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Historia De La Filosofia


Enviado por   •  7 de Septiembre de 2012  •  995 Palabras (4 Páginas)  •  299 Visitas

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LOS SIETE SABIOS

Los Siete Sabios eran veintidós y concretamente: Tales, Pitaco, Bías, Solón, Cleóbulo,

Quilón, Periandro, Misón, Aristodemo, Epiménides, Leofanto, Pitágoras, Anacarsis, Epicarmo,

Acusilao, Orfeo, Pisístrato, Ferécides, Hermioneo, Laso, Pánfilo y Anaxágoras.

La cosa no nos tiene que asombrar tanto: los Sabios referidos por los textos sagrados son así

de numerosos por culpa de los historiadores de la filosofía, que no consiguieron ponerse de

acuerdo con los nombres, o mejor dicho, se pusieron de acuerdo sólo con los cuatro primeros, o

sea con Tales, Pitaco, Bías y Solón (que por esta razón deberían ser considerados los titulares de

la selección nacional de los filósofos), mientras que, para las otras tres «camisetas», escogían de

un «banquillo» de dieciocho reservas. Por otra parte, había siempre quien, al confeccionar estas

listas, aprovechaba la ocasión y metía a un amigo, o directamente al personaje político más en

boga en ese momento, como si yo ahora, teniendo que hacer una lista de los Siete Sabios,

metiera en ella por adulación al honorable Craxi.

Bromas aparte, creo que he conocido verdaderamente a un Sabio. Se llamaba Alfonso, o

mejor don Alfonso, y era el gerente de una sala de billar en Fuorigrotta. Ante todo era un

hombre que poseía el físico adecuado: edad avanzada, barba, pelo blanco y «silenciosidad». No

hablaba nunca y, cuando lo hacía, era de muy pocas palabras: frío, conciso e inapelable. Cada

vez que los jugadores le llamaban para establecer de quién era el punto, él se acercaba al billar,

miraba las bolas jugadas como si ya las hubiese visto en esa misma posición otras veces, y decía

«blanco» o «rojo», así de sencillo, sin añadir nada más. Me dirás: ¿Pero tú cómo puedes decir

que era un Sabio si nunca le oíste hablar? Lo sé, o mejor dicho, lo huelo. Don Alfonso tenía en

los ojos una vida vivida, una vida en la que, según creo, debió de ocurrirle de todo. Estoy seguro

de que en caso de necesidad, si hubiese acudido a él habría encontrado consuelo. Quizá, como

con las bolas de billar, se habría quedado en silencio durante unos segundos, y después, con una

sola palabra, me habría iluminado.

También los Sabios eran gente de pocas palabras: lacónicos, como se suele decir. «Sabiendo,

calla» (Solón), «Odia el hablar rápido» (Bías), «Ser ávido de escuchar y no de hablar»

(Cleóbulo), «Que tu lengua no corra por delante de tu pensamiento» (Quilón), nos dan una idea

de cómo en aquella época la sabiduría y la parsimonia en el hablar iban a la par. Por esta

capacidad de síntesis, los Sabios pueden ser considerados como los inventores de los refranes.

Algunas de sus máximas están todavía en circulación: el «toma esposa entre tus semejantes» de

Cleóbulo corresponde al refrán italiano «la mujer y el buey, de tu tierra», y el «trata con las

personas convenientes» es el equivalente del refrán napolitano «Fattelle cu chi é cchiú meglio 'e

te e fanne 'e spese».*

Gracias a las máximas, o sea a los refranes, la fama de los Siete Sabios corrió de ciudad en

ciudad hasta tal punto que, a pesar de la ausencia de los mass-media, no había nadie en el

mundo griego que no conociera la vida y milagros

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