve balance de aquella experiencia, Pestalozzi reconocía que, aparte de las dificultades extrínsecas, había incurrido en un error pedagógico de carácter fundamental, o sea, el de haber intentado introducir prematuramente a los niños al trabajo productivo, con un aprendizaje demasiado prematuro.

De ese modo, a los treinta y cuatro años de edad Pestalozzi veía naufragar sus sueños y se encontraba incluso económicamente en mala situación. Decidió entonces perseguir en calidad de escritor aquellos mismos ideales educativos y filántrópicos hacia los cuales había orientado su obra práctica, y lo logró, con inesperada fortuna, al escribir, casi de un tirón, la novela Leonardo y

Gertrudis (1781), publicada inmediatamente por un editor berlinés, que conquistó un vasto público en Suiza y Alemania.

Se trataba de una novela pedagógica de carácter popular, la primera en su género, como reconoció Herder. En ella se describe la vida de una aldea donde la miseria, la ignorancia y la influencia corruptora del podestá Hummel hacen abandonar a los humildes la senda del bien que de otro modo seguirían espontáneamente. Pero una mujer del pueblo, llena de fe, amor y valentía,

Gertrudis, madre y esposa, dotada no sólo de gran energía moral sino también de un profundo sentido práctico, emprende, primero sola, luego con la ayuda del párroco Ernst y el castellano Arner la más apasionada de las luchas por reconquistar al marido Leonardo, extraviado por Hummel, y restituido al trabajo y a la familia. Su ejemplo actúa como una fuerza renovadora incluso sobre el ambiente circunstante y se produce un cambio radical en la vida de la aldea donde al final triunfan las fuerzas del bien. Estas fuerzas, simbolizadas por los personajes de Gertrudis, Ernst y Arner, son, pues, la familia, la religión, y la ley.

Es de mencionar que poco más tarde, cuando Giovanni Pestalozzi decidió escribir una continuación de la novela en tres volúmenes (el último de los cuales apareció en 1787) atribuyó un papel central a un nuevo personaje que encarna la función de las escuelas: Glüphi, viejo oficial retirado, que se improvisa maestro elemental con el preciso propósito de acabar con el predominante verbalismo (“Son las acciones las que instruyen al hombre; las acciones las que le dan consuelo, ¡basta de palabras!”). En la escuela, estudio y trabajo marchan estrechamente unidos y la aldea entera empieza poco a poco a colaborar de mil maneras en su obra educativa. Bajo la guía de Glüphi, los muchachos estudian el ambiente en que viven, mientras Glüphi estudia, sin demostrarlo, a los muchachos, en tanto que visitan talleres y tiendas y practican varias actividades, pues considera como su responsabilidad encaminar hacia profesiones calificadas y apropiadas sobre todo a aquellos cuyas familias carecen de propiedades y que, por lo tanto, estarían destinados a la mísera existencia de los jornaleros agrícolas.

La continuación de Leonardo y Gertrudis no corrió con la misma fortuna que el primer volumen. Igual fracaso había tenido Cristóbal y Elisa, novela análoga a las otras pero excesivamente recargada de reflexiones moralizantes.

Pestalozzi escribió también anotaciones de diario con intenciones de estudio psicológico (Diario de un padre, de 1774, en el que siguió durante varias semanas los progresos de su hijo Jacqueli, de tres años de edad) o en forma de reflexiones íntimas sobre grandes temas ético-religiosos (Vigilia de un solitario, de 1780). Asimismo abordó con honda humanidad escabrosos problemas jurídicosociales, como en Legislación e infanticidio.

El fruto más maduro de su pensamiento sobre la esencia y el destino de la humanidad fue Mis investigaciones sobre el curso de la naturaleza en el desarrollo del género humano, aparecido en 1797. Al año siguiente rechazó ofrecimientos de cargos políticos, así como la dirección de una escuela magisterial; en cambio, pidió y obtuvo (a los 52 años de edad) un puesto de simple maestro de un grupo de niños huérfanos, víctimas de la guerra, en Stans, en el Unterwalden.

Pero el fecundo experimento duró apenas seis meses, luego “los azares de la guerra —dice Pestalozzi— me expulsaron de Stans donde yo había descubierto mi verdadera fuerza, mis debilidades y mis objetivos”. Al poco tiempo (1799), el gobierno helvético asignó a Pestalozzi el castillo de Burgdorf, cerca de Berna, para que prosiguiera ahí, en mayor escala, sus experimentos pedagógicos. Tuvo necesidad de colaboradores pero quiso ser él mismo, mientras le fue posible, maestro. Trató de llevar a su máximo desarrollo un método de “educación elemental” capaz de radicar sólidamente en el espíritu infantil los primeros elementos del saber, en forma natural e intuitiva. Los principios de este método los formuló en el libro Cómo Gertrudis enseña a sus hijos (1801), que consiste en 24 cartas sobre la instrucción elemental dirigidas por Pestalozzi a su amigo Gessner, editor de Zurich. Gertrudis no aparece más que en el título como símbolo maternal y del buen sentido que debe presidir a la educación. Por lo demás, ya en la conclusión de Leonardo y Gertrudis Pestalozzi había hechodeclarar a Glüphi que toda su actividad educativa se injertaba en la de Gertrudis: “Ella había creado mi escuela en su pequeña estancia, mucho antes de que se me ocurriera a mí.”

El nombre de Pestalozzi empezó a gozar de fama europea y muchos visitantes, entre los cuales el joven Herbart, acudían a conocer su instituto educativo, que se convirtió en internado, con una normal de maestros anexa, y se trasfirió primero a Münchenbuchsee (1803) y por último a Yverdon (1805), donde se desarrolló ulteriormente para decaer a vuelta de veinte años, al cabo de los cuales

Pestalozzi se vio obligado a cerrarla (1825) porque, ya octogenario, no era capaz de

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